POR MYRELLA SAADEH
Cada
25 de noviembre se conmemora el Día
Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, instituido por Naciones Unidas en 1999, después de considerar que la
violencia contra las mujeres en el mundo tiene características de pandemia en
tanto que afecta su salud física, mental, sexual y reproductiva y después de
que en 1994 aprobara la Declaración sobre
la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Foto original: cnnespanol.cnn.com, noviembre de 2013 / Asuntos Inconclusos protegió la identidad de los niños del caso Siekavizza
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Este día es conmemorado así, ya que en esa fecha pero en 1960, apareció el cuerpo destrozado de la activista Minerva Mirabal; asesinada en el régimen del presidente Trujillo de la República Dominicana igual que sus hermanas Patria y María Teresa. Las hermanas Mirabal se han convertido en un símbolo mundial de la lucha contra la violencia hacia las mujeres.
Se ha documentado que más de una tercera parte de los
asesinatos de las mujeres es cometida por sus parejas; la mitad por un familiar,
novio o compañero sentimental que
las violenta física o sexualmente.
Menos documentadas están las violencias psicológicas
y económicas que ocasionan otras situaciones de exclusión y dolor para las
mujeres en el mundo.
Las feministas han hecho un gran trabajo
construyendo toda una teoría desde donde interpretan que estas históricas y duras
situaciones son producto de un sistema patriarcal, vertical y machista que ha
posicionado a la mujer como una ciudadana de tercera o cuarta categoría. Estas
reflexiones y su teorización han generado muchísimas acciones legales, de
movilización social y sensibilización para poner el tema en la agenda de los
países en el mundo, y comenzar a revolver el sistema de poder a favor de las
mujeres.
Sin embargo, estas violencias no comienzan en el
momento en el que cumplen la mayoría de edad. Es un hecho que viene gestándose
desde antes de ser concebidas. Las niñas y las adolescentes poseen una doble
condición de vulnerabilidad por ser personas menores de edad (que se convierte
en triple si son rurales, o en cuádruple si pertenecen a población indígena).
Esto ha dado lugar a que sean parte de macabras
estadísticas de violencias físicas definidas como maltrato, y sufridas
principalmente en estos espacios en los que naturalmente deberían ser
protegidas: su casa y el ámbito escolar. O violencias emocionales caracterizadas
por insultos y humillaciones, principalmente por su condición de mujer; sexuales,
que se han tipificado como violaciones, acoso, trata para la explotación sexual y
comercial y en algunos lugares del mundo como mutilación genital, más las
violencias estructurales que las dejan fuera y completamente excluidas de sus
principales derechos a la educación, salud, participación, cultura, recreación,
entre otras.
Todas estas circunstancias son un caldo de cultivo que
preparan el terreno para toda una vida de violencias contra las mujeres, que
comienzan desde que la familia sabe que quien nacerá es una niña que no
amerita la celebración familiar, el puro o el caldo de gallina porque ella
no es “arrecha”, como no lo fue su madre, su abuela y su bisabuela. Total, las
mujeres son sólo para echar las tortillas, hacer la comida, calentar o acarrear
el agua, lavar la ropa y traer los hijos al mundo; mejor si son varones,
porque ellos sí sirven...
En Guatemala, hay casos dolorosos de extrema
violencia que han terminado con la muerte de las niñas, como el de Alba
España de 8 años del municipio de Camotán, Chiquimula, secuestrada y asesinada
después de que había sido “negociada” por Q19 mil; o el de Dulce Velásquez de
10 años, secuestrada, asesinada y enterrada en la misma escuela donde estudiaba
en la ciudad de Guatemala por el conserje del centro educativo y su esposa. Y
así, cientos y miles de niñas y adolescentes sufren violencias que continúan
padeciendo hasta el final de sus días.
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Los y las activistas de Derechos de la Niñez
y Adolescencia han construido otro camino para poner a esta población sin voz ni
voto en la agenda política, económica y social de los países. Sin
embargo, no ha sido suficiente.
La realidad les sigue rebasando. Los indicadores
relativos a las violencias contra las niñas y las adolescentes tienen un
comportamiento que refleja el deterioro de su condición, a tal extremo que leyes,
programas, planes y proyectos, así como su institucionalidad para atenderlas y
prevenir que estas circunstancias las violenten de muchas maneras, no cumplen
su cometido.
A pesar de esa realidad, hay una convicción de
seguir insistiendo en su protección a través de variadas estrategias orientadas
a la eliminación de las violencias de sus vidas, confiando en que se está
preparando un mejor presente para ellas y un mejor futuro para sus vidas
adultas.
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Myrella Saadeh LABERINTO
El nombre de esta columna es complejo, desde donde propongo hacer un recorrido por la situación de la niñez de Guatemala. Soy psicóloga, catedrática de la Facultad de Humanidades de la Universidad Rafael Landívar e investigadora, y soy directora de PAMI. Una organización que promueve los derechos y la participación de la niñez y adolescencia desde 1989 |
Guatemala es una utopía ensangrentada.
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