Foto: Christian Rodríguez |
POR CHRISTIAN RODRÍGUEZ
Durante mis vacaciones escolares en una pequeña aldea en Rio Hondo,
Zacapa, casi todos los días acompañaba a mi primo a moler maíz a un molino
comunal. Siempre calculábamos ir a la hora de más afluencia porque
aprovechábamos para conocer patojas.
Aunque el sonido del motor del molino era muy fuerte, este quedaba
opacado con el equipo de sonido a todo volumen en la que sonaban cassettes con chistes
de Velorio. La mayoría de personas allí eran mujeres de todas las edades a las
que no les caía en gracia el humor descaradamente guatemalteco de Velorio. Los
únicos que reíamos éramos dos o tres patojos y don Jorge, el dueño del molino, porque
esos chistes cargados de machismo, homofobia y racismo estaban para el disfrute
de los hombres únicamente.
Don Jorge ya estaba pasadito de años, pero influenciado por el humor de
Velorio y la actitud picaresca del típico macho alfa zacapaneco, se comía con
la mirada a las patojas y las intimidaba con su galanteo sin importar su edad. Las
patojas se enojaban, pero él era el dueño del único molino en la aldea y eso le
daba cierto poder; a las muchachas no les quedaba otra más que aguantarse.
Yo tenía 12 ó 13 años cuando me fijé en una de esas patojas. Lorena sabía
que yo le gustaba porque me miraba con cierta coquetería y de alguna manera me
enamoré perdidamente de ella. Pero era mi último día de vacaciones y tenía que
regresar a la capital, así que juré que en las siguientes vacaciones me le
acercaría, le declararía mi amor o le robaría un beso. Pasé un año entero
pensando en Lorena.
Cuando volví a la aldea me di cuenta que ella ya se había desarrollado
como mujer, con sus 12 ó 13 años sus pechos lucían enormes. Tuve la oportunidad
de tenerla frente a mí, pero no pude decirle nada, solo cruzamos la mirada.
Cuando Lorena terminó de moler el maíz lo puso en una cubeta de plástico
y se lo echó a la cabeza, otra señora le ayudó a hacerlo porque no era fácil para
Lorena cargar con la masa del maíz y al mismo tiempo a su bebé, que llevaba a
la espalda en un perraje multicolor. Luego me vio muy seria y me dijo: “Adiós”. Jamás
esa palabra me había sonado tan amarga.
Lorena seguía viviendo en la casa con su madre y también con el hombre
que la embarazó, su padrastro. Nadie hablaba del tema, pero tanto Lorena como
su madre parecían estar amenazadas; de vez en cuando el “hombre de la casa” les
propinaba unas buenas tundas que se escuchaban en toda la aldea.
Pero el problema era más grave. Así como Lorena ya no tenía un futuro
prometedor porque tenía que ejercer el papel de madre a tan temprana edad, no
era la única chica menor embarazada que se veía en ese lugar. Era evidente que
las menores eran abusadas por adultos y adolescentes que se las llevaban bajo
engaños a la cama, al río o al monte para darles una buena chimada. Así era como se les enseñaba a enamorarse a las niñas: bajo
engaños, a la fuerza o bajo amenazas.
Mientras a nosotros los hombres desde niños nos decían que mientras más
cogiéramos más machos nos volveríamos, y que lo mejor eran las vírgenes; es
decir, mientras más jóvenes mejor. Una vez consumado el acto al hombre se le aplaudía, se le respetaba, pero
a la mujer con el simple hecho de creer que ya no era virgen se le
discriminaba y le llamaba “puta”, porque seguramente le había gustado. Algunos padres y madres les castigaban,
quedaran embarazadas o no, casándolas con el hombre que había abusado de ellas.
La historia de Lorena me pareció muy triste, y la de muchas niñas de esa
aldea, pero de igual manera en otras aldeas, e incluso en la ciudad capital moderna
y cosmopolita, habían cientos y miles de “Lorenas”, aunque en otro contexto y
más oculto. Una estadística de los
primeros 8 meses del 2015 del INE
reporta 4,431 embarazos en niñas de entre 10 y 14 años de edad. Además de 866 casosde matrimonios en menores de 15 años: 857 mujeres y 9 de hombres.
Quiere decir que a la gran mayoría de niñas las casaron con adultos. Y
es que no tienen otra salida; estas niñas no pueden opinar, no tienen elección
porque desde pequeñas la religión, la militarización, la sociedad poco
escolarizada y una economía neoliberal extrema les han enseñado a ser calladitas
y sumisas.
Y es que desde muy pequeñas se les enseña a ser objetos débiles y
serviles. Lucir como “princesas” para estar siempre al cuidado de alguien más,
y por eso les dan bebés de juguete para que aprendan a cuidarlos y que estén
ocupadas en un rincón. Por otro lado, a los niños se les enseña ser líderes,
fuertes y a alcanzar sus metas a toda costa; se les dan pelotas, pistolas o
autos, juegos para que aprendan desde pequeños a patear, a tener autoridad y a moverse
por el mundo como los amos y señores, ejerciendo poder sobre el espacio y sobre
otras personas.
Esto se ve tan normal en la sociedad que, cuando lo planteas, lo primero
que te dicen es que desde la prehistoria ha sido así: que los hombres cazaban y
las mujeres cuidaban de sus hijos. Y esto no es del todo cierto, hay
suficientes evidencias de que las sociedades prehistóricas compartían más
equitativamente las tareas; tanto hombres como mujeres cazaban, recolectaban
alimentos y cuidaban de los hijos.
