lunes, 31 de octubre de 2016

Criticando al indio

POR JESUS ABAC



Severo Martínez Peláez, en su trabajo ¿Qué es el indio?, dibuja a un individuo desprovisto de reacción; un ser inactivo, producto de la colonia. Nos dice que el indio no siempre fue indio. Aseveración correcta, ya que previo a ser denominado así, atendía a una identidad de k’iche’ winaq [1]

Severo Martínez Peláez. Foto:Wikiguate

El “indio”, nos dice, es un “fenómeno colonial prolongado mucho más allá de la independencia por la perduración de las condiciones económicas y las presiones de todo tipo que lo habían modelado originalmente” (Martínez Peláez, 1999). Fue visto como un individuo que asimiló concretamente todas las condiciones que la invasión y la colonia le implantó por absoluto, y escribe: “Aquella reorganización de mediados del siglo xvi exigió, empero, el desmantelamiento total de los antiguos poblados extensos, sede de la vida prehispánica, y la creación de los pueblos de indios -también llamada en aquel período ‘reducciones’- que fueron el molde de la nueva vida colonial que se iniciaba” (Martínez Peláez, 1999).

De ahí varias observaciones sobre la inferioridad económica, social y cultural de los indígenas de la prehispanidad, considerando al invasor como el ente activo, creativo y recreativo de la realidad colonial [2]. Martínez Peláez expone a un invasor provisto de razón, diligencia, responsabilidad y entendimiento al describir a los funcionarios “que dirigieron aquella vasta empresa comprendieron…” su papel directivo en la Colonia [cursivas propias]. Severo no pudo liberarse de la idea dominante del racismo y de su papel civilizador, su pensamiento progresista liberador le jugó una doble vuelta, su postura homogenizante era tan opresora como la homogeneización del capitalismo que posteriormente buscará la actual globalización. Pese a su postura, desprevenidamente demuestra un vacío en su análisis al no incluir dentro de este al “conjunto de creencias mágico-religiosas” que diría: “no nos interesa señalar aquí” (Martínez Peláez, 1999), y tampoco hacer “énfasis en su estructura social” que en su momento indica “es poco conocida” (Martínez Peláez, 1999)

Martínez Peláez deja de lado que la interpretación de la realidad es a través del pensamiento concretado en palabra y en las creencias, y que mucha de la estructura social colonial no fue una chispa de inteligencia del invasor colonizador, sino una estrategia del colonizado al observar que era “indispensable una autoridad pequeña, barata, local” y fue conforme a la negociación política que se colocaron los “cabildos en manos de los caciques prehispánicos, quienes tenían un prestigio y una autoridad tradicional”.

Es importante recordar que la visión económica prehispánica se basaba en un sistema de tributos que se realizaban en distintas jerarquías con una propiedad de tierra familiar, destinada a los ajpop. Con la invasión y la colonia, dicha estructura tributaria no respondía a la estructura de los ajpop, sino al ayuntamiento y a la Corona española. Tal como lo muestra Severo al explicar que el “...régimen adoptado después por la dominación española: seguramente esta respetó y aprovechó” algunas formas económicas de la prehispanidad. La dominación no fue del todo absoluta, tanto en la economía, en la sociedad y como en el pensamiento.

Por ejemplo, el hecho de que caciques o “cabezas de calpul” ingresaran a la estructura social de la colonia en donde ejercieron ciertos cargos de cabildo o de “indios privilegiados”, fortaleció de cierta manera el resguardo de algunas prácticas económicas.

Pese a que muchas veces los “indios” de esos tiempos sufrieron la opresión, el racismo, el atropello de sus percepciones del mundo como inferiores, en donde los indios comunes “tenían parcelas que trabajaban en forma individual para subsistir y para tributar”, en estas pequeñas porciones de tierra ejercieron su visión de la vida económica, y no siendo este el objeto de encubrimiento de su forma de vida, sino también en aquello que Severo no quiso analizar (ni tampoco pudo entender), como es la estructura social prehispánica que se mantuvo ante un nuevo régimen tributario.

Sin embargo, Martínez Peláez, pese a presentar un análisis en donde el indio es pasivo, reconoce en cierta manera lo reaccionario de dicha “raza” en los períodos previos a la independencia de los criollos de la Corona. Los motines de indios no tienen como causa la opresión que vislumbran en el criollo y la corona sino por “los abusos de [] indios nobles investidos de autoridad”. Por lo que el “indio” no reconoció su papel como tal, siempre permaneció con la idea de k’iche’, el que fue únicamente para el criollo y posteriormente el ladino, la justificación para su sojuzgamiento y explotación y mantenimiento del modelo colonial. El k’iche’, por su parte, se mantuvo como ente activo en la colonia buscando estrategias tanto políticas como de resistencia para la defensa de su perspectiva de vida, de su vida económica y social.

