martes, 28 de marzo de 2017

Lorena, una historia de machismo



Foto: Christian Rodríguez


POR CHRISTIAN RODRÍGUEZ

Durante mis vacaciones escolares en una pequeña aldea en Rio Hondo, Zacapa, casi todos los días acompañaba a mi primo a moler maíz a un molino comunal. Siempre calculábamos ir a la hora de más afluencia porque aprovechábamos para conocer patojas. 

Aunque el sonido del motor del molino era muy fuerte, este quedaba opacado con el equipo de sonido a todo volumen en la que sonaban cassettes con chistes de Velorio. La mayoría de personas allí eran mujeres de todas las edades a las que no les caía en gracia el humor descaradamente guatemalteco de Velorio. Los únicos que reíamos éramos dos o tres patojos y don Jorge, el dueño del molino, porque esos chistes cargados de machismo, homofobia y racismo estaban para el disfrute de los hombres únicamente.

Don Jorge ya estaba pasadito de años, pero influenciado por el humor de Velorio y la actitud picaresca del típico macho alfa zacapaneco, se comía con la mirada a las patojas y las intimidaba con su galanteo sin importar su edad. Las patojas se enojaban, pero él era el dueño del único molino en la aldea y eso le daba cierto poder; a las muchachas no les quedaba otra más que aguantarse. 

Yo tenía 12 ó 13 años cuando me fijé en una de esas patojas. Lorena sabía que yo le gustaba porque me miraba con cierta coquetería y de alguna manera me enamoré perdidamente de ella. Pero era mi último día de vacaciones y tenía que regresar a la capital, así que juré que en las siguientes vacaciones me le acercaría, le declararía mi amor o le robaría un beso. Pasé un año entero pensando en Lorena.

Cuando volví a la aldea me di cuenta que ella ya se había desarrollado como mujer, con sus 12 ó 13 años sus pechos lucían enormes. Tuve la oportunidad de tenerla frente a mí, pero no pude decirle nada, solo cruzamos la mirada.

Cuando Lorena terminó de moler el maíz lo puso en una cubeta de plástico y se lo echó a la cabeza, otra señora le ayudó a hacerlo porque no era fácil para Lorena cargar con la masa del maíz y al mismo tiempo a su bebé, que llevaba a la espalda en un perraje multicolor.  Luego me vio muy seria y me dijo: “Adiós”. Jamás esa palabra me había sonado tan amarga.

Lorena seguía viviendo en la casa con su madre y también con el hombre que la embarazó, su padrastro. Nadie hablaba del tema, pero tanto Lorena como su madre parecían estar amenazadas; de vez en cuando el “hombre de la casa” les propinaba unas buenas tundas que se escuchaban en toda la aldea. 

Pero el problema era más grave. Así como Lorena ya no tenía un futuro prometedor porque tenía que ejercer el papel de madre a tan temprana edad, no era la única chica menor embarazada que se veía en ese lugar. Era evidente que las menores eran abusadas por adultos y adolescentes que se las llevaban bajo engaños a la cama, al río o al monte para darles una buena chimada. Así era como se les enseñaba a enamorarse a las niñas: bajo engaños, a la fuerza o bajo amenazas. 

Mientras a nosotros los hombres desde niños nos decían que mientras más cogiéramos más machos nos volveríamos, y que lo mejor eran las vírgenes; es decir, mientras más jóvenes mejor. Una vez consumado el acto al  hombre se le aplaudía, se le respetaba, pero a la mujer con el simple hecho de creer que ya no era virgen se le discriminaba y le llamaba “puta”, porque seguramente le había gustado. Algunos padres y madres les castigaban, quedaran embarazadas o no, casándolas con el hombre que había abusado de ellas.  

La historia de Lorena me pareció muy triste, y la de muchas niñas de esa aldea, pero de igual manera en otras aldeas, e incluso en la ciudad capital moderna y cosmopolita, habían cientos y miles de “Lorenas”, aunque en otro contexto y más oculto.  Una estadística de los primeros 8 meses del 2015 del INE reporta 4,431 embarazos en niñas de entre 10 y 14 años de edad. Además de 866 casosde matrimonios en menores de 15 años: 857 mujeres y 9 de hombres.

Quiere decir que a la gran mayoría de niñas las casaron con adultos. Y es que no tienen otra salida; estas niñas no pueden opinar, no tienen elección porque desde pequeñas la religión, la militarización, la sociedad poco escolarizada y una economía neoliberal extrema les han enseñado a ser calladitas y sumisas.

Y es que desde muy pequeñas se les enseña a ser objetos débiles y serviles. Lucir como “princesas” para estar siempre al cuidado de alguien más, y por eso les dan bebés de juguete para que aprendan a cuidarlos y que estén ocupadas en un rincón. Por otro lado, a los niños se les enseña ser líderes, fuertes y a alcanzar sus metas a toda costa; se les dan pelotas, pistolas o autos, juegos para que aprendan desde pequeños a patear, a tener autoridad y a moverse por el mundo como los amos y señores, ejerciendo poder sobre el espacio y sobre otras personas.

Esto se ve tan normal en la sociedad que, cuando lo planteas, lo primero que te dicen es que desde la prehistoria ha sido así: que los hombres cazaban y las mujeres cuidaban de sus hijos. Y esto no es del todo cierto, hay suficientes evidencias de que las sociedades prehistóricas compartían más equitativamente las tareas; tanto hombres como mujeres cazaban, recolectaban alimentos y cuidaban de los hijos.


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En la Antigüedad también se sabe que tenían muchos dioses, los había tanto femeninos como masculinos, incluso asexuados y homosexuales, pero todo eso cambió con la religión judeocristiana que impuso un solo dios: masculino, heterosexual, blanco y dador de vida cuando naturalmente son las mujeres las únicas que pueden parir. 

