POR CHRISTIAN RODRÍGUEZ
De niño solía ir con mis
amigos a ver pasar el tren cerca de mi casa a la salida de la capital por la
ruta al Atlántico. ¡Tremenda máquina! Producía un
sonido ensordecedor y una nube gigantesca de tóxico humo negro.
No recuerdo la edad, tal vez
tenía 10 ó 12 años. Decidimos seguir esas interminables vías que sabíamos se
iban retorciendo entre túneles y barrancos. Pero no llegamos muy lejos. El
primer puente de madera nos detuvo.
El puente, que en ese entonces
me pareció descomunal, parecía estar suspendido en el aire a más de 100 metros
de altura. Los durmientes estaban tan separados entre sí, que la sensación de
caída libre era inminente. Eso nos aterró y decidimos regresar. Pasaron más de
20 años para que regresara a ese lugar.
Durante tantos años, día tras
día mientras esperaba en el tráfico sobre el puente Belice, observaba
maravillado ese otro puente paralelo de madera y hierro que se eleva sobre un
cementerio, cientos de covachas y un río de aguas negras. El puente Las Vacas.
Hacía muchos años que el tren había
dejado de funcionar después de que el gobierno de Arzú lo privatizara. Ahora sólo
quedan recuerdos y sueños de volver a viajar en ese ferrocarril de rústicos
vagones. Aunque suene absurdo, extrañamos hacer un viaje de 12 horas desde la
capital hasta Zacapa, cuando lo podíamos hacer en un bus en menos de 2. Y es
que lo que se hace lento suele ser más delicioso, como cocinar o hacer el amor.
El mejor recuerdo que tenía
del viaje eran los paisajes, bosques, montañas, ríos, barrancos, pequeñas aldeas,
túneles y hermosos puentes. A finales de octubre de 2008 me entró la nostalgia.
Una de esas que nos vienen una y otra vez a las personas que solemos viajar a
las montañas o hacer senderismo, porque nos dan mucho tiempo para pensar. Así
que me fui al Museo del Ferrocarril a llenarme nuevamente de esa magia.
Dos días más tarde regresé al
museo. En esa ocasión no entré; sino que en solitario emprendí un viaje que no
sabía en dónde iba a terminar.
Me acompañaba mi mochila de
escalada y un poco de equipo porque no sabía lo que encontraría más adelante. Fui
siguiendo la línea férrea sobrepasando los interminables durmientes de madera.
Lo único que sabía era que quería llegar lejos, muy lejos. Era un viaje que me
llevaba a ninguna parte. Eso era lo que buscaba precisamente. Ninguna parte. Sin
metas, ni cimas, ni récords… nada. Sólo quería seguir. Y ese fue el inicio de
un recorrido a pie de más de 250 kilómetros en solitario.
Los primeros fueron entre las
sucias calles de la zona 1, algunos edificios antiguos, descuidados y
abandonados; y calles atestadas de vehículos. Pero antes de llegar a la zona 6, me
dio un poco de «cheles». Me acercaba al área conocida como “La Línea”, un ambiente
que sulfura pobreza extrema adornada de prostitución, drogas y alcoholismo. Había
muchos niños por ahí jugando, corriendo y saltando entre el barro.
Me topé con un durmiente que
no era de madera. En realidad era un humano, o lo que quedaba de él. Se trataba
de un borracho con la ropa vomitada y orinada. Supongo que le habrán robado los
zapatos. Aún tenía los calcetines puestos. En su rostro se arremolinaban moscas
y él sin inmutarse.
Otro borracho era sacado a
patadas de un cuartucho de lámina mientras varias prostitutas lo insultaban.
Una muchacha joven se me acercó, estaba bastante demacrada la pobre; y me dijo
algo muy tierno:
-¿Querés chimar conmigo?
Después de pasar bastante
nerviosismo y miedo de no sé ni por qué (ni siquiera me atreví a sacar la
cámara para tomar fotos), por fin salí de la zona 1 y me interné en la zona 6.
Pasé por un lavadero comunal,
hoy en día reemplazado por una cancha de baloncesto. Le seguía el Pemem y luego
el mercado San Martín, en donde en algún momento perdí la línea férrea entre puestos de venta de
frutas, verduras, antigüedades, ropa usada, jugos, celulares y películas
pirata. Estaba ansioso, cerca de mi
primer gran obstáculo: el puente Las Vacas.
Estaba solo, parado frente a él. Es
un puente de más de 200 metros de largo, más de 100 de alto y más de un
siglo de antigüedad. Le debía mucho respeto. Los durmientes, muy bien
conservados a pesar de los años, están separados varios centímetros, y mi
pie, a pesar de ser pequeño; no cabría entre ellos. Pero estar ahí arriba
viendo directamente hacia el precipicio daba la sensación de que caería entre
ellos y me iría hasta el fondo.
