POR MYRELLA
SAADEH
Si la
educación es un tema que teóricamente no plantea ninguna duda o algún tipo de
discusión o cuestionamiento, la pregunta es: ¿Por qué es un derecho tan negado,
vulnerado y violentado en Guatemala?
Paulo Freire ofrece
algunas pistas para comenzar a dar respuestas a este dilema.
Si se concibe
la educación como un derecho, significa que el educando es un sujeto. Un sujeto
de derechos. Un ciudadano. Sin importar la edad.
Esta condición
de ciudadanía implica que el proceso educativo exige respeto por los educandos,
generalmente niños, niñas y adolescentes, y por los saberes de todos y cada uno
de ellos y ellas, así como por su autonomía.
Entonces es
complejo que en la práctica un currículo nacional sea base para todos,
especialmente en un país tan diverso como Guatemala en donde la ruralidad, la
etnicidad, las diferencias de sexo y edad, así como las condiciones económicas;
exigen que éste se aplique considerando dichas pluralidades.
El currículo
debe ser asumido como un referente, ya que la diversidad marca contrastes que
merecen abordajes diferenciados pero con un mismo principio: respeto.
Lo anterior permite
cuestionarse: ¿Es posible enseñar lo mismo en contenidos y metodología a niños
urbanos y rurales, a niños y a niñas, a indígenas y a ladinos, a niños
empobrecidos y a otros con mejores condiciones económicas, a niñez trabajadora
y a aquellos que sólo se dedican a estudiar, a niñez con discapacidades y a la
que no las tiene (y si las posee son menos limitantes)?
Esta
diversidad de la niñez guatemalteca, además, implica una alta capacidad de sus
maestros, docentes y catedráticos.
En Guatemala
se ha pretendido mejorar y optimizar la formación docente a través de convertir
la formación magisterial en una carrera de nivel universitario, para supuestamente
no quedarse atrás frente a otros países de la región, pero a expensas de cerrar
la carrera magisterial del nivel medio y sin hacer el intento siquiera de
mejorar la formación desde esas escuelas.
Éstas son
valiosas porque durante años generaron promociones de maestros y pedagogos de
altos valores como Carlos González Orellana, Carlos Aldana Mendoza, Marlen
Grajeda o Francisco Cabrera, que ciertamente fortalecieron su preparación
académica en la universidad; pero no sin haber egresado de escuelas públicas o
privadas de formación. Esto les posibilitó ejercer como excelentes maestros a
lo largo de sus vidas.
La universidad
estatal ha puesto de manifiesto que no tiene la capacidad para recibir a los
estudiantes interesados en seguir la carrera magisterial (la Escuela de
Formación de Profesores de Enseñanza Media –EFPEM- de la USAC hace los
preparativos con esos fines), y las privadas manifiestan contar con dicha
capacidad, pero a altísimos costos que los estudiantes no pueden pagar.
Todo lo
anterior sucede en paralelo a que el Bachillerato con Orientación en Educación,
recibió poquísimas inscripciones en 2014 porque su título no faculta ni
acredita para trabajar como maestro o maestra.
En todo caso,
lo que se espera es que los maestros además de ser fundamentalmente personas
preparadas, tengan altos valores como la generosidad y la capacidad de escucha.
Un maestro o maestra que se concibe a sí mismo como un distribuidor de contenidos
o un repetidor de conceptos, y no como facilitador del conocimiento; tiene
errado su camino y vocación.
Un maestro que
no escucha no tiene capacidad de aprender de su principal maestro: el alumno.
El proceso de
facilitar el conocimiento se encamina a la principal acción de la educación: el
cuestionamiento constante del ser empobrecido de la mayoría de niños y niñas de
nuestra Guatemala de hoy, lo que convierte a la educación en una pedagogíaorientada a la permanente liberación de los estudiantes, moviéndolos a la
transformación de sus individualidades, comunidades y del mundo en el que
viven.
Por lo
anterior, la educación es un derecho escasamente ejercitado. Esta es la razón
por la que solamente es vida para aquellos niños y adolescentes que pertenecen
al sector económico, político y social dominante que no le interesa ninguna
transformación del mundo.
Por esa razón
la ciencia y la tecnología, que debieran contribuir a la liberación del ser
humano; no es de acceso para los sectores rurales, indígenas, marginados y
empobrecidos, ni para las niñas o las personas con discapacidades.
He aquí la
verdadera intencionalidad para que en Guatemala se niegue y no se posibilite el
acceso a la educación como un derecho de ciudadanos y ciudadanas que exigen su
liberación permanente, y como un ejercicio de humanización.
MyrellaSaadeh LABERINTO
El nombre de
esta columna es un lugar complejo, desde donde propongo hacer un recorrido por
la situación de la niñez de Guatemala.
Laberinto
pretende explorar rutas y caminos que nos lleven en varias direcciones y que
nos den diferentes salidas para salir del punto muerto, del olvido en el que el
sistema tiene sumergida a más de la mitad de la población guatemalteca: sus
niños, niñas y adolescentes.
Soy psicóloga,
catedrática de la Facultad de Humanidades de la Universidad Rafael Landívar de
Guatemala e investigadora, y soy directora de PAMI, una organización que
promueve los derechos y la participación de la niñez y la adolescencia desde
1989.
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