El “indio”, nos dice, es un “fenómeno colonial
prolongado mucho más allá de la independencia por la perduración de las
condiciones económicas y las presiones de todo tipo que lo habían modelado
originalmente” (Martínez Peláez, 1999). Fue visto como un
individuo que asimiló concretamente todas las condiciones que la invasión y la
colonia le implantó por absoluto, y escribe: “Aquella reorganización de
mediados del siglo xvi exigió, empero, el desmantelamiento total de los
antiguos poblados extensos, sede de la vida prehispánica, y la creación de los
pueblos de indios -también llamada en aquel período ‘reducciones’- que fueron
el molde de la nueva vida colonial que se iniciaba” (Martínez Peláez, 1999).
De ahí varias observaciones sobre la
inferioridad económica, social y cultural de los indígenas de la prehispanidad,
considerando al invasor como el ente activo, creativo y recreativo de la
realidad colonial [2].
Martínez Peláez expone a un invasor provisto de razón, diligencia,
responsabilidad y entendimiento al describir a los funcionarios “que dirigieron aquella vasta empresa comprendieron…” su papel directivo en la Colonia [cursivas propias]. Severo no pudo
liberarse de la idea dominante del racismo y de su papel civilizador, su
pensamiento progresista liberador le jugó una doble vuelta, su postura
homogenizante era tan opresora como la homogeneización del capitalismo que
posteriormente buscará la actual globalización. Pese a su postura,
desprevenidamente demuestra un vacío en su análisis al no incluir dentro de
este al “conjunto de creencias mágico-religiosas” que diría: “no nos interesa
señalar aquí” (Martínez Peláez, 1999), y tampoco hacer
“énfasis en su estructura social” que en su momento indica “es poco
conocida” (Martínez Peláez, 1999).
Martínez Peláez deja de lado que la
interpretación de la realidad es a través del pensamiento concretado en palabra y en las creencias, y que mucha de la estructura social colonial no fue una
chispa de inteligencia del invasor colonizador, sino una estrategia del
colonizado al observar que era “indispensable una autoridad pequeña, barata,
local” y fue conforme a la negociación política que se colocaron los “cabildos
en manos de los caciques prehispánicos, quienes tenían un prestigio y una
autoridad tradicional”.
Es importante recordar que la visión económica
prehispánica se basaba en un sistema de tributos que se realizaban en distintas
jerarquías con una propiedad de tierra familiar, destinada a los ajpop. Con la invasión y la colonia,
dicha estructura tributaria no respondía a la estructura de los ajpop, sino al ayuntamiento y a la Corona
española. Tal como lo muestra Severo al explicar que el “...régimen adoptado
después por la dominación española: seguramente esta respetó y aprovechó” algunas
formas económicas de la prehispanidad. La dominación no fue del todo absoluta,
tanto en la economía, en la sociedad y como en el pensamiento.
Por ejemplo, el hecho de que caciques o
“cabezas de calpul” ingresaran a la estructura social de la colonia en donde
ejercieron ciertos cargos de cabildo o de “indios privilegiados”, fortaleció de
cierta manera el resguardo de algunas prácticas económicas.
Pese a que muchas veces los “indios” de esos
tiempos sufrieron la opresión, el racismo, el atropello de sus percepciones del
mundo como inferiores, en donde los indios comunes “tenían parcelas que
trabajaban en forma individual para subsistir y para tributar”, en estas
pequeñas porciones de tierra ejercieron su visión de la vida económica, y no
siendo este el objeto de encubrimiento de su forma de vida, sino también en
aquello que Severo no quiso analizar (ni tampoco pudo entender), como es la
estructura social prehispánica que se mantuvo ante un nuevo régimen tributario.
Sin embargo, Martínez Peláez, pese a
presentar un análisis en donde el indio es pasivo, reconoce en cierta manera lo
reaccionario de dicha “raza” en los períodos previos a la independencia de los
criollos de la Corona. Los motines de indios no tienen como causa la opresión
que vislumbran en el criollo y la corona sino por “los abusos de […] indios nobles
investidos de autoridad”. Por lo que el “indio” no reconoció su papel como tal,
siempre permaneció con la idea de k’iche’,
el que fue únicamente para el criollo y posteriormente el ladino, la
justificación para su sojuzgamiento y explotación y mantenimiento del modelo
colonial. El k’iche’, por su parte,
se mantuvo como ente activo en la colonia buscando estrategias tanto políticas
como de resistencia para la defensa de su perspectiva de vida, de su vida
económica y social.
