POR DULCINEA GRAMAJO
Hace algunos años asistí a un curso de Apreciación Cinematográfica a la Cinemateca Universitaria que, más que un curso, era una especie de club de cine en donde se proyectaban cortos de películas y luego se comentaban.
En cierta ocasión llegué como de costumbre, no sin antes haber tenido una digna escaramuza con un exnovio de aquellos tiempos. Así que lo que menos ocupaba mi mente en ese momento era lo que se estaba transmitiendo en la pantalla que, para mi desgracia o fortuna; era nada más y nada menos que Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel en colaboración con Salvador Dalí. Vaya película "light" para la ocasión...
Para ser honesta, yo sólo veía una secuencia
de imágenes delirantes, oníricas y perturbadoras. Al finalizar
la película, el moderador del curso que a su vez era el director
de la cinemateca, se dirigió hacia
mí y me preguntó cómo me había parecido la película.
Recuerdo que me
quedé perpleja y balbuceante porque yo no había entendido
nada y por lo tanto no podía emitir ninguna opinión
al respecto. Yo
sólo quería soltar en llanto y decirles
a todos los presentes al mero estilo Juan Gabriel: " Yo no nací para amar/nadie nació para mí/tan sólo fui un loco soñador…".
Afortunadamente guardé la poca compostura que me quedaba y no incomodé ni aburrí a nadie con mis tormentosas historias de amor.
Lo que sí sucedió, es que a partir de ese momento me quedé con la interrogante en la cabeza de si acaso todas las películas de Buñuel eran así de locas. Así que me di a la tarea de investigar y me topé con su memorable película de 1950 que le valió el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1951: Los olvidados. Y para mi sorpresa era algo completamente diferente (en apariencia) a Un perro andaluz.
Digo “en apariencia”, porque en las películas de este señor siempre van a estar muy presentes el surrealismo, el simbolismo y esa fijación y culto que Buñuel tenía hacia la muerte, que al menos en Un perro andaluz y en Los olvidados los representa con un perro.
“Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”, fragmento de Mi último suspiro (1982), libro de conversaciones entre Buñuel y el guionista francés Jean-Claude Carrière.
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Los olvidados es una película que retrata la realidad cruda y sin ningún tipo de maquillaje de un barrio marginal de México donde la vida se ensaña con los más desposeídos y no existe maniqueísmo. Todo es circunstancial.
Los personajes: Pedro, Jaibo, Ojitos, Julián y Meche, entre otros, tan solo son chicos que han agudizado su instinto de supervivencia en medio de la crisis y la más desoladora miseria, que es madre por antonomasia de la violencia, delincuencia y tantos otros vicios que sólo son el reflejo de sociedades que condenan al olvido a los menos afortunados; convirtiéndolos en personajes en donde la moral y las buenas costumbres son un chiste muy mal contado en la atrocidad de un mundo que les dio la espalda.
Sin embargo, a pesar de tanto infortunio, la historia está impregnada de muchos momentos de humor en donde el espectador (al menos en mi caso) pasa del nudo en la garganta a la carcajada como un bipolar, confirmando aquel dicho que dice que del exceso de tragedia surge la comedia.
No puedo evitar ver Los olvidados sin asociarla, tal vez inconscientemente, con películas como Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959) de Marcel Moussy y François Truffaut o incluso con La naranja mecánica. Quizá Pedro, Antoine Doinel y Alex DeLarge en escenarios muy diferentes, comparten el ímpetu de rebeldía que los lleva a delinquir, a convertirse en víctimas de sí mismos y a ser los antihéroes.
Pedro y Doinel comparten la similitud de que son despreciados por su madre. DeLarge y su pandilla, en una escena de La naranja mecánica, atacan salvajemente a un viejo borracho vagabundo tan sólo por placer y sadismo, así como Pedro y Jaibo atacan a un ciego (don Carmelo) para robarle.
Pero si hay un personaje que me recuerde a los chicos de Los olvidados, es sin duda Lázaro de Tormes. Personaje principal de la novela Lazarillo de Tormes que relata de manera autobiográfica su mísera vida.
'El Garrotillo' (hacia 1808-1812), de Francisco de Goya, identificado como una escena del 'Lazarillo de Tormes', El País
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Quizá lo que más me afectó de esta película fue el desenlace; uno tan mal acostumbrado al “happy-end” del cine hollywoodense que no da crédito a un final así… Yo misma pequé de incauta al pensar que había descargado mal la película, así que fui a cerciorarme de que en efecto hubiese terminado. Cuando me acerqué al televisor vi en un color muy tenue, casi imperceptible, la palabra “FIN”, y al fondo un niño rodando por un basurero.
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Dulcinea Gramajo LA BUTACA DE TERCIOPELO
Cinéfila, coleccionista de palabras. Una chica Almodóvar: Un poco lista, un poquitin boba… |
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