POR ALVARO ARMAS
En
esta época vacía caracterizada por el desencanto donde nada permanece; donde
todo se escurre por los dedos y no se queda con nosotros; en esta realidad que
se desvanece carente de esencia y que deja en evidencia el vacío existencial
que todos parecemos llevar; yo me pregunto: ¿Para qué pensar críticamente, para
qué escribir? ¿Para qué se analizan los temas políticos, sociales y culturales
que nos aquejan? ¿Para qué? Si sabemos de sobra que para donde se voltee, parece
que todo se desmorona porque nada es sólido y mucho menos sagrado, y donde lo
único sólido y sagrado son las mercancías y el empujo del consumo, apariencia
de lo único que “puede llenar”.
Para
qué hacerlo; si parece que sólo el acto de escribir es algo sexy o de moda,
donde se ha convertido la palabra en una más en la lista de mercancías que
se compran y se venden en el mercado.
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Para
qué hacerlo; cuando parece que la historia ha sido cooptada para vivir en un
eterno presente que nos ha anestesiado, regalándonos una ortopedia social con
las imágenes que nos hipnotizan. Una sociedad espectacularizada.
La
sociedad del espectáculo (1967) completa con subtítulos en español. Guy Debord:
cineasta, escritor y filósofo francés.
Para
qué pensar y escribir en una sociedad, que como dice Baudrillard; ha desplazado
la realidad para hacerla un simulacro.
Para
qué hacerlo en una época donde nadie abraza una causa concreta y permanece en
ella; donde se brinca de causa en causa sin estar realmente comprometido con
ninguna, colaborando así más a la fragmentaria realidad que se tiene.
Para
qué hacerlo en una sociedad donde el mismo acto de análisis y escritura parece
un truco o artilugio lingüístico para convencer a otros sin decir nada de
fondo… para convencer convencidos (círculos de lo mismo).
Para
qué hacerlo en esta sociedad repleta de analfabetismo, de indiferencia.
Para
qué hacerlo en una sociedad que no lee. Los pocos lectores en su mayoría saltan
de noticia en noticia, de imagen a imagen; esperando encontrar una oferta que les
sacie las ansias de sus deseos, y donde andan en búsqueda de la
novedad porque no se satisfacen. Lo único que ven es un espejo roto.
Para
qué hacerlo en un país contradictorio en todas sus expresiones. Con un Nobel de
Literatura y con más del 60 por ciento de analfabetismo. En un país con una Nobel
de Paz que no castiga genocidas.
Para
qué ser analista “serio” cuando es el “análisis” más visceral, espurio y
racista el que parece más efectivo y creíble; y no el que esté comprometido con
la vida.
Entonces
para qué hacerlo, cuando comprometerse con una causa en concreto ya no es una
cosa real; porque hasta las mismas causas parecieran no reales, donde todos
somos portadores de una falsa libertad dada por el neoliberalismo.
Estamos en una época llena de apologías de la muerte, de la indiferencia, de la libertad
aparente donde la vida pasó a ser parte del control de cualquier tipo de
poder, donde ésta ha sido capturada para sacarle los jugos que alimentan los
dispositivos de los poderes que dominan.
Entonces
¿para qué pensar y escribir?
Creo
que se debe escribir para defender el más alto a mi juicio de los valores éticos:
la vida.
Escribir
debería contribuir a esa eterna lucha poética que consideraban los griegos,
donde el ciclo de la vida es más largo que el de la muerte.
Como
bien dice Claudio Magris: “¿Por qué se escribe? Por tantas razones: por amor,
por miedo, como protesta, para distraerse ante la imposibilidad de vivir, para
exorcizar un vacío, para buscarle un sentido a la vida. A veces para establecer
un orden, otras para deshacer un orden preestablecido, para defender a alguien,
para agredir a alguien. Para luchar contra el olvido, con el deseo (tal vez patético
pero grande y apasionado) de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los
rostros amados de la abrasión del tiempo, de la muerte. Escribir es también un
intento de construir un Arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar
(deseo vano e imposible, quijotesco pero inextirpable) cada vida” (Lápices
de colores. Discurso del Premio FIL de Literatura, Feria Internacional del
Libro de Guadalajara, 2014).
Y
como dijo alguien: “En medio de una orgía, en aquel desorden lleno de placer, lujuria y pecado, y luego de haberse saciado; alguno podrá mirar a los
ojos a alguien más y le dirá: ´¿Qué harás mañana...?´”
Esa,
ya es, una esperanza...
Alvaro Armas LACONÍAS