La religión no lleva nada bien el tema de las mujeres, y en esto no me quiero extender tanto, pero son muchos los pasajes en libros “sagrados” donde se enseña que la mujer solo es un objeto para servicio del hombre. En la Biblia, por ejemplo, les dejo solo algunas de tantas referencias misóginas: Génesis 3:16 / Epístola I a Timoteo 2:11 / Deuteronomio 22:13-21 / Eclasiastés 7-27 / Levítico 12:1-2,5 / 1 Corintios 14:34.

En los ejércitos siempre el número de mujeres ha sido menor, incluso nulo, y sin embargo ahora se ve más presencia femenina en las filas armadas, aunque no escapan del mismo sistema vertical en el que siguen siendo objetos; como evidencia la gran cantidad de casos de acoso y violaciones que han sufrido y, más evidente aún, cuando ellas lo han denunciado, ya que las instituciones siempre están a favor del que ejerció la fuerza y el sometimiento, como el caso más reciente en el Adolfo V. Hall, en el que la institución ayudó no solo a encubrir al violador sino hasta dejó que este “se diera a la fuga”. Luego del hecho cambiaron el reglamento: y fueron las mujeres nuevamente las afectadas al no permitirles seguir durmiendo dentro de las instalaciones. Aunque lo más sensato para mí es que ya no se permita a las mujeres pertenecer al ejército, y a los hombres tampoco, porque nadie debería pertenecer a una institución tan claramente machista que edulcora el machismo, la arrogancia y la xenofobia con cancioncitas, banderitas y desfiles circenses mal llamados “patrióticos”.

Pero regresando al tema de las mujeres, hay quienes dicen que ahora ellas tienen más espacios en lo público, político y cultural. En eso tienen razón, pero hay que ver qué tipo de historias se escribe sobre ellas. Porque la historia mundial ha sido escrita casi siempre por hombres heterosexuales, blancos (sí, como el dios judeocristiano) y, aunque no lo hayan hecho adrede, han menospreciado la presencia de las mujeres desde siempre.

En los deportes, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos Rio 2016, donde participaron atletas de todo el mundo, 45% mujeres. La Universidad de Cambridge publicó un estudio donde demuestra que los titulares de los periódicos de todo el mundo se refieren a competidores hombres centrándose en su: rapidez, fuerza e inteligencia, mientras que los que se refieren a las mujeres lo hacen sobre su: figura estética, estado civil o cuántos hijos tienen. Hay casos incluso tan absurdos como el de Corey Cogdell,  medalla de bronce en tiro al plato en esta edición y en la anterior de Pekín, que en el titular ni siquiera mencionaban su nombre y la anunciaban de esta manera: “La esposa de un Bear (jugador del Chicago Bears) gana medalla de bronce”.  

Veamos que en el deporte que tanto me apasiona, el montañismo, la cosa es muy parecida. Annie Smith Peck, primera mujer en escalar el Matterhorn en 1895, no consiguió que la prensa hablara de su proeza porque la noticia que generó su hazaña fue un debate relacionado a su posible arresto y encarcelamiento por haber usado pantalones durante su escalada, ya que las mujeres tenían prohibido usar pantalón. Una prohibición ridícula, sí, pero hasta en países como Francia, aunque nadie la respetaba. Y la prohibición estuvo vigente hasta enero del 2013. 

Dejando por un lado el deporte, miremos también en la música. No quiero ni mencionar lo degradante que claramente es el reguetón, me iré más allá, al heavy metal. Y es que con ansias esperaba el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, pues una de las radios más escuchadas de España anunció el especial: “Las mujeres somos guerreras”. Durante todo el día hicieron referencia a muy buenas bandas de rock femenino, pero no sonó ni una sola pieza de ellas, todas las canciones que sonaron eran de bandas de rock de hombres que dedicaban canciones a novias, amantes y mujeres de amores platónicos. Tristemente sigue teniendo razón Joan Jett: “Yo crecí en un mundo en que se le decía a las niñas que no podían tocar rock n’ roll”.

Estoy seguro que muchas personas dirán que exagero o que estoy diciendo que ser hombre es malo. No, nadie nos ha enseñado que ser hombre es malo, nos han enseñado que lo malo es “no ser hombre”. Por eso algunas ya me habrán insultado utilizando palabras como: marica, afeminado, puta, bruja, pareces niña, o esa típicas donde no te insultan a ti sino a otra mujer: tu madre, hijo de puta, malparido, etc. 

Los insultos y las burlas siempre son más crueles con las mujeres, como eso de llamar “luchonas” a las madres solteras o “mal chimadas” (folladas) a las mujeres que se supone que ha tenido un mal día, una supuesta situación donde un hombre la folló mal pero es a ella a quien se insulta. 

“No ser hombre” es en esta sociedad: mujeres, niños y niñas, homosexuales, ancianos, incluso personas con discapacidad. Si creen que exagero, fíjense en la mayoría de baños públicos en donde hay un cuarto apartado “solo para hombres” y luego puede haber otro o varios que se comparten entre: mujeres, personas con discapacidad, madres para cambiar pañales, niños y niñas.

Yo, desde que acepté que soy feminista y tengo hijos: hombre y mujer, no quiero que sean tratados como a unas “Lorenas” y más importante aún, que ellos no traten así a ninguna otra persona…  

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Christian Rodríguez      DE SIMAS Y CIMAS


Nací en 1976. Crecí en la zona 18.

Para escapar me fui a probar suerte a las montañas (más de 400 ascendidas en Europa, África y América).
Soy guía de montaña titulado en Europa, conferencista, galardonado escritor y fotógrafo. Presidente de Entreamigos-Lagun Artean. Migré a tierras vascas (2009) siguiendo el amor 


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