El
gran problema estratégico radica en que muchos pensadores consideran que la
izquierda debe centrarse en la construcción de un modelo de capitalismo
posliberal. Esta idea obstruye los procesos de radicalización. Supone que ser
de izquierda es ser posliberal, que ser de izquierda es bregar por un
capitalismo organizado, humano, productivo. Esta idea socava a la izquierda
desde hace varios años, porque ser de izquierda es luchar contra el
capitalismo. Me parece que es el abecé. Ser socialista es bregar por un mundo
comunista
Claudio Katz
30 de mayo, 2015. Plaza de la Constitución |
Los años 60 y los inicios de los 70 del pasado siglo mostraron, tanto en
Latinoamérica como en distintos puntos del mundo, un marcado espíritu antisistémico,
evidenciado en diversas facetas: auge de distintas luchas políticas, surgimiento
de movimientos armados revolucionarios inspirados en la mística guevarista y el
ejemplo de la Revolución Cubana de 1959, liberación femenina, revolución
sexual, movimientos pacifistas antiguerra de Vietnam, despertar generalizado de
las juventudes, Teología de la Liberación en la Iglesia Católica. Podría
mencionarse, como emblema de todo esto, el Mayo Francés en el continente
europeo, o el Movimiento de 1968 en México, en tierras americanas.
Toda esa expresión contestataria, con ribetes tan distintos y hasta
antitéticos en algunos casos, tenía un hilo conductor: la protesta ante un sistema económico-político que se mostraba injusto y opresor. Desde el
movimiento hippie con su llamado al no-consumo hasta las guerrillas
latinoamericanas, las luchas se sucedieron y crecieron. La organización
sindical, los movimientos campesinos, la protesta estudiantil, son todos
momentos del auge de los procesos de transformación que se habían puesto en
marcha. Pero el sistema reaccionó.
Después de la crisis del petróleo de 1973, el sistema capitalista
mundial, con Estados Unidos a la cabeza y en medio de la Guerra Fría, reaccionó
vehementemente. En Latinoamérica, región que nos interesa en particular para
este análisis, la reacción fue una represión feroz.
Entre mediados de los 70 y la década de los 80 la reacción ante el
avance de las fuerzas populares y cuestionadoras fue sencillamente monstruosa.
Sobre montañas de cadáveres, con las torturas más encarnizadas, con la
desaparición forzada de miles de luchadores sociales de todo tipo, con
políticas de destrucción completa de aldeas campesinas, todo ese auge
transformador que se venía dado fue cortado de cuajo. El avance del campo
popular fue seguido de un tremendo retroceso en conquistas ya logradas y en organización
social. Después del triunfo de la Revolución Sandinista en 1979 en Nicaragua
(última revolución del siglo xx), los movimientos revolucionarios armados
fueron aniquilados o severamente diezmados, forzándolos en la mayoría de casos
a buscar salidas negociadas. Lo que en un momento parecía una primavera se
transformó en un crudo invierno.
Sobre la base de esta descomunal represión, de la desarticulación de
conquistas populares y del aniquilamiento de fuerzas de izquierda, se
comenzaron a implantar los planes neoliberales fijados por los organismos del
Consenso de Washington: Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. El
primer experimento fue Chile en medio de la dictadura pinochetista. Luego
siguieron todos los países de la región.
En pocas palabras: el capitalismo más salvaje y descarnado, sobre la
base de una profunda explotación de los trabajadores, llegó para quedarse (no
sólo en Latinoamérica sino a nivel global), haciendo desaparecer avances
sociales ya consagrados constitucionalmente como fueron todas las mejoras
logradas por los trabajadores en años de lucha previa: prestaciones sociales
varias, inmovilidad laboral, seguros de salud, etc.
Sobre la base de esa represión y del miedo concomitante la cultura del
silencio se entronizó por doquier, criminalizándose todo tipo de protesta
social. Distractores y anestesias sociales como la explosión imparable de
cultos evangélicos fundamentalistas y el fútbol televisado por cantidades
industriales fueron la versión moderna del ya milenario pan y circo.
En esa marea de avance impetuoso de la visión de derecha, cayendo las
experiencias socialistas de la Unión Soviética y de Europa del Este, y
comenzando su proceso de retorno al capitalismo la República Popular China, las
expresiones de socialismo se fueron esfumando. Los partidos de izquierda de
América Latina quedaron silenciados, así como todas las organizaciones
populares, víctimas aún del terror inducido por los ríos de sangre derramados
en esos años. La Revolución Sandinista, siguiendo el proceso de reversión del
socialismo a nivel global, concluyó tristemente. El único país que siguió en
esa senda fue Cuba: solitaria, golpeada y bloqueada.
Artículo publicado en Prensa Latina y reeditado por Asuntos Inconclusos el 15/2/16 a las 18:07 horas
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Marcelo Colussi PLATIQUEMOS UN RATO
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