POR ARELY CHAMALÉ
En una reunión de comida que tuvimos con unos amigos
internacionales (México, Chile, Rusia y Guatemala), la
comida fue uno de los temas principales.
Mi amigo compatriota debatía que si los tamales son
guatemaltecos o de dónde son. A su defensa, salió la chica mexicana diciendo:
“Pero si en México también los tenemos”.
La comida es de quien la hace. Ya si quieres le pones
nombre y apellido para hacer la salvedad de que es tu versión del platillo.
La identidad es un conjunto de varias situaciones, y
en la distancia se busca hacer ver que Guatemala es más cosas que las que salen
en los medios de comunicación; pero muchas veces lo que mostramos es un grito
eterno y necio y pueril diciendo: ¡Hey, acá estamos!
FOTOS ANTIGUAS DE GUATEMALA, Facebook |
Los chuchitos, los tamalitos, los recados y la pepita;
olores-sabores-texturas que manan del recuerdo a cada momento en que vas a
hacer la compra.
Entras a la frutería y buscas los ingredientes con los
que creciste. De lejos buscamos los sabores de la niñez, los sabores de la
casa, los sabores de las reuniones familiares. Casi imposible encontrarlos en
el viejo mundo. Como los caldos de gallina del Mercado Central no hay otros; y
las tostadas con guacamol o salsa nunca saben igual en otro país.
Los sabores nos dan historia y propiedad, y sólo en el
paladar de cada persona es que se hace la identificación. Los caldos y guisos
de mi madre, nadie más que mi madre los puede hacer.
En la distancia nos aferramos a lo que creemos que nos
hace ser guatemaltecos: ir a comprar una barra de pan no es lo mismo que ir por
Q5 de pan francés, o ir por patatas (o papas), plátanos de Canarias o bananos.
Los colores de las verduras tienen vida, sentir los granos de frijol entre los
dedos cuando metes la mano en los costales. Todo esto nos recuerda bien una
cena o cuando íbamos al mercado San Martín y nos acomodábamos el costalito en
el lomo.
Guatemala se lleva en el estómago, es en donde sientes
las emociones, y eso; jamás cambiará.
Arely Chamalé
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