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En la Antigüedad también se sabe que tenían muchos dioses, los había
tanto femeninos como masculinos, incluso asexuados y homosexuales, pero todo eso
cambió con la religión judeocristiana que impuso un solo dios: masculino, heterosexual,
blanco y dador de vida cuando naturalmente son las mujeres las únicas que
pueden parir.
La religión no lleva nada bien el tema de las mujeres, y en esto no me
quiero extender tanto, pero son muchos los pasajes en libros “sagrados” donde
se enseña que la mujer solo es un objeto para servicio del hombre. En la Biblia,
por ejemplo, les dejo solo algunas de tantas referencias misóginas: Génesis
3:16 / Epístola I a Timoteo 2:11 / Deuteronomio 22:13-21 / Eclasiastés 7-27 /
Levítico 12:1-2,5 / 1 Corintios 14:34.
En los ejércitos siempre el número de mujeres ha sido menor, incluso
nulo, y sin embargo ahora se ve más presencia femenina en las filas armadas,
aunque no escapan del mismo sistema vertical en el que siguen siendo objetos;
como evidencia la gran cantidad de casos de acoso y violaciones que han sufrido
y, más evidente aún, cuando ellas lo han denunciado, ya que las instituciones
siempre están a favor del que ejerció la fuerza y el sometimiento, como el caso
más reciente en el Adolfo V. Hall, en el que la institución ayudó no solo a
encubrir al violador sino hasta dejó que este “se diera a la fuga”. Luego del hecho cambiaron el reglamento: y
fueron las mujeres nuevamente las afectadas al no permitirles seguir durmiendo dentro
de las instalaciones. Aunque lo más sensato para mí es que ya no se permita a
las mujeres pertenecer al ejército, y a los hombres tampoco, porque nadie
debería pertenecer a una institución tan claramente machista que edulcora el
machismo, la arrogancia y la xenofobia con cancioncitas, banderitas y desfiles circenses
mal llamados “patrióticos”.
Pero regresando al tema de las mujeres, hay quienes
dicen que ahora ellas tienen más espacios en lo público, político y cultural.
En eso tienen razón, pero hay que ver qué tipo de historias se escribe sobre ellas.
Porque la historia mundial ha sido escrita casi siempre por hombres
heterosexuales, blancos (sí, como el dios judeocristiano) y, aunque no lo hayan
hecho adrede, han menospreciado la presencia de las mujeres desde siempre.
En los deportes, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos
Rio 2016, donde participaron atletas de todo el mundo, 45% mujeres. La
Universidad de Cambridge publicó un estudio donde demuestra que los titulares
de los periódicos de todo el mundo se refieren a competidores hombres
centrándose en su: rapidez, fuerza e inteligencia, mientras que los que se
refieren a las mujeres lo hacen sobre su: figura estética, estado civil o
cuántos hijos tienen. Hay casos incluso tan absurdos
como el de Corey Cogdell, medalla de
bronce en tiro al plato en esta edición y en la anterior de Pekín, que en el
titular ni siquiera mencionaban su nombre y la anunciaban de esta manera:
“La esposa de un Bear (jugador del Chicago Bears) gana medalla de bronce”.
Veamos que en el deporte que tanto me apasiona, el
montañismo, la cosa es muy parecida.
Dejando por un lado el deporte, miremos también en la música. No quiero
ni mencionar lo degradante que claramente es el reguetón, me iré más allá, al heavy
metal. Y es que con ansias esperaba el pasado 8 de marzo, Día Internacional de
la Mujer, pues una de las radios más escuchadas de España anunció el especial:
“Las mujeres somos guerreras”. Durante todo el día hicieron referencia a muy
buenas bandas de rock femenino, pero no sonó ni una sola pieza de ellas, todas las
canciones que sonaron eran de bandas de rock de hombres que dedicaban canciones
a novias, amantes y mujeres de amores platónicos. Tristemente sigue teniendo
razón Joan Jett: “Yo crecí en un mundo en que se le decía a las niñas que no
podían tocar rock n’ roll”.
Estoy seguro que muchas personas dirán que exagero o que estoy diciendo
que ser hombre es malo. No, nadie nos ha enseñado que ser hombre es malo, nos
han enseñado que lo malo es “no ser hombre”. Por eso algunas ya me habrán
insultado utilizando palabras como: marica, afeminado, puta, bruja, pareces
niña, o esa típicas donde no te insultan a ti sino a otra mujer: tu madre, hijo
de puta, malparido, etc.
Los insultos y las burlas siempre son más crueles con las mujeres, como
eso de llamar “luchonas” a las madres solteras o “mal chimadas” (folladas) a
las mujeres que se supone que ha tenido un mal día, una supuesta situación
donde un hombre la folló mal pero es a ella a quien se insulta.
“No ser hombre” es en esta
sociedad: mujeres, niños y niñas, homosexuales, ancianos, incluso personas con
discapacidad. Si creen que exagero, fíjense en la mayoría de baños públicos en
donde hay un cuarto apartado “solo para hombres” y luego puede haber otro o varios
que se comparten entre: mujeres, personas con discapacidad, madres para cambiar
pañales, niños y niñas.
Yo, desde que acepté que soy feminista y tengo hijos: hombre y mujer, no
quiero que sean tratados como a unas “Lorenas” y más importante aún, que ellos
no traten así a ninguna otra persona…
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Nací en 1976. Crecí en la zona 18.
Para
escapar me fui a probar suerte a las montañas (más de 400 ascendidas en
Europa, África y América).
Soy guía de montaña titulado en Europa, conferencista, galardonado escritor y fotógrafo. Presidente de Entreamigos-Lagun Artean. Migré a tierras vascas (2009) siguiendo el amor |
Guatemala es una utopía ensangrentada.
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