Al
hablar de feminismo, tal vez sea conveniente señalar que, por un lado, se
encuentra el aspecto teórico y científico y, por el otro, el feminismo como un
proyecto político-social, el activismo. Si bien estos dos aspectos se
encuentran estrechamente relacionados (y no podría ser de otra forma), dentro
de la rutina y para la mayoría del público lo que está “al alcance de la mano”
es sólo el aspecto práctico: el activismo, las marchas, las consignas a través
de redes sociales (como uno de los medios actuales más importantes para la
difusión de ideas diferentes a las tradicionales), las imágenes, fotografías,
hashtags y discursos, muchas veces simplificados, presentan
una cara del feminismo fácil de ser malinterpretada.
Los
planteamientos básicos del feminismo, las luchas y logros para la construcción
de una sociedad más justa y equitativa donde se eliminen las desventajas para
las mujeres y en general las desigualdades entre hombres y mujeres, quedan
relegados o tergiversados. Las interpretaciones personales del feminismo no son
siempre adecuadas, pero pueden popularizarse y llegar a ser tomadas como
verdades para quienes no saben en qué apoyarse o cómo contrastar esos
planteamientos; también afecta el sensacionalismo, por lo que la imagen de un
grupo de mujeres semidesnudas que atacan a un religioso se difunde más
fácilmente que un discurso pensado y fundamentado sobre la desigualdad y la
liberación femenina.
En
el lenguaje cotidiano se distorsionan los términos como “empoderamiento”,
“liberación”, “radicalismo”, “desigualdad”, entre otros, que dan origen a
nuevas conceptualizaciones: la etiqueta “feminazi”, los movimientos de
“reivindicación” de derechos masculinos (“meninist”), la confusión y rechazo al
término “feminismo” considerando que debería hablarse de “humanismo”, etc.
Avanzamos en un camino de ridiculización del feminismo que puede devaluar la
importancia de los logros, y si se siguen promoviendo y difundiendo
representaciones incorrectas del feminismo, podríamos retroceder en el difícil
camino hacia la igualdad entre géneros que muchas mujeres, y también hombres,
han luchado por alcanzar.
Entender
los procesos complejos, los mecanismos, actores, etc, facilita entender este
tipo de movimientos y de propuestas para cambiar los paradigmas, pero no es
necesario tener una formación en ciencia sociales para entender el feminismo.
Los temas que trata, provienen de la vida real, las observaciones de mujeres
alrededor del mundo sobre su papel en el mundo, sobre su vida. Lo personal es político. Ser mujer y ser hombre, de
acuerdo a nuestra configuración social actual, implica una postura. El
feminismo evidencia esto y nos ofrece una alternativa a la forma en la que
hemos vivido. Aquí aclaro los principales mitos sobre el feminismo y las y los
feministas que desfiguran el movimiento y que considero que necesitan
aclaración...
Foto: Francesca Woodman |
Muchas
mujeres alegan no “necesitar” el feminismo porque ellas no odian a los hombres
y porque creen en la igualdad. Bueno, el feminismo es precisamente creer en la
igualdad. Pero no es lo mismo creer en, que creer que existe igualdad: la realidad es que las relaciones entre
hombres y mujeres alrededor del mundo y durante la mayor parte de la historia moderna
han sido desiguales, en las que los hombres han sido los sujetos privilegiados
y los detentores del poder y prestigio social.
Ahora,
esta desigualdad debe entenderse en un nivel más general de “organización social”
de modo que se critiquen las ideas y creencias que fundan actitudes y prácticas
que luego se institucionalizan y forman parte del contenido cultural profundo de
un grupo social: no se debe simplificar al “hombre” como enemigo, sino entender
cómo se ha construido esa imagen de hombre “superior” a la mujer. Al hablar de
feminismo como ideología o como proyecto político-social, no podemos quedarnos
en el nivel inmediato que se centra en individuos y personaliza los conflictos.
