imaginarte frágil, desnudo, humano, casi inexistente… Es instantáneo,
pero el calor te atrapa. Pones atención a una nube que pasa, imaginas cómo se
creó ese cielo, de qué gotas de agua está hecha; puede que incluya el sudor de
los amantes en la playa o el llanto de un recién nacido, y por eso tiene esa
coloración tornasol.
Entiendes que tu
indiferencia va perdiendo, escuchas las olas arremetiendo contra los farallones
bajo tus pies. Tratas de deducir cuántas veces ha sido azotado fuerte y
constantemente, te sonrojas. Los rayos del sol están jugando con tus mejillas. Entre una sensación y otra, descubres que perdiste.
Cierras los ojos para distraerte, cambiar de tema no es fácil si te imaginas
desde el acantilado contiguo con las manos extendidas, y con esa imagen echas
la cabeza hacia atrás. El agua azota y te recuerda que los ciclos pasan de ola
en ola, que no has sabido medir el tiempo desde que tienes conocimiento. Mejor
abres los ojos y te dices ya no más. Observas todo. Hay colores que nunca has
visto y cambian al ritmo de las mareas. Es ahí cuando el sol debe nadar
profundo y la brisa marina besa tu rostro. Comprendes que cada nube tiene su
historia y que concibes todo de forma equivocada, que antes del segundo estaba
la luz, que antes de la eternidad estaba la marea, que antes de nosotros
estaban las rocas, antes de la gota estaba el viento que la suspendía…
Te seduce y te entregas
hasta la siguiente pregunta.
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Andrea Torselli TRAZOS DE LUZ
Máster en Administración de Empresas con estudios en Ciencias Políticas. Fotógrafa profesional |
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