“Me
importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias, o como pasas
de higo; un cutis de durazno, o de papel de lija. Le doy una importancia igual
a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco, o con un aliento
insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el
primer premio en una exposición de zanahorias. Pero ¡eso sí! -y en esto soy
irreductible-, no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no
saben volar pierden el tiempo las que pretendan seducirme”.
Oliverio Girondo
Con este poema da inicio la película del director
Subiela. El protagonista, Oliverio (Darío
Grandinetti), es un poeta
“maldito”, un hombre errante con la dosis
justa de melancolía en las venas para dedicarse a semejante menester.
Este poeta anda en búsqueda inagotable de una mujer:
“la que sabe volar”.
-¿Qué piensas sobre lo que era para Oliverio “la que sabe volar"? -le pregunté a un amigo quien
también vio la película.
-Creo que el fragmento de Dylan Thomas
al principio de la película que dice "La pelota que arrojé cuando jugaba
en el parque aún no ha tocado el suelo", puede estar muy relacionado a lo
que Oliverio buscaba con “la que sabe volar” –respondió.
En ambos veo la necesidad de la
prolongación de un deseo.
Oliverio busca a una mujer no solo en la
que sus más íntimos deseos sean satisfechos, sino que sea capaz de que su amor
modifique al mundo y viceversa.
“La que sabe volar” para mí es una mujer
que sabe que cada día es como caer atraída por la gravedad como la pelota, pero
que sabe a su vez hacerte creer y hacerte vivir como si tal caída jamás
existiese.
En lo personal, pienso que si nos ponemos aún más
románticos y trágicos, “la que sabe volar” podría ser finalmente la muerte. Esa
dama misteriosa y lóbrega que acompaña a
Oliverio casi a todas partes, la que lo seduce y acecha a cada instante. Si
bien es cierto que la muerte anda como un centinela tras los pasos de
todos, pienso que con los poetas tiene
una especial fijación, ya que algunos de ellos la han convertido en su musa, en
su compañera, porque son tan sensibles a la belleza y socios de soledades (como dijera
Andrés Calamaro), que esta misma no puede pasar inadvertida.
Me atrevería a decir que la muerte, la melancolía, la
belleza, la locura y la subversión son
las “mujeres” más vitales en la vida de todo nostálgico poeta.
Puede ser que Oliverio encontrase a
“la que sabe volar”, sin embargo, sería su amante pasajera y transitoria ya que
en la fugacidad del tiempo la que lo estaría esperando de manera inminente
sería la que el mismo Oliverio llama: “muerte puta, muerte
cruel, muerte al pedo, muerte implacable, muerte inexorable, misteriosa muerte,
muerte súbita, muerte accidental, muerte en cumplimiento del deber...”.
Oliverio huye de ésta, pero ella siempre
lo encuentra en su habitación, en una esquina, en un parque, en un café. Oliverio
busca con desesperación a “la que sabe volar”. Quizá piensa que si la encuentra,
logrará distraer con ella a la muerte. Quizá piensa que solo ella lo salvará
de la muerte, tal como lo dijera el poeta Pablo Neruda: “Si
nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”.
Seamos o no poetas la muerte es
algo inherente a la vida; tarde o temprano llegará la sombría y enigmática
dama. Convendría, mientras tanto, invitarla a un café o a una copa de vino.
Disfrutar el aroma, la temperatura, el dulzor en nuestro paladar, hacerle un
guiño, ofrecerle un cigarrillo y tratar de vivir antes de que
este mismo se consuma en nuestros dedos, en una bocanada de melancolía.
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Dulcinea Gramajo LA BUTACA DE TERCIOPELO
Cinéfila, coleccionista de palabras. Una chica Almodóvar: Un poco lista, un poquitin boba… |
Creo que la parte más razonable se encuentra en el dialogo entre oliverio y su excompañera en la cafetería. Cuando se cuestiona a la propiedad, el amor y la imposibilitad de dejar volar.
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