POR ARELY CHAMALÉ
Once de la noche.
Inicia el ritual de preparación antes de una salida
por bares y discotecas. Recién cenada, busco la ropa para “lucirme”. Una ducha
larga, peinado diferente para remarcar que es una noche diferente.
Es la una y me dirijo al bar de siempre.
Pido un vodka y veo el arte de la preparación: la
bartender me trae loca.
Vaso más grande que en Guatemala con la cantidad
exacta de hielo. Lo pido con zumo de naranja y disfruto cómo las cáscaras del
cítrico flotan luchando con los minibloques del hielo. Bebo el primer sorbo y
dejo que el alcohol caliente mis entrañas.
Las dos.
Ya tengo un par de bebidas encima. Me he olvidado del
invierno y el calor humano se crece. La música pop suena a todo volumen y las
versiones españolas de casi todas las canciones causan extrañez en mi rostro.
A las dos y cuarto me envuelvo de nuevo para poder
salir a fumar. La niebla ha cubierto a la ciudad y titiritando me llevo el
cigarrillo a la boca. A duras penas siento los dedos. Entro en seguida.
Tres de la madrugada.
El ritmo se ha adueñado de mí. Mi pie baila en el reposapiés. Ahora me encuentro bailando en la pista y suena una canción de merengue.
Mis caderas tienen vida propia.
Son las tres y media, y veo a una pelirroja con unos
amigos. Siento que me ve pero lo dudo. Pasados los minutos me invita a su mesa. Su falda de cuadros y sus medias negras abrazan unas piernas
irresistibles. Me jala a la pista y bailamos. Su cuerpo se acerca al mío y no
sé qué tanto hacer. El alcohol juega bromas conmigo.
A las cuatro de la mañana las luces de la disco se
encienden y dejan ver nuestros verdaderos colores. Ya en la acera fumamos y los
ojos de la chica se meten en los míos. Ella duda si cede ante lo que vio en mí.
Sin tapujos le digo mis intenciones: mi piso está disponible por una noche pero
ella duda, de nuevo.
Caminamos buscando otro lugar, una disco after-party
para seguir bailando y bebiendo.
A las cinco las botellas de cerveza vacías se apilan
en la mesa, llena de abrigos además.
Las seis, al fin, aparecen en el reloj, y mi cuerpo se
siente cansado. Ya no me acomodo a las actividades de los que inician sus
veintes (verlos jóvenes me hace sentir vieja). Me despido frente a mi piso y veo
que ella no cedió ante mi invitación.
Pero son las seis y media, y me desnudo para dormir sola, sin música, leyendo a Bukowski.
Me masturbo pensando en su falda y lo que hay debajo.
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Provocativo y transgresor! Excelente narrativa.
ResponderEliminarGracias. Son experiencias que nunca se olvidan.
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