Porque el indígena no es una manifestación más del quietismo histórico, sino como la voluntad humana que explica Plejánov y que “concuerda perfectamente con la más energética actividad práctica” (Plejánov, s/f). En esta caso, el individuo tiene toda la posibilidad “psicológica de contribuir a ello o a contrarrestarlo” (Plejánov, s/f).

El indígena, como individuo y colectividad, donde “toda actividad constituye un eslabón indispensable en la cadena de los acontecimientos necesarios” (Plejánov, s/f), y donde el “indio” en el proceso de la invasión y la colonia tenía lo que Plejánov indica como “incapacidad de permanecer inactivo”. El “indio”, ante una forma de modelo económico tenía esa incapacidad de inactividad y por ende contribuir a su desarrollo, pero también a contrarrestar su opresión. Porque el “indio” no fue inactivo sino que siempre su “aspiración e ideales [fueron] una expresión subjetiva de la necesidad objetiva” (Plejánov, s/f). Creando ese “carácter general de su época [que] es para el gran hombre ‘una necesidad dada empíricamente’ (Plejánov, s/f).

Este ensayo no tiene como objeto profundizar y hablar del criollo, del mestizo y el ladino, sino profundizar, tal como se le conoció en ese período histórico, al “indio”. Guzmán-Böckler [3] y Martínez Peláez [4] presentan aportes sobre dichos actores durante la colonia. El primero, quien nos muestra una economía colonial dirigida por lo que él llamo “ladino” y basada en la dependencia a una metrópoli, con poca originalidad en su acción, ya que respondía a su admiración de lo extranjero. Guzmán-Böckler nos explica:

“A lo largo de su historia va otorgando su adhesión a la metrópoli de turno, según el juego de los intereses económicos internacionales, los cuales siguen una dinámica que no corren parejo con los préstamos en materia intelectual, ideológica…” (Guzmán-Böckler & Herbert, 1970).

En tal sentido, tenemos a un individuo activo (ladino) con circunstancias materiales y espirituales de la colonia a su favor, que organiza su modelo económico y social según influencias de la metrópoli, usurpando ideas del extranjero para su organización social, las cuales impone como absolutas y superiores sobre otras consideradas inexistentes o inferiores. Y por otra parte, a un k’iche’ activo con todas las circunstancias objetivas y subjetivas en su contra, que resiste y, de manera estratégica, entremezcla su nueva realidad con cada objeto material e ideas con sus percepciones arraigadas, esto debido a su sentido de pertenecer a un lugar, ya que dicho espacio de vida es el único que conoce y en el cual se desenvolvió, desenvuelve y desenvolverá su accionar humano (Freire, 1969). Pese a esta trama, el k’iche’ rescata sus valoraciones económicas esenciales y superfluamente las encubre con ideas del otro modelo económico, sin dejar que este nuevo modelo dañe en esencia su quehacer económico, organización social e interpretación del mundo objetivo.

De esta forma, se presencia el inicio del germen para la formación de un modelo de interpretación de la realidad, de la producción material y su organización social desde el propio territorio. Un modelo económico y social indígena y ahora popular... 


[1] Quichelenses.
[2] Reproduce y argumenta Severo la idea del opresor Fuentes y Guzmán: “dichos sea de paso, no disponían los nativos de algo que pueda llamarse escritura”. Vasto análisis pictográfico y antropológico demuestra que su escritura estaba en proceso complejo de desarrollo. Al asegurar que la cultura, y por ende, su interpretación del mundo: “fue y sigue siendo una cultura pobre”.
[3] Quien en su libro Guatemala, una interpretación histórico-social, se ensaña en hablar del ladino y considera la existencia de criollos hasta 1821.
[4] Quien ve en el ladino a la clase diligente, analiza y critica fuertemente al “indio” y al criollo en los libros ¿Qué es el indio? y en La Patria del Criollo.  

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Jesus Abac                CAMINOS


Soy un animal que intentó adaptarse y sobrevivir a través de intelectualización y racionalización, lo cual pretendo ahora negar. Soy Manuel Poroj


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