No se “ataca” a los hombres ni se “defiende” a las mujeres sólo por serlo, sólo
por su condición biológica, se ataca la idea
de que el hombre y la mujer tienen un valor diferente porque esta idea es la
que lleva después a realidades concretas de desigualdad.
La
valoración de la dignidad humana, de condiciones sociales de igualdad sin
importar el sexo y el género, no es exclusiva de y para las mujeres, no sería
ni siquiera posible. El feminismo no busca esclavizar a los hombres o
exterminarlos, la ridiculez del término “feminazi” es tanta, que no pienso
siquiera detenerme a explicarla. ¿Por qué nos adelantamos a esta exageración
violenta y cruel de las relaciones sociales? ¿Por qué se nos hace tan
complicado pensar en igualdad y tan fácil cambiar el discurso por uno de odio y
dominación? El feminismo es lo contrario a estas ideas y así como reconoce que
las mujeres no encajan (ni tienen por qué hacerlo) dentro de un solo esquema,
también le reconoce esta libertad a los hombres, lo que lleva al segundo punto...
mitofago.com.mx |
De
hecho, en los movimientos sufragistas en Estados Unidos y varios países
europeos, la oposición de las mismas mujeres fue uno de los obstáculos más
grandes a superar, mientras que muchas mujeres contaron también con el apoyo de
hombres que pudieron en ese entonces reconocer lo injusto de su orden social y
el valor de las mujeres fuera de los estereotipos y las normas de género
impuestas. Esto lo he escuchado también como argumento de varios hombres que se
oponen al feminismo: “las mujeres no quieren ser tratadas igual” (queda por aclarar igual a quién). Es cierto que el
feminismo hace un énfasis en las mujeres, pues reconoce su posición
desventajosa en las relaciones sociales de poder; también es cierto que estas,
al ser las más afectadas, deberían ser las más interesadas en un cambio de situación,
pero no es extraño (aunque sí lamentable) que las personas se acostumbren a un
modo de vida, aun cuando no sea el mejor o incluso sea dañino para estas. Consideremos
la fuerza de las tradiciones y costumbres y la gran presión social que tanto
mujeres como hombres tienen: la verdad es que todos los seres humanos somos
sociales por naturaleza y tenemos la necesidad de pertenecer: si crecemos todo
el tiempo rodeados por una idea que se presenta como correcta, si esto se nos
enseña y vemos que es aceptada por los demás, terminamos interiorizándola y
hasta necesitándola para tener un
sentido de control sobre nuestra vida. Creer en el orden, en la normalidad, nos
satisface, a veces incluso hasta un punto en el que estamos dispuestas a
sacrificar otras cosas.
He
escuchado también, y con mucha más frecuencia, que al final el machismo es
culpa de las mujeres porque son ellas quienes lo enseñan y es cierto: según los
roles de género tradicionales, son las mujeres las encargadas del cuidado y
educación básica de los hijos, así que la reproducción de los mismos roles de
género recae en ellas. Sí, pero esto no debería de considerarse como una excusa
válida para que los hombres decidan seguir pensando de ese modo cuando se les
presenta la cruda e injusta realidad.
Si bien hablar de “justicia” es complicado porque se puede entender de muchas
formas diferentes, y a discusión filosófica es más compleja de lo que podría
abordar ahora, voy a referirme a la “dignidad humana” como algo básico y
general que no debería tener un filtro de género. Reconocer el valor de todas
las personas, sin importar su sexo, no es algo exclusivo para mujeres y no es
algo que debería poder observarse sólo desde abajo: así como no sólo los pobres
deben preocuparse por las grandes desigualdades económicas, no sólo los
enfermos deben preocuparse por la precariedad del sistema de salud y no sólo
las mujeres deben estar interesadas en romper las limitaciones impuestas por un
sistema machista.