Christian Rodríguez |
El viento soplaba, no tan fuerte en realidad,
pero lo suficiente para darme más desconfianza. Hacía frío pero yo iba
sudando. Avanzaba lento, poco a poco, durmiente tras durmiente. Me temblaban
las piernas. Llevaba largo rato con esa sensación cuando levanté la mirada
y apenas había llegado a la mitad del trayecto.
Me detuve a apreciar la
panorámica, era impresionante. El puente Belice, más abajo y paralelo al de Las
Vacas; se mira pequeño. Dirigí mi vista hacia abajo, mirando a través de los
durmientes, y allí al fondo estaba la Calzada de la Paz. Los carros se veían
diminutos y aproveché para sacar un par de fotos. Por fin llegué al final.
¡Vencí mi temor!
Puente "El Fiscal" |
Mi sorpresa sería mayúscula al darme cuenta que durante todo el viaje, el puente
Las Vacas sería uno de los puentes más sencillos de atravesar.
Pasé por atrás de una
constructora y me salieron al paso dos policías privados. ¿Que qué estaba
haciendo por aquí? Pues mi respuesta era lo más obvio:
-Caminando.
Como no entré en el terreno de
la empresa me dejaron pasar.
-Loco pisado -alcancé a
escuchar a uno de ellos decir.
Al menos no me dispararon.
Porque en Guatemala le disparan a cualquiera que se muestre libre.
Pasé por las zonas más
«peligrosas» de la ciudad, en la zona 18, o sea cerca de mi casa. Mucha pobreza
se concentra por ahí. Pero tiene su encanto. Aproveché para comprar leche de
cabra al pie de la cabra mientras estaban pastando cerca de Pinares del Norte.
Pasando Llano Largo, un gran
descubrimiento. Encuentro a un antiguo maquinista. Me enseña, cerca de El
Fiscal; un monumento que antiguamente tenía cuatro placas de bronce con el
himno nacional en relieve (se conserva uno en el Museo del Ferrocarril). Me lleva
a un paredón cerca de un puente, y con un machete quita la maleza para
descubrir un escudo nacional de más de 100 años labrado en piedra por los
constructores de la línea férrea. Está abandonado y bastante deteriorado. Y es
así como se cuida el patrimonio histórico y cultural del país.
Llegué a los puentes curvos,
impresionantes, con vistas fabulosas. El puente estaba en perfecto estado, al
menos en esa ocasión. Regresé un año más tarde y lo habían incendiado para
robarle gran parte de la estructura.
Cientos, miles, millones de
piezas de obsidiana adornaban los terrenos circundantes. Cerca estaba de llegar
a Aguas Calientes, y antes de atravesar un hermoso túnel de unos 100 metros de
largo tuve que atravesar dos impresionantes puentes, probablemente los más bellos
que haya visto en todo el recorrido.
Llegué por fin al kilómetro 34
de mi recorrido. Al puente que se eleva sobre Aguas Calientes le faltan varios
durmientes, por lo que hay que ir con mucho cuidado. De repente casi me
atropella un señor con una carga enorme de leña, pasó gritándome que me
quitara.
Y así terminó el primer día de
viaje, de 15 en total, recopilando historias de personas que me fui encontrando
por el camino.
Continuará…
Continuará…
Christian Rodríguez DE SIMAS Y CIMAS
Nací en 1976. Crecí en la zona 18
influenciado por la pobreza, las injusticias sociales, la falta de
oportunidades y la constante amenaza de la violencia de la guerra y las
pandillas.
Para escapar me fui a probar suerte a
las montañas.
Más de 400 ascendidas en Europa, África
y América.
Entrené muy duro: «Potencia» acarreando
agua hasta mi casa. «Resistencia» colgándome de las ventanas de viejos
autobuses para ir a estudiar y trabajar. «Velocidad» huyendo de la delincuencia
común.
Migré a tierras vascas (2009) siguiendo el amor.
Soy guía de montaña titulado en Europa, conferencista,
galardonado escritor y fotógrafo.
Además, presidente de una ONG con
proyectos de cooperación y becas estudiantiles en Guatemala y
organizador de programas de montañismo para migrantes, personas con
discapacidad o sin hogar.
«Guatemalteco Ilustre 2014» aunque no sé por qué sinceramente. De «ilustre» no tengo nada y de
«guatemalteco» me queda poco. Me considero ciudadano del mundo.
|
Amigo Christian seguramente usted escribe con el hemisferio y la mano izquierda, porque sencillamente me sorprende.
ResponderEliminarMe gustó mucho el relato Christian, yo tuve aún la fortuna de viajar en tren de la capital a Zacapa y por el lado sur occidente hasta Patulul. Maravillosos recuerdos.
ResponderEliminarDonde durmio ????
ResponderEliminarEspero con ansias la siguiente etapa.
Hola Christian!
ResponderEliminarTu historia ha sido de mucha inspiración. Tres amigos y yo decidimos emprender el viaje el 26 de diciembre de este año.
Muchas gracias por compartir tu historia, cualquir consejo será de enorme ayuda.
Un abrazo,
Luis Florian