Cambia el rumbo el caminante aunque esto le cause daño (1)...
Julio Numhauser
Movimiento •
¿Alguien sabe si en la historia
moderna algún cosmonauta ha podido grabar el silencio del espacio? Pregunto
porque no me he atrevido a investigar.
Hago este cuestionamiento ya que,
según tengo entendido, sólo un compositor (y no un cosmonauta) a lo largo de
nuestra historia reciente, ha logrado captar la música del silencio. La
composición la pueden escuchar en la obra denominada 4’33" de John Cage, quien la define así: "No existe algo como el silencio. Durante el
primer movimiento, se oía el viento que soplaba en el exterior; durante el
segundo, las gotas de lluvia empezaron a repicar sobre el tejado. Y durante el
tercero, las propias personas emitieron todo tipo de sonidos interesantes
mientras hablaban o se encaminaban hacia la salida" (2).
En este mundo, yo creo que el silencio
es una invención, ocurrencia o excusa humana para poder escuchar la naturaleza o
a nosotros mismos: encontrarnos. Cuando creo estar solo, en realidad estoy
siempre acompañado. ¿La soledad realmente existe? Porque estar solo implica
estar con uno mismo y con su alrededor. Esto, para mí, sigue siendo una duda.
El sonido, que es contrario al
silencio, es perpetuo en toda nuestra vida. Querer captar el silencio sería
escuchar nuestra propia palpitación, nuestro propio respiro u oír a lo interno
de nuestras neuronas el debate constante de nuestros pensamientos. Esa
tripulación onírica que va navegando a la deriva de la reflexión, la crítica y
la autoconciencia. Es oír cantar al cosmos.
Esa voz que se introduce en mi cuerpo,
siempre que corro por la alborada dispuesto a llegar al alba y vencerla (3). Como
lo hizo Puccini, Adami y Simoni en el Acto III de la ópera inconclusa Turandot (4).
Nadie se duerma en la madrugada,
pienso cuando inicio la carrera. Nadie se duerma, es una obra que al tararearla
con mi voz aguda en sintonía con la sinfonía
de la madrugada, me doy cuenta que no soy yo quien le canta a la vida sino el
universo quien le canta a mi existencia.
Así inicio la media hora de ejercicio
para poder ver en mi presente un cambio constante y latente.
Movimiento ••
La madrugada no es un silencio negro
ni mucho menos un color lineal. La madrugada es el preámbulo a la luz. La
madrugada es la primera voz del universo que traspasa y hace vibrar a todos los
elementos y seres animados e inanimados, justamente, en el momento de ponerme
en silencio. Inicio a ponerme en silencio y empiezo a disfrutar de la bella sinfonía que vibra por todo mi cuerpo, dándole
rienda suelta a la corrida.
Cuando inicio la divertida carrera por
el campo y la calle de los alrededores del vecindario (5), veo al cielo y sonrío
del asombro que me causa ese primer respiro que entra por mis ojos.
Al levantar la vista al cielo, veo ese
azul oscuro, el gris opaco, el naranja claro y el violeta fuego, y las nubes con
ese color violeta pálido o ese azul desgastado. El cielo entero y sus fenómenos
astronómicos se organizan divinamente para abrazar cada parte de mis poros. Amo
con voluntad y me siento amado con autoridad. El mundo me asombra.
Ante el asombro, puedo ver que existen
colores que nunca antes había imaginado. Por ejemplo, puedo ver el verde negro,
el verde plateado, el verde viento y el verde chay.
¡Sí! El verde chay. Es ese color que
se ve en el pasto luego que la noche lo llena del rocío de la madrugada. Ese
vapor que se transfigura como una sábana de seda cristalina que se coloca tiernamente
sobre el paso. Cada gotita de agua es la inocencia de la luna puesta sobre el pasto verde para cubrirlo del frío. Frente a
este color, imagino cómo la luna posa
su mirada pura y cómo el destello de ese atisbo produce una estupenda luz
blanquecina que nos muestra ese extraño verde chay.