Y
aquí hay un punto muy importante: el machismo, como ideología, como sistema
cultural, no afecta sólo a las mujeres. Si bien, como mencionaba antes, el
machismo supone una relación de poder desigual en la que las mujeres están en
desventaja, también supone esquemas muy específicos y opresivos de género. Lo “masculino”
y lo “femenino” no constituyen simplemente definiciones, sino imposiciones,
limitaciones a las identidades de hombres y mujeres que serán entrenados para adaptarse. El machismo
le dice a la mujer que debe quedarse en la casa cuidando a los hijos y le dice
al hombre que debe trabajar para mantener a su familia; el machismo le dice a
la mujer que es sensible y por lo tanto débil, y le enseña al hombre a negar y
evitar esa sensibilidad; el machismo le dice al hombre que debe ser fuerte y
violento, y le niega la posibilidad de interesarse por el arte o el baile, por
ejemplo.
Las
ventajas de acabar con la fuerza de estas ideas no son exclusivas para las
mujeres, sería imposible que las condiciones de estas cambiaran mientras las de
los hombres se mantienen igual. Por lo tanto, la responsabilidad de lograr un
cambio, una mejora, es compartida también...
Decenas de personas marchan en Bogotá por las mujeres en "marcha de las putas" el 9 de marzo de 2016. Foto: Pulzo/EFE |
3. Ser feminista no es exagerar
Ser
feminista no es dejar de depilarse las axilas o las piernas, no es raparse, no
es quemar brasieres, no es salir desnuda a la calle, no es ser lesbiana, no es
estar a favor del aborto, no es ser atea, no es oponerse al matrimonio, no es
dejar de usar faldas o vestidos… Ser feminista no es exagerar, llegar a extremos
sin sentido o recurrir a escándalos. Pero no quiere decir que hacer o apoyar
este tipo de cosas no tenga sentido.
El
feminismo no le dice a una mujer qué hacer o ser, por otro lado, el machismo
sí: le dice a la mujer que sólo está completa si es madre y esposa; le dice que
su belleza la miden los hombres; que su cuerpo no es más que una forma de
atraer y satisfacer a otros; le dice que la obediencia y la sumisión son las
características más importantes que debe desarrollar. ¿No es esto más
extremista? ¿No deberíamos tenerle más miedo a un sistema cultural que impone
el uso de una falda y motiva el deseo de la mujer de ser atractiva a los
hombres y que a la vez la critica por ser demasiado provocadora?
El
feminismo busca romper la idea socialmente construida de la mujer y abrir
nuevos espacios de expresión, nuevas posibilidades de existencia e identidad frente
a una sociedad conservadora que invisibiliza a la mujer para unas cosas y
explota su imagen en otras. Que una mujer acepte su peso y talla y diga “no
tengo que ser delgada para ser bella” es empoderarse de su cuerpo y su imagen
chocando con esos “valores” conservadores, es una forma de ir quebrando poco a
poco la estructura. Frente a la creencia de que las mujeres deben estar siempre
bien depiladas, una mujer sale a la calle con vello en las axilas diciendo:
“no, yo no tengo que hacerlo si no quiero”. Y la clave es esa: si no quiero. La idea no es imponer
nuevas reglas, sino acabar con las existentes. Dentro del feminismo, es
inconcebible imponer una idea “mejor” de mujer a la que está impuesta
actualmente.
Una
mujer feminista no debe cambiar cómo se ve o cómo actúa si no cree que lo
necesita, sólo debe darse cuenta de que sí puede ser diferente y que eso está
bien. Que no tiene que ser y hacer lo que le han enseñado, que no tiene que
seguir un solo modelo.
El
feminismo no tiene que ser amable o esforzarse por ser agradable para todxs, el
choque es necesario. Pero al transmitir un mensaje, especialmente uno tan
importante como este, es necesario que el mensaje se entienda. Las reacciones
de los hombres suelen ser burlas, y de parte de las mujeres, suele ser miedo a tener que actuar así también para ser
feministas, cuando lo único que tienen que hacer es atreverse a cuestionar
quiénes creen ser y por qué, y decidir si seguir en ese camino o crear uno
propio en el que puedan decidir libremente si casarse o no, si abortar o no, si
depilarse o no, qué ropa usar, qué talla ser, qué profesión seguir, decidir su
sexualidad, su color de pelo, en qué creer, su forma de caminar, etc.
