Y me encontré con que el Conservatorio estaba cerrado
por huelga de maestros, así que me quedé sola y sin nada que hacer. No tardé
mucho sentada en el parque. No puedo. Este maldito sueño me arremete todas las
noches desde hace tiempo y tuve que salir de mi duda. Una ígnea duda que tengo
desde los 11 años. Sí, desde los 11.
Entré en la iglesia sin llamar la atención. Las viejas
de la pastoral y el cura discutían algo esa tarde antes de misa y nadie me vio.
Soy invisible (gracias por eso, Madre Adorada).
Tampoco tardé mucho sentada en la banca, en su filo. No puedo. Esta maldita
duda otra vez. ¿Cómo son los muslos de los varones?, ¿son fuertes? Por años
tuve que prepararle las loncheras a mis hermanos (sí, ya sé: machitos servidos,
hijos de puta…), pero aquella rutina de darles la refa a ellos y a mí para el
cole mientras mamá salía corriendo a su puesto en la fábrica, al menos me daba
ciertas preguntas: ¿Por qué comen tanto los machos? Andrés, este amigo de mi
hermano que me gustaba tanto y que nunca me mira, tenía una espalda afilada que
se le hacía delgada hacia abajo, justo arriba de cada glúteo. ¿Cómo es el
cuerpo de los varones?, me preguntaba al verlos jugar futbol. Yo nunca he visto
ninguno desnudo. ¿Me perdonás, Virgencita Linda, si miro alguno? Yo sé que sí,
mi Adorada. Sólo vos me querés, sólo vos me entendés, sólo vos me cuidás en
este país de asquerosos… ¡Esta maldita duda que tengo!
Dejé de pensar. Me levanté. Me acerqué despacio sin
alertarlo; sigilosa como una culebra. Le levanté la túnica púrpura bucólica
hermosa que siempre lleva, esa que le ponen a la fuerza y sin preguntar; sus
ojos aterrados por el dolor de la Cruz me vieron, y yo sólo vi un pedazo de
palo plano, muerto…
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Una rara mezcla entre psicólogo, poeta, activista, bloguero y periodista digital que sólo es posible en el siglo xxi. Creador de Asuntos inconclusos |
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