La descripción del verde negro se
puede hacer en unas cuantas palabras: las montañas por la madrugada no tienen
profundidad. Ese es el verde negro de donde nacen la infinidad de colores y sonidos
que trae el viento a mis oídos cuando acelero el paso en la carrera.
El verde viento suena como grandes
timbales que acarician mis oídos cuando doy cada paso subiendo la pendiente con
mi jadeo fuerte. El verde viento empieza con un fuertísimo y concluye en un
decreciendo. Ese verde viento es el que nace del verde negro y sucumbe en la
policromía universal, poco detectada por los ojos. Ese verde viento es el que
llena de color la polifonía de las aves diurnas que no avistamos cuando
empiezan a desquebrajar el alba.
Y de repente, me doy cuenta que mis
pasos también acompañan la sinfonía de la
madrugada, como los pasos de mi hermana quien es mi compañera. Al compás de
la pulsación de mi sangre y encaminado por el respiro de mi corazón, escucho cómo
el preludio de la madrugada estimula mi alma poco a poco.
Movimiento •••
La
sinfonía de la madrugada no tiene un compás determinado. Y si
lo tuviese, fuera cero por cero (o/o) indefinido o, inclusive, una sucesión de
dos ceros (oo) infinito. La sinfonía de
la madrugada es la melodía perfecta que escapa de la mala medición de la mujer
y el hombre.
La humanidad es la medida del mundo, diría Protágoras de Abdera. Lo
cual implica que hemos medido imperfectamente el mundo. Nos hemos dedicado a interpretarlo aproximadamente, medirlo
erróneamente y cambiarlo violentamente, pero no a vivirlo. Y creo que esa es la
primera obligación biológica del ser humano: vivir el mundo.
Y eso es lo que empiezo a realizar en
la madrugada con mi carrera de la alta alborada. Intento vivir el universo con
mis sentidos. Veo el cielo y me enamoro de la vida, aunque aún no he podido
categorizar por completo los diversos colores que detecto con mis pupilas; eso,
por ahora, no me importa.
Cuando avanzo entre el pasto viendo
los montes, el cielo, las montañas, las pocas estrellas y las sombras, me doy
cuenta que no estoy solo y que, a falta de estrellas, las luciérnagas llenan de
luz el campo. Las luciérnagas son las estrellas nacidas de la tierra.
Me acompañan muchas sombras: Los
nawales, digo. Esas sombras se mueven, me observan y me acompañan en cada paso.
Su sonido es como el de un espanto al principio y, luego de mi asombro, me
acostumbro a ellas. Ahora que las puedo mirar, sin ningún temor, les platico. Y
en respuesta, juegan conmigo para animarme en la corrida y alcanzar la mañana.
Y con eso entro de nuevo a mi
silencio. ¡Eureka! Justamente, cuando nuestras abuelas y abuelos nos dejaron
nuestros nawales, no fue para tomarlo como un horóscopo que te muestra el
futuro ni como un recuerdo de sus reminiscencias dichas y finalizadas, sino la
interpretación de cada día amarrado a nuestra animalidad.
Si quiero encontrar a los nawales de
este mundo, veo las sombras y en ellas encuentro al mío. Las sombras se mueven
y me observan al punto de juguetear con mi vista y mi mente. Como toda sombra,
ese nawal siempre me acompaña y sabe muy bien que él es el reflejo de mi ser
multicolor.
Mi nawal es el gato: juguetón,
gracioso, galante, curioso, hábil y querido. Mi movimiento es el camino y mi
luz es el pensamiento simple, sencillo, humilde y receptivo (si quieres saber cómo
te comportas, ve tu animalidad y dilucida tu sombra). Eso me dicta en mi cabeza mi nawal
Kajib’ Ee (cuatro caminos).
Movimiento ••••
Vencer al alba. Esta es la parte más
hermosa de la sinfonía de la madrugada.
Cuando voy en corrida matutina intento configurar y unir en un solo momento
cada sonido que nos da la madrugada. Intento primero con los grillos.
Su canto no se asemeja al chirrido de
algún violín… hay grillos con cantos graves, agudos y dulces. También los hay
con cantos en compás de tres cuartos (3/4), en cuatro cuartos (4/4), en dos
cuartos (2/4) y otros que no puedo descifrar.
