viernes, 13 de enero de 2017

La profesión de papá (o cómo ser hija de un militar)




Caballeros cadetes del cuarto semestre, sección "B". Hugo Roberto Paiz Porras (segunda fila con marca celeste). Foto: archivo familiar  


POR MARÍA PAIZ


Quizá la niñez de ninguna persona se parezca a la de otra. La mía, por ejemplo, fue una infancia de pueblo y de muchas mudanzas. La última vez que conté cuántas veces me había mudado, ya había contado 12 cambios de casa. Esto a causa de que mi padre era militar, el kaibil 147, miembro de infantería, y mi madre comerciante de ropa, flores y comida.

Para estar con papá, viajábamos para donde él estuviera y, cuando falleció, a mamá se le quitó el hábito nómada que por necesidad adoptamos y comenzamos a buscar estabilidad, aunque lo que estaba por venir no lo imaginábamos.

Quizá sea lo mismo que ser la hija de cualquier otro hombre, sin importar su oficio y profesión. Los hay buenos y malos padres en todas las partes del mundo.

Quien no tenga un padre militar, quizás esté lleno de prejuicios de lo que esto significa y seguro sus razones tendrá, la historia no puede negarse. Sin embargo, este relato no busca ser una ovación o crítica a la institución, sino un acercamiento a una familia común que tuvo como padre a un miembro del Ejército, para que ustedes nos conozcan. Particularmente aprendí hace pocos años, cerca de mis 24, que a mi padre, como padre, yo no puedo juzgarlo; nos cuidó con amor y procuró nuestro bien todo el tiempo. Como profesional y como persona, sus amigos me han hablado de su ética intachable y eso me hace sentir orgullosa. Y como militar, yo lo veo como un trabajo. Como quien es docente, albañil, empresario o policía.

La institución del Ejército en Guatemala ha sido otra cosa y para ello hay ensayos específicos, literatura universal que lo registra y, sobre todo, hay historia que, aún vívida nos refleja entre nosotros los estragos que dejaron los mal contados 36 años de guerra, cuando aún no vivimos en paz.



Nuestro padre fue maestro y posterior a eso oficial del Ejército. Estuvo en guerra, en una guerra que ninguno pidió y todos tuvimos, yo lo vi muy poco tiempo y ahora que lo escribo quizá no lo recuerde tanto pero sí lo extraño. Recuerdo que una vez estuvo más de 30 días en montaña y en aquel momento no había WhatsApp para avisar, ni teléfonos inteligentes por todos lados para comunicarse de alguna manera. Estábamos en guerra. Sí, ¡todos estábamos en guerra! y lo diré siempre: ¡nadie lo pidió!

Por supuesto, en ese tiempo tampoco recibimos un telegrama. No supimos nada de él en casi un mes. Yo, quizá, no me percataba de la gravedad del momento, tenía cerca de 3 años y muy poca memoria de lo que ocurría para entonces. Mamá tenía cinco hijos y cerca de solo 28 años, ella sí lo vivía todo y relata que esperaba con ansias que papá volviera, y esperaba del día uno al veintinueve que todos los días fueran ese día treinta, donde por fin lo vio entrar por la puerta para irnos a saludar.

¿Cómo vivieron ustedes la guerra?

A mamá le llenaba de angustia la guerra, la espera, la desgarradora llamada que se llenaba de dolor e incertidumbre donde, con algún dejo de esperanza, el llanto se sostenía en su garganta para no soltarse cuando al responder al teléfono escuchaba: “Señora Odilia Elena de Paiz, preséntese al Hospital Militar para identificar si alguno de los cuerpos de los oficiales es de su esposo”.

Ella y otras de sus amigas, que enviudaron al poco tiempo, asistían asiduamente tras cada llamada que recibían y, entre angustia y resignación, identificaban que esta vez ninguno de los cuerpos correspondía a sus esposos y podían volver a casa, a veces con la absurda y eterna esperanza de que aparecerían con vida.

Durante el tiempo que papá estuvo en la montaña vio morir a muchos de sus compañeros y a otros pocos los vio tener más suerte y volver con vida. Uno de los soldados de su tropa fue herido por la guerrilla y en el intento de salvarle la vida le practicó RCP sin éxito. Ya había fallecido. Sin embargo, ese intento de salvarle la vida le hizo adquirir un síndrome denominado Guillain-Barré, que es un trastorno poco común que hace que el sistema inmunitario ataque el sistema nervioso periférico; él no sabía que lo tenía, ni estaba enterado que a través de practicar RCP lo había adquirido, no presentó ningún síntoma y aparentemente estaba sano. Pocos días después de pasar casi un mes completo en las montañas volvió a casa y entre lágrimas y sonrisas abrazó a cada uno de sus hijos, incluyendo a Hugo Arturo, el segundo de sus hijos y el único varón, quien tenía las defensas muy bajas y adquirió este extraño mal del que su padre parecía ser un portador sano.

