sábado, 31 de enero de 2015

De Guatemala a Guatepeor







POR ARELY CHAMALÉ
 



Como si para romper el hielo usan la frase ya quemada, los que aquí conocen e identifican mi país, claro está.


Guatemala es un país visto de diferentes colores. El verde de la naturaleza y el azul de sus aguas. Los trajes indígenas y sus diferentes tonalidades. El rojo de los medios de comunicación sobresale entre todos los demás: violencia y delincuencia. Muchos aquí por cordialidad omiten el detalle y unos pocos me lo preguntan en voz baja. Con toda sinceridad yo admito lo que escucho.


Definir a un país que no deja definirse. Nombrar actos y rumbos, bien sea de sus gobernantes como de los mismos ciudadanos; impide a veces mostrar el lado “bonito” de mi país.


Me niego a ser embajadora pero uso una playera azul (azul bandera) en donde sus nueve letras se muestran en negrita. Me faltan las palabras para enumerar las cualidades y sin tapujos les digo las cosas de las que he sido víctima.


Actualmente recibo el sol en la ciudad de Valladolid, ciudad perteneciente a la Comunidad Autónoma de Castilla y León, España. Mis deseos de estudiar en otro país crecieron al hablar con amigos que habían regresado contando sus experiencias, y me dije: Yo quiero lo mismo. Comprobé que una de las ventajas de ser del “tercer mundo” es que las salidas nos las proporcionan de manera casi inmediata mandar una documentación básica. Una carta fue suficiente para estudiar IngenieríaMecánica en España.


Se dice que Valladolid es el lugar en donde se habla el mejor castellano del mundo.


Bebidas y comidas develadas en mi paladar me hacen en muchas ocasiones sentirme en casa.


Saberse en un país en donde se habla español no siempre es tan fácil como se piensa. Un acento tan particular como el de acá choca de sobremanera con el aprendido en casa. Comunicarse con señas es el recurso más usado.


Valladolid es una ciudad con muchas iglesias y mucha religiosidad católica, en donde por vez primera estuve durante toda una misa. ¿El tema? No lo recuerdo. Al lado estaba la chica dueña de las medias negras con la que acababa de follar la noche anterior.


Salir del lugar en donde se tiene el ombligo enterrado no es siempre un acto de cobardía, y quedarse en él no siempre es un acto de valentía. Las escalas de lo bueno y de lo malo se ven opacadas por los deseos y el ego. Es un trozo de madera pesada, oscura y dominante en el ser humano tomar la decisión de buscar vida en otras tierras, en otro continente, en otra cultura muy alejada de la de casa. Tiene sentimientos encontrados.


Llegar al aeropuerto y pensar que todos te ven como si llevaras drogas. Saber que todos lo sospechan, que hay culpabilidad sin siquiera deber nada.


Once horas de viaje agotador en medio de una atmósfera de caos silencioso. Recién escuchadas las noticias de las desapariciones de aviones y cuando te das cuenta, estás pidiendo a alguien en los cielos para que tu avión no sea el siguiente.


Desciendes con la maleta y en la última revisión de documentación, el oficial de Aduanas, ya de manera automática; pregunta el motivo del viaje: Estudios. El encargado no me presta atención porque hay una morena con un trasero y un escote que me duplica en proporciones. Mientras tanto yo tiemblo por un miedo heredado, pero saco mi mejor cara recordándome que no estoy haciendo nada malo.


Luego de miles de escaleras eléctricas y rampas, sigues al rebaño de pasajeros, y debes tomar un tren para que te saque del aeropuerto que es tan grande como la zona 1 y tan colosal como un centro comercial futurista.


Llegar a tierra desconocida en donde los amigos de unos amigos me reciben, da calma momentánea.


Quedo maravillada por las calles y los edificios tan diferentes a lo que acostumbro ver. Ves el montón de torres de apartamentos y los pasos peatonales respetados por lo vehículos, las cañas y las tapas representativas. Pero la soledad de los transeúntes es universal.