Todos los grillos son solistas. Eso lo
noto desde que me percato que cada quien sigue su propio impulso natural. Para
apreciar el sólo de un grillo depende
de qué tanto me acerque a él. Así, cuando corro voy disfrutando el soliloquio
que cada quien me obsequia. Sin embargo, cuando me alejo de su canto, escucho a
toda una sinfónica acompañar al solista.
Luego, intento unir el canto del sólo y la sinfonía de los grillos con el
canto de algún gallo. Hay gallos viejos, gallos adultos y otros tan jóvenes,
que su canto me es agradable por su agudeza. De todas partes provienen los
cantos. Tengo la dicha de que hago la carrera en un barranco con algunos
árboles vivos y muertos. Por eso, puedo escuchar el canto de los gallos que se
encuentran en la cima y otros que se ubican en la sima. Todas las familias
deberían tener un gallo o por lo menos un gallo en cada colonia. Despertar con
el canto de un gallo es preferible al chillar de una alarma electrónica.
Después intento escuchar el viento, el
redoble del río y la caída lenta de las hojas de los árboles. Sé muy bien que
estos son seres inanimados. Pero es impresionante saber que el río, que ahora
se encuentra extremadamente contaminado, aún en su agonía me proporciona vida
con su paso. Las flores de los árboles, que caen muertas, son aún más
impresionantes y maravillosas. Con su aroma nos dan muestra que, aún muertas,
nos regalan amor.
Cuanto escucho todo al mismo tiempo
descubro el canto de la madrugada. Sí, la perplejidad se queda corta, intento
ahora ver los colores del cielo y sentir las caricias de mis músculos caminando,
trabajando uno por uno y ¡zas!, descifro mi cuerpo, la piel se me enchina y
tengo una erección…
En la carrera me pregunto: ¿Por qué Cri-cri,
Ratón vaquero? La madrugada te lo responderá. Y en agradecimiento, me tiro al
pasto, miro al cielo despejado y acompaño a la música del alba con mi chasquida
voz cantando Nessun dorma de Turandot. Exclamo. Por favor, nadie se duerma, salgan a ver cómo se vence al alba...
Andrei Tarkovsky |
El final de la sinfonía se da con la
vocalización angelical de las aves de la mañana que rompen con el alba. ¡He ahí
el porqué se le asemeja al pájaro con la libertad! Su canto introduce ese
sonido a la coraza oscura del alba, desquebrajando la noche, dando paso a la
mañana con los primeros rayos de sol. Sólo me queda el sentimiento de llorar de
alegría. Respiro…
Voy de regreso a casa y pienso: Todas
las madrugadas tienen su propia sinfonía, ninguna se parece a la otra y me
imagino que en un mismo día, como en un mismo momento y dependiendo del lugar
donde cada quien se encuentre, tienen su propia sinfonía. Esta es la mía, la que
yo escucho. Me gustaría saber cómo suena la sinfonía
de la madrugada desde otro lugar. Desde la madrugada y el espacio de quien
lee esta sinfonía.
Me acerco al recinto jadeando por la larga carrera. Veo al cielo y digo: Creo que todo el día, como todos los días enteros, tendrá su musicalidad. Por ahora, este concierto de la vida es el que me estupefacta. Todos los días del mundo son diferentes. Y reflexiono: Como la música de marimba de los gracejos, cada vez que tocan la misma melodía, esta se escucha disímil porque así lo quiere el intérprete, porque así siente él al mundo: asombrosamente diferente. Es en el presente donde se observa el cambio...
Me acerco al recinto jadeando por la larga carrera. Veo al cielo y digo: Creo que todo el día, como todos los días enteros, tendrá su musicalidad. Por ahora, este concierto de la vida es el que me estupefacta. Todos los días del mundo son diferentes. Y reflexiono: Como la música de marimba de los gracejos, cada vez que tocan la misma melodía, esta se escucha disímil porque así lo quiere el intérprete, porque así siente él al mundo: asombrosamente diferente. Es en el presente donde se observa el cambio...
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