Pues parece ser el lugar de moda en el Centro
Histórico de Guate desde diciembre del año pasado. Mis amigos pasan después del
trabajo, por las tardes y empezando la noche, y son gente tipo tranquilo. No sé
por qué, pero siempre hablamos de él: pita relleno de falafel, té rooiboos
sudafricano o pastel de canela con pecanas. Todo artesanal. Sí, en general, la
comida y las infusiones son ricas, pero tal vez es porque nos gusta el contacto
y aprovechar el tiempo, aprovecharlo de verdad: yo fui con una amiga después de
que hiciéramos el amor como a eso de las cinco de un viernes, en uno de estos
días de calor cuando dan ganas de relajarse. Otro amigo economista, me invitó
hace un mes a tomarnos un chai saliendo de su oficina del Ministerio de
Desarrollo y yo de editar en el blog y leer poesía en la 10ª calle, como en
muchas de mis tardes de entre semana. Hablamos de Tolstói, de la guerra y la
paz. Así conocí el té y pactamos esta nota poco después. Me gustó el sabor, me gustó el lugar.
Su dueña, la historiadora de 33 años, Julia Delgado,
confirma la intención: “Era una idea que tenía dese hace bastante tiempo, no
tanto como una sala de té, sino como un lugar para estar, para venir a leer,
para hablar, para descansar, cualquier cosa…”. En sus palabras, y en las de su
pareja y socio, el físico Juan Diego Chang de 30 años, Caravasar es la
tradición de las infusiones de plantas pero no como medicina, sino
como socialización. Un concepto empoderante donde artesanos y comensales se
encuentran y platican de cosas simples y complejas, es decir, donde se adueñan
de sus días y su tiempo.
Zygmunt Bauman dice que nuestra actualidad es “líquida”,
apelando a la fluidez de sustancias líquidas como metáfora, porque esta tiende,
según él, a ser pasajera y no "sólida". Pero tal vez esté equivocado y no tomó en
cuenta sus niveles de infusión, que según el diccionario de la RAE quiere decir:
“Acción de extraer de las sustancias orgánicas"...
Un lugar para (tomarte) el tiempo
Cuando llegué, como a las 10 de la mañana, Julia
estaba ocupada en la barra. Lo que se veía como mezclas y vapores, más una
parejita entusiasmada con sí misma (como esas que están a punto de
comprometerse y quieren que todos lo sepan), tenían toda su atención. Amable, con
una sonrisa, me pidió que le hiciera tiempo mientras Juan Diego me atendía.
Me senté entonces en una mesa cerca de la entrada con vista al
pasaje y a la gente, como me gusta en un lugar para tomar algo, y le pregunté
qué me recomendaba. Me sorprendió que tuviera ya las sugerencias en la punta de
la lengua. Sin duda, parte del oficio, pensé. “¿Querés relajarte?”, me preguntó
como parte de las opciones. Yo dije que estaba bien y me llevó la carta
especial de los tés, que la tienen aparte del resto del menú de comida (está
claro cuál es la especialidad de la casa).
Para hacerme el sofisticado, pedí algo que no fuera el
típico té de canela (infusiones herbales puras: jarra de 1/2 litro, Q12.
Manzanilla, pericón, rosa de Jamaica, menta, tilo, canela y otros…) y me
sirvió a los pocos minutos una jarrita de rooiboos con miel, un té extraído de
un árbol sudafricano. Se sentó conmigo y empezamos a platicar para
hacer tiempo. La parejita salió del lugar saludado a todos y contenta, Julia se
nos unió. Todo perfecto. Fue ella la que contó los comienzos del Caravasar:
“Poco a poco le fui agarrando el gusto al té”, señaló
con un poco de timidez. “Siempre me ha gustado, siempre me gustaron las
infusiones y desde hace un par de años para acá me empecé a meter al rollo del
té, y el año pasado, más o menos a mediados de año, tuve el tiempo para decidir
hacer un proyecto de este tipo y Juan también me apoyó mucho; empezamos a ver
si encontrábamos un lugar...”.
Y así, un día, caminando por el Pasaje Rubio, encuentran
uno de los locales desocupados, y luego de lo que Julia describe como un
“proceso de aplicación”, logran obtenerlo en octubre. Abren dos meses después.
Querían hacerlo en el Centro Histórico: “Yo crecí en el centro”, contó ella.
“He vivido casi toda mi vida acá, me gusta. Creo que es un espacio que no tenía
un lugar así (el té); ha habido otras salas de tés en otros lugares de la
ciudad y fuera de la ciudad de Guatemala como Cobán, en Pana, en Xela, pero el
centro no lo tenía y creímos que era una buena ubicación”. Según Julia y Juan
Diego, el arquitecto urbanista, Álvaro Véliz, les hizo el diseño y el montaje
del espacio...
