Escribir sobre vos me parece tan complicado a veces
pero confieso que es tierno y adictivo al mismo tiempo. En realidad, lo que
sucede, es que nadie te miraba la boca como yo. Déjame por lo menos en esta
mitad del calendario, este día de junio contarles a los demás quién sos para
mí. Porque el pensarte y describirte es parecido a la sensación de jugar con
fuego sin quemarme, podría describirlo como ese momento en donde olvido si es
invierno o verano, justo ese minúsculo rato en donde olvido hasta mi nombre,
donde se convierten mis sentidos en estado puro, donde mis pupilas se mueven de
su lugar y tengo que agarrarme los ojos fuertes con las dos manos porque ya no
soporto más la idea de pensarte, imaginarte, olerte, versarte, besarte,
sentirte en tu ausencia –que más pareció huida-. Necesito más de cuatro manos
para no derramar océanos de lagrimales mientras les escribo –y describo- acerca
de vos y de mí...
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Empezaré diciendo que tenés los ojos y las pestañas
más preciosas que jamás he mirado, una piel tan suave donde se pierden mis
brazos completos –y enteros-, tenés esas curvas y los nudillos perfectos que me
hacen perder el norte, el sur y cualquiera de los puntos cardinales, aquellos
que tanto te importaban mientras besabas mi vientre y susurrabas a mi oído “agárrate
fuerte, mi amor: estamos vivos”. Tenés un cielo en tu boca que me gustaba
alcanzarlo con mi lengua, sí, mi lengua, la misma con la que jugaban tus
dientes divirtiéndote ridículamente frente a mis ojos. Tenés un cerebro
precioso donde quisiera estar por ahí metido –o escondido-.
Créeme cuando te digo que no te he idealizado, te veo
tal y como sos: con tus camisetas, con tu insaciabilidad, tu verticalidad, tu
puntualidad y tus manías. Lo juntas que están tus pestañas cuando recién salías
de la ducha. También esa tonta manera de ladear la cabeza cada vez que me
acercaba. Les contaré también sobre tu voz, la misma que escuchaba todas las
noches en formato susurro y en formato gemido y formato secreto. Y cómo no
hablarles de tu espalda, tu espalda, aquella que extraño tanto como la longitud
de tus largas pestañas negras y que ahora sólo puedo tenerlas cuando venís a
verme. Besé uno a uno los segundos que te quedabas –y te venías- en mi pecho,
tenés esa magia en tus dos manos grandes y esos párpados perfectos que incitan
a besarte. Escribir sobre vos, me parece tan complicado a veces, pero confieso
que es tierno y adictivo al mismo tiempo. En realidad, lo que sucede...
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es que nadie
te miraba la boca como yo…
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Roque Estrada ÍGNEO
Escritor de poesía y prosa romántica. Montañista guatemalteco con estudios en Psicología Clínica y Psicoanálisis |
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