Dormir por vez primera en una luna que no es la de Xelajú, llamar a casa y decir que todo salió bien y que no hay motivos para la preocupación. Saberse sola en un lugar del planeta en donde hablas y no hablas el idioma.


Metro. Tren de alta velocidad. Autobuses sin molinete que delimite la movilidad, sino que los usuarios saben que deben pagar y punto.


Abres los ojos del alma y ves que las cosas pueden y deben ser diferentes.


El ritmo de vida ha disminuido, las alarmas no suenan antes de las 7am y el desayuno lo encuentras en las cafeterías aún a la 1pm.


Vas andando a casi todas las direcciones y los bares son los mejores lugares para estar, leer, sentir y conocer.


La noche se alarga hasta bien entrada la madrugada y la gente es cordial hasta donde el clima lo permite. “Agrios”, con esa palabra dicen identificar a los vallisoletanos.


Guatemala sigue impresa en la ciudad, en esta nueva ciudad con plazas, catedrales, fuentes, historias, personajes. La Conquista cumplió su objetivo y esa idea de colonia no se quita como quitarse una basurilla del ojo; no señor. La herencia española es más grande que muchas otras que tenemos. Se ven trocitos de Guatemala y calles con los mismos nombres, incluso.


El cielo lo encuentras con una corriente de viento fresco. Hay niebla lamiendo los edificios y a mi gusto podría haber más árboles, más aves y menos perros.


Ciudad para los ciudadanos y ciudadanos cómodos andando en las aceras o deteniéndose en las vitrinas.


Guatemala me llama a gritos y estoy a un mensaje de distancia. Los medios electrónicos de comunicación permiten las videollamadas que más bien avivan la nostalgia.


La costumbre es el mejor método de esclavitud y el cambio rasga cualquier atisbo de seguridad que se pudiera tener. La cobardía plagada de miedo y los ánimos de los que se quedan libran batallas dentro del corazón. De esa coraza pintada de verde y pecho rojo del quetzal, del amarillo del maíz y café del barro.


¿Que si quiero regresar? A cada momento lo pienso, y mi respuesta es afirmativa sabiendo que digo sí sintiendo no. Salir de la zona de confort es adrenalínico y se requiere quizá de una mente fría.


Eso de hacer nuevos amigos es complicado. No muchos entienden la soledad y otros quieren sacarte de ese estado elegido.


Cuando enciendo el primer cigarrillo del día, bebo un sorbo de café (guatemalteco, porque aquí se reconocen esos granos molidos con nivel gourmet) y veo al cielo. Un cielo que no lo siento propio y no quiero llegar a sentirlo. Mi sentido de pertenencia me grita de dónde soy, de dónde vienen mis raíces y sentí una cachetada ruda cuando me dijeron: “No pareces de Guatemala”. ¿Cómo es alguien de Guatemala entonces?


La identidad la llevo en el pasaporte por lo visto, pero la idea de pertenencia ronda mi cabeza día con día. ¿Quién soy y cómo debería ser? Caminaré por más aduanas para entenderlo porque realmente no sabía que no lo sabía.




Estudiante de Ingeniería Mecánica de la USAC y egresada de la ETMA. “Los contrastes muestran cada día dicotomía en los seres humanos”.
He visto la mayoría de mis amaneceres en el lado norte de la ciudad de Guatemala, sobre la carretera Jacobo Árbenz, al lado de árboles y aves que me recuerdan la importancia de la vida.
Mi llegada a las letras fue por un desamor en la adolescencia.
Llamada Arely desde siempre, aunque pocos conocen mi nombre.
Amante de las letras y del arte en general. Las imposiciones se pueden y deben ir al carajo.
Me describen como agria, ácida y silenciosa. Procuro no gastar mis energías con personas vacías.
Mi mejor escuela es la vida.
No se debe caminar en círculos, por lo menos no en los mismos.








Foto: perfil de Facebook.  
 










 

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