En muchas sociedades antiguas
se veía la sabiduría acumulada con los años como la cumbre a la que había que
aspirar, y la juventud como la máxima para vivir. Hoy estamos lejos de eso.
Guatemala, el país de los
eternos viejos conceptos, conservador hasta la raíz, no porque yo lo diga, sino
porque lo podemos ver sólo con dar una vuelta de turista a nuestra realidad. Vemos
recientemente el fortalecimiento de la actividad del Ejército (a)nacional regalando escritorios en las escuelas públicas, como diciendo: “bienvenidos xavos a la tropa,
este es su futuro, su karma, su destino…”, sin percatarnos que la estrategia es
la doctrina principal del Ejército: servir para servirse y de paso lavar la
cara de una institución que en este caso está podrida hasta la médula...
Foto: Ernesto Pacheco |
¿Y por qué hablar del Ejército
cuando tengo que hablar de cultura? Parto de la frustración que supone trabajar
para el lado opuesto del universo simbólico que nos ata (apenas) como sociedad,
y es que el Ejército de Guatemala representa la vieja idea cultural de nación,
sostenida por una élite, que de élite no tiene nada; un grupo de riquillos de
larga guarda que se la pasan jugando con nuestras vidas como si de un mando de
consola de videojuego de los 70s se tratase. Mientras que del otro lado del
pensamiento, está la producción de ideas nuevas, los geeks de la tecnología, los
artistas, los filósofos posmodernos o en presentación regular, un puñado de
científicos y ciudadanos de a pie que son la vanguardia de las propuestas para
gobernarnos desde las coyunturas actuales.
Estos personajes, generalmente,
tienen algo en común, y es juventud. Como dijo aquel Lacan del siglo xx: “Mejor pues que
renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”.
Yo no pretendo anclarme al marco biológico de la edad, sino al de la
interpretación del mundo.
A todo, estoy contraponiendo el
trabajo de la juventud en términos de acceso al mundo, y el de la vejez, en
términos de “me vale madres lo que ustedes piensen, acá vamos a gobernar con todo
el rigor de la gerontocracia”, haciendo evidente el orgullo de algunos por exhibir su
obsoleta gama de ideas y desconocimiento de otros puntos de vista; a tal grado
llegó esta situación, que es evidente que en ¡todos lados se habla de la vieja!,
de esa política que no es vieja porque
tenga la carne arrugada y los cabellos plateados, sino porque apesta a polvo, a
dictaduras, a instituciones saqueadas, a inversiones torpes, justicia para
pocos y riqueza para menos aún, justo cuando el mundo demanda justicia social,
equidad, acceso, ideas innovadoras e instituciones modernas.
Esta relación de
oposición juventud-vejez se puede ver en todas direcciones. Un ejemplo claro es
Quetzaltenango, que en este momento está generando un proceso que evidencia
este choque de puntos de vista, justo desde el epicentro del problema que es la
cultura misma con la que se articula la sociedad guatemalteca. Quetzaltenango,
con todo su aporte a la historia nacional, es actualmente el único municipio en
Guatemala que cuenta con una política pública de cultura aprobada y ratificada
por las últimas dos administraciones municipales. Esta propuesta se puso en la
mesa con carácter de prioridad, ya que busca intervenir en factores
fundamentales de la conducta de los habitantes del municipio. Por lo tanto, es
un proyecto de inversión social, transformador y articulador de identidades que
está en la espera de que se le tome muy en serio para poder ser ejecutada.
Las condiciones
actuales de este proyecto son mínimas, ya que se encuentra de frente con el
modelo gerontocrático de gestión municipal, en donde la obra gris prevalece
sobre la obra social, y donde las ideas de modernización son una amenaza para
los funcionarios que están acostumbrados desde el pensamiento de vejez a tener
control de las cosas. Abrir las puertas de las instituciones a las ideas, a la
tecnología, a la juventud, parece ser mucho para una sociedad que está sentada
sobre los viejos modelos de gestión, porque la vieja política también es eso:
el viejo control y el viejo entendimiento del mundo.
La vieja política
no se va a acabar si no cambiamos nuestro modo de entenderlo todo. Los jóvenes
creativos de todas las edades están dando una luz del camino a tomar y, en
lugar de abrirnos al diálogo, nos cerramos en nuestros miedos y le damos la
espalda a una generación que puede provocar los cambios que necesitamos para
tener un futuro como sociedad...
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