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POR MYRELLA SAADEH
Culpar a la
víctima es un mecanismo propio de las sociedades patriarcales y machistas en
donde las mujeres, cosificadas y violentadas a extremos, deben tolerar un
sistema de violencias en la casa, en la calle, en la escuela, en el trabajo. Existe
todo un andamiaje que bombardea día y noche a la sociedad exponiendo el cuerpo
de las mujeres, invitando a los varones a utilizarlo cuando y como quieran y, encima,
deben acarrear con la responsabilidad de haber sido secuestradas, ultrajadas, insultadas
por “perras”, mojigatas o por lo que se les ocurra. “Cómo no le iba a pasar si
sale a correr con esos shorts tan cortos”. Para la sociedad, son tan culpables
como el que las violentó.
También es un
mecanismo propio de los grupos y sectores que ostentan el poder económico, quienes
culpan a las personas empobrecidas, indígenas y rurales por su condición de pobreza
y vulnerabilidad. “¿Cómo van a prosperar si son huevones?”.
Este
mecanismo, según investigaciones del doctor Melvin Lerner, deviene de
considerar que existe un mundo justo. El que hace bien, recibe bien, y el que
no, no. El bueno recibe su recompensa por comportarse adecuadamente y seguir
las reglas, y al que ha obrado mal se le aplica la justicia. “El que siembra
vientos, cosecha tempestades”. En los experimentos realizados por Lerner, los participantes
observaban a personas recibiendo
electroshocks sin poder hacer nada por evitar las descargas. A medida
que los participantes veían un sufrimiento más extremo, con más certeza
culpaban a quien recibía el daño.
La muerte de
más de 40 niñas y adolescentes en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción
constituye un perfecto ejemplo de cómo es más fácil culpar a la víctima por
parte de aquellas personas encargadas de darles protección y abrigo. ¿Cómo la
Secretaría de Bienestar Social podía cumplir esta función hacia quienes
considera que son un “riesgo social”? “Eran mareras y pandilleras”; “…hubiera
sido mejor que se quemaran todas por delincuentes”; “…que sufran esas
desgraciadas, así como fueron buenas para fugarse, que sean buenas para
aguantar el dolor”. Y es que una condición para utilizar este mecanismo es estigmatizar
a las personas a extremos de considerar que ellas mismas fueron capaces de autoinfringirse
el dolor y la muerte.
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Es tan
poderoso este sistema opresor que aplica estos mecanismos, que no cuestiona las
evidencias e influye en la opinión pública para que se quede con versiones y argumentos
del poderoso: el monitor, el periodista, el juez, el policía, el secretario y
el Presidente nunca cumplieron las demandas de atención, las llamadas de socorro,
las denuncias, porque en ese proceso de estigmatización las niñas fueron
consideradas la escoria de sus familias, de la sociedad y del propio Hogar que
era tutor y garante de su protección.
Para ellos sus demandas no tenían justificación; por eso, sencillamente
no las atendieron. “Se les trata como lo merecen”; “Comían alimentos
engusanados o vencidos”.
Según esa
opinión, las niñas fueron culpabilizadas por “caer en ese lugar”, por rebeldes,
por “no hacer las cosas bien”, por no seguir las reglas de una familia que a su
vez tampoco las siguió y expulsó, posiblemente a las más débiles, condenándolas
a más violencia y muerte.
Se reportaron
casos de niñas y adolescentes embarazadas; no obstante, las personas imbuidas
en esa visión de culpabilizarlas, nunca contemplaron que fueron violadas y
explotadas sexualmente en la calle y, según sus denuncias, en el propio Hogar
Seguro. Entonces, “…estaba bien darles su merecido”.
Culpar a la
víctima es un mecanismo ingrato en el que hay una tendencia que se manifiesta en
las personas testigos de estos hechos de violencia cuando se congracian con
quien consideran el “ganador”. ¿Quién puede cuestionar el rol de un funcionario
público si la tendencia es dar todo al ganador?
El Hogar
Seguro fue un espacio de segregación donde se “depositaron” demasiados niños y
niñas en relación con su capacidad instalada, todos ellos expulsados de
ambientes que no lograron protegerlos y amarlos; el Hogar Seguro tampoco. Por
eso, no se tenían registros de quienes vivían allí, no contaban con protocolos
de atención, o no los aplicaban, y tampoco se reflejaba la puesta en práctica
de programas que llenaran sus más ingentes necesidades. Por eso privaba el
castigo y no la disciplina. Por eso se recurría al golpe y a la violación. Y
como guinda del pastel: muchas de ellas tuvieron la culpa de todo, hasta de no
tener un nombre para ser identificadas.
Ante estos
dolorosos hechos es relevante el papel de los generadores de opinión para asumir
una actitud más crítica y respetuosa en el abordaje de estos fenómenos. Es
urgente y obligatorio tener una absoluta claridad de este mecanismo para no continuar
culpando a las víctimas y seguir contribuyendo “a echarle más leña al fuego”.
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Myrella Saadeh LABERINTO
El
nombre de esta columna es complejo, desde donde propongo hacer un recorrido por
la situación de la niñez de Guatemala. Soy psicóloga, catedrática de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Rafael Landívar e investigadora, y
soy directora de PAMI. Una organización que
promueve los derechos y la participación de la niñez y adolescencia desde 1989
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Y además, las criticas hacia los padres eran muy duras, no se ponían en los zapatos de la víctimas por ser de estratos sociales más bajo.s
ResponderEliminarCiertamente eso pasa siempre. Los más vulnerables son los que son culpabilizados. Gracias porsu comentario.
ResponderEliminarCiertamente eso pasa siempre. Los más vulnerables son los que son culpabilizados. Gracias porsu comentario.
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