Papá murió cuando yo tenía 6 años, y para entonces nosotros vivíamos en una casa color rosa de la que mamá eligió el color. Parece que a papá no le gustaba pero tardó mucho en cambiarlo. Vivíamos en un barrio del pueblo de Esquipulas que se llama “Los Arcos”. Era tranquilo y alegre, habían palos de jocote corona que en temporada se llenaban de niños para intentar cortarlos y una que otra tienda de barrio para abastecer a los vecinos. Cerca había un río con algunos pececitos y muchos tepocates. Nosotros íbamos para intentar pescar con un palito, hilo y tortillas, las calles eran de terracería y el clima era cálido, se encontraban caballos, pollos y pijijes por ahí caminando. Recuerdo mi infancia y quizá recuerde con poca claridad a mi padre. Viajaba mucho y casi no estaba en casa. Como dije, fue maestro y después oficial del Ejército, y con los 5 hijos que tuvo debía estar mucho tiempo fuera trabajando para asegurar que no nos faltara lo indispensable. Ahora lo que más recuerdo son los efectos de su ausencia, los rostros de preocupación de la familia mientras moría, pues enfermó y casi moría en la casa.

¿Qué sigue después?

Las secuelas de la guerra alcanzaron a mi hermano, mucho tiempo después, con varias operaciones cuando sus defensas fueron debilitándose. Hugo Arturo, el segundo de sus hijos, el “Nene”, como le llamaban de cariño, estuvo sometido a múltiples operaciones a partir de este padecimiento y después de más de 6 meses en el intensivo del Hospital Roosevelt, de estar en coma y de múltiples intervenciones quirúrgicas; perdió la vida en una de ellas a sus 16 años. Luchó por su vida hasta el último momento. Para todos fue duro, para mamá lo fue más. Las secuelas de la guerra estuvieron presentes. 



Mamá ha sido siempre una mujer valiente, trabajadora desde pequeña y esforzada. Se enamoró a muy corta edad y se casó con papá a sus 17 años, eran otros tiempos, dirán, pero quizá no han cambiado tanto y casi a la edad que ahora tengo yo, mamá tenía 5 hijos. Jamás fue fácil, siempre hizo más de lo que le era posible.

El pasado no puede borrarse, ahora es historia. La estigmatización de las personas es ahora más frecuente que antes gracias a las redes sociales. Sin embargo, una aprende a reconocer su historia, a reconciliarse con su pasado, a definir su personalidad y eso te hace caminar en calma, sabiendo que tú no debes nada por la profesión de tu padre y entiendo que desde tu espacio y tu visión puedes contribuir a que la historia de tu país cambie, sin negar la historia, porque en todos nosotros ha quedado escrita… 

::::::
María Paiz        CONEXIÓN 


Caminante. Disfruta distraerse con los encantos de las cosas más sencillas. Amante del arte, la poesía y los vegetales. Apasionada y crítica de la política, creyente de la magia de la niñez y las juventudes para transformar entornos inmediatos

Guatemala es una utopía ensangrentada. No podrás parar de leer esta novela. eBook en Amazon y primeros capítulos  




¿Querés poesía? Christian Echeverría lee en la 6a avenida del centro de la Ciudad de Guatemala a extraños y dio nombre al blog. eBook en Amazon y poemas 

2 comentarios:

  1. Hola María, muchas gracias por compartir tu historia. Me consta que eres una profesional a carta cabal, una mujer y una persona comprometida con la justicia social. Como bien dices los prejuicios nos codicionan y li.itan las posibilidades de crecer. Un abrazi.

    ResponderEliminar
  2. Hola Maria soy de Colombia y me gusto su relato de su padre y parte de tu vida. En cuanto el tema de asuntos inconclusos.....todos lo vivimos y aun despues de viejos siempre tendremos asuntos inclonclusos para bien o para mal. Pero esa es nuestra vida y el plano terraquio donde realizamos nuestra existencia a diario nos enseña muchas cosas y a veces nos complicamos porque querer salvar el mundo. Por eso es vital volver a lo basico. Leer mucho si, es fundamental para que te mantengas vivo de expectativas pero aterricemos. Consejo leer a Paulo Andre Chenso medico y profesor y creo un manual para la vida y vale la pena leerla y ponerla en practica. Adios.www.reddametumano.jimdo.com

    ResponderEliminar