En
general, ser feminista no implica una serie de reglas a seguir, no supone
limitaciones; al contrario, rompe con las que están establecidas y se presentan
como la mejor o la única opción de vida para todxs. Más allá de las
malinterpretaciones, los extremismos absurdos, las divisiones mentales que se
nos inculcan, más allá de lo “normal”, de las simplificaciones, de lo
superficial que encontramos en Facebook o Twitter. Más allá de una bandera o
una consigna que pueden malinterpretarse, el feminismo trata cuestiones básicas
de dignidad y moral humana que nos conciernen a todxs, es una idea innovadora,
liberadora, un proyecto político en el que todxs como parte de una sociedad
podemos y debemos tomar parte.
4. Ser feminista no es victimizarse
Por
último, llorar y quejarse diciendo “pobrecita yo porque soy mujer y el machismo
me oprime” está muy lejos de lo que el feminismo busca, y no porque el llanto
se considere una debilidad o porque quiera crear mujeres “fuertes” e
insensibles, no. Pero definitivamente, no busca causar lástima replicando la
imagen de la “princesa atrapada en la torre” esperando a su salvador. ¿Qué gana
cualquiera solo lamentando su suerte? Absolutamente nada. Y si además hablamos
de condiciones sociales susceptibles de cambio, no hacer más que quejarse
esperando que la situación cambie por arte de magia o, peor aún, desde arriba,
es absurdo: las mujeres (y, como dije antes, cualquier persona interesada en
cambiar el orden social actual, pero de forma especial las mujeres en este
caso) no pueden quedarse a esperar que un día el sistema se canse de ser
injusto ni pueden esperar nada más que se les ceda un espacio. Las mujeres
deben tomar ese espacio por sus propios medios, tomando conciencia de los
límites que se le imponen y de su verdadera capacidad.
Además,
siendo honestas, nuestra generación de mujeres no enfrenta el mismo tipo o
nivel de opresión que sufrieron, por ejemplo, nuestras abuelas o bisabuelas.
Ninguna ley nos prohíbe estudiar o votar, las presiones que sufrimos son
principalmente de orden cultural y esto no es algo fijo, inmutable, a lo que
debamos rendirnos y aceptar con la mirada en el piso. La historia y nuestra
vida diaria están llenas de ejemplos de mujeres fuertes, valientes, capaces y rebeldes que con o sin una bandera
política específica, hacen lo que quieren sin dejarse controlar por las reglas
sociales que les dicen que no deberían, y sin dejar que las dificultades o los
miedos las venzan alcanzan lo que quieren. Este es el verdadero feminismo:
mujeres que dicen “soy mujer y soy más que un vientre fértil, soy más que una
buena esposa, soy más que un cuerpo bonito”; mujeres y hombres que son
conscientes de las dinámicas sociales desiguales y que no se conforman con
ellas, que deciden libremente y le dicen al mundo con sus actos “soy más de lo
que mi género manda”.
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Evidenciar los problemas que resultan de un sistema cultural machista no es lo mismo que quejarse y lamentarse. Si la crítica a la realidad social no está acompañada de una forma de protesta activa contra esta, no es productiva. Asumirse feminista no se reduce en violencia y dramatismo o exageración, tampoco se reduce a un “sensibilismo” improductivo, porque las cuestiones que se discuten, si bien tienen un fuerte componente emocional, no se reducen a esto: son cuestiones sociales en donde deben reinar una ética de respeto y equidad, cuestiones de dignidad para todas y todos. Aunque sea difícil definir ciertos valores de una forma concreta y que sea aceptada en todos los contextos, debe haber mínimos humanos validos e importantes para cada persona, que se manejan a un nivel más profundo (tal vez filosófico) y que deben prevalecer sobre las construcciones sociales, especialmente aquellas tan arbitrarias…
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