Porque el indígena no es una manifestación más
del quietismo histórico, sino como la
voluntad humana que explica Plejánov y que “concuerda perfectamente con la más
energética actividad práctica” (Plejánov, s/f). En esta caso, el
individuo tiene toda la posibilidad “psicológica de contribuir a ello o a
contrarrestarlo” (Plejánov, s/f).
El indígena, como individuo y colectividad,
donde “toda actividad constituye un eslabón indispensable en la cadena de los
acontecimientos necesarios” (Plejánov, s/f), y donde el “indio”
en el proceso de la invasión y la colonia tenía lo que Plejánov indica como “incapacidad de permanecer inactivo”. El “indio”,
ante una forma de modelo económico tenía esa incapacidad de inactividad y por
ende contribuir a su desarrollo, pero también a contrarrestar su opresión.
Porque el “indio” no fue inactivo sino que siempre su “aspiración e ideales
[fueron] una expresión subjetiva de la necesidad objetiva” (Plejánov, s/f). Creando ese “carácter
general de su época [que] es para el gran hombre ‘una necesidad dada empíricamente’” (Plejánov, s/f).
Este ensayo no tiene como objeto profundizar y
hablar del criollo, del mestizo y el ladino, sino profundizar, tal como se le
conoció en ese período histórico, al “indio”. Guzmán-Böckler [3] y Martínez Peláez [4] presentan aportes sobre
dichos actores durante la colonia. El primero, quien nos muestra una economía
colonial dirigida por lo que él llamo “ladino” y basada en la dependencia a una
metrópoli, con poca originalidad en su acción, ya que respondía a su admiración
de lo extranjero. Guzmán-Böckler nos explica:
“A lo largo de su historia va otorgando su
adhesión a la metrópoli de turno, según el juego de los intereses económicos
internacionales, los cuales siguen una dinámica que no corren parejo con los
préstamos en materia intelectual, ideológica…” (Guzmán-Böckler & Herbert, 1970).
En tal sentido, tenemos a un individuo activo (ladino) con circunstancias materiales y espirituales de la colonia a su favor,
que organiza su modelo económico y social según influencias de la metrópoli,
usurpando ideas del extranjero para su organización social, las cuales impone
como absolutas y superiores sobre otras consideradas inexistentes o inferiores.
Y por otra parte, a un k’iche’ activo con todas las circunstancias objetivas y
subjetivas en su contra, que resiste y, de manera estratégica, entremezcla su
nueva realidad con cada objeto material e ideas con sus percepciones
arraigadas, esto debido a su sentido de pertenecer a un lugar, ya que dicho
espacio de vida es el único que conoce y en el cual se desenvolvió, desenvuelve
y desenvolverá su accionar humano (Freire, 1969). Pese a esta trama,
el k’iche’ rescata sus valoraciones
económicas esenciales y superfluamente las encubre con ideas del otro modelo
económico, sin dejar que este nuevo modelo dañe en esencia su quehacer
económico, organización social e interpretación del mundo objetivo.
De esta forma, se presencia el inicio del germen
para la formación de un modelo de interpretación de la realidad, de la
producción material y su organización social desde el propio territorio. Un
modelo económico y social indígena y ahora popular...
[1] Quichelenses.
[2] Reproduce y argumenta Severo la idea
del opresor Fuentes y Guzmán: “dichos sea de paso, no disponían los nativos de
algo que pueda llamarse escritura”. Vasto análisis pictográfico y antropológico
demuestra que su escritura estaba en proceso complejo de desarrollo. Al
asegurar que la cultura, y por ende, su interpretación del mundo: “fue y sigue
siendo una cultura pobre”.
[3] Quien en su libro Guatemala, una interpretación histórico-social,
se ensaña en hablar del ladino y considera la existencia de criollos hasta
1821.
[4] Quien ve en el ladino a la clase
diligente, analiza y critica fuertemente al “indio” y al criollo en los libros ¿Qué es el indio? y en La Patria del Criollo.
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Jesus Abac CAMINOSSoy un animal que intentó adaptarse y sobrevivir a través de intelectualización y racionalización, lo cual pretendo ahora negar. Soy Manuel Poroj |
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