Para ambos, las plantas, las infusiones y los tés son
más que una medicina, como tradicionalmente se usan en Guatemala. Son una forma
de vida y socialización: “Yo viví tres años en Francia”, dijo Juan Diego. “Viví
un año en Grenoble, que queda en Los Alpes, y dos años en las afueras de París,
y tenía roommates que les gustaba bastante el té; entonces con ellos tomábamos
té casi todos los días…”. La experiencia de Julia aquí: “Para cualquier cosa,
te enfermás y te dan té de manzanilla, y sí lo tenemos, lo que pasa es que no
lo vemos como un estilo de vida sino sólo como un remedio, como algo para
curarte, para aliviarte, pero está metido en cualquier casa guatemalteca, sea
urbana o no urbana...”.
Pero, ¿qué hay detrás de tomar infusiones y tés? Nuestro
tiempo. Julia explica su filosofía del té: “Es una cuestión de estar consciente
de ti, de tu cuerpo, de qué es lo que consumís, de cómo lo consumís, de los
tiempos, del paso del tiempo, de la atención que tenés que ponerle a la
preparación de las cosas, si son para ti o si son para otros. Creo que todo eso
va implícito en la filosofía del té a partir del ritual de cómo vas a preparar
un té…”. Juan Diego, que también trabaja en la barra, interrumpe y agrega: “El
agua tiene que estar a cierta temperatura…”. Julia otra vez: “Y esto es algo
que queremos; no todo el mundo está en esta dinámica de esperar, de tener la
paciencia de que te preparen algo y de que la persona que lo está preparando
esté consciente de qué es lo que tú pediste y necesitás”.
Genial, pensé. Recordé las opciones que me ofreció Juan
Diego al principio. Interesante, ¿no? "Tomarse el tiempo" en Caravasar puede ser más que
un juego de palabras.
“Tratamos de hacer eso”, dijo Julia. “De conocer
mínimamente, un ratitito, qué necesidades tenés y ofrecerte algo. Pero eso
implica una relación de doble vía: el que tú también estés dispuesto a esperar,
que tu té se va a tardar ocho minutos, por ejemplo. Que no es un té de bolsita
que sólo lo vas a sacar y poner en el agua sin importar ni la temperatura ni qué
hojas van ahí, tomarse el tiempo... Y en algunos casos, la gente se ve obligada a
esperar y eso está bien, para ver cómo lo preparan, a ver qué le ponen, a ver
qué… Y mucha gente se interesa por ver qué llevan las cosas. Eso me gusta”.
Las ciencias sociales hicieron a Julia investigadora
de campo y por eso está acostumbrada a socializar. A Juan Diego,
en cambio, le cuesta más. De todos modos, así se conocieron en el salón de
profesores de la Universidad Del Valle. A mí, a esas alturas, el rooiboos me
tenía hablando despacio. El relajante funcionó. Mi voz, habitualmente gangosa, se
desplazaba sin pudor alguno por toda la tertulia. La grabación lo confirmó
después. Ella me explicó que en Sudáfrica lo usan para tratar alergias nerviosas.
A mí me calmó.
Por lo que vi en Caravasar, tanto el comensal como el
artesano comparten su tiempo y esto permite que al día se le saque
otras cosas. Como a las plantas en la infusión. Tal vez por eso, a la par de la
entrada, hay una librera comunitaria con varios títulos (El Túnel de Sabato, Neruda y su Antología general, cuentos de Cortázar...) y una pared codiciada por artistas
visuales del centro para exponer sus trabajos. El último fue Gaël Chevalley, que desde el 10 de marzo presenta su muestra Movimiento censurado al
pie de las mesas. Otro detalle interesante es la banca de madera larga
pegada a esa misma pared, porque favorece el contacto: acerca.
Sabores y más sabores…
El rooiboos con miel que me tomaba se sentía suave, dulce
y agradable. Pero en Caravasar también sirven tés y tizanas puras: tés negros
de la India, chinos y chirrepeco. Lo mejor es que veás de una vez la carta
especial de mezclas artesanales que fue la que me dio Juan Diego (Q15 en
pocillo y Q30 en tetera en todas las variedades). Si querés tés medicinales y
mezclas especiales podés elegir combinaciones de plantas y especies. Hasta lo
dice claro el menú para que no quede duda: “Pedir sugerencia al mesero”.
También hay tés fríos de la casa y a la carta, masala chai frío o caliente,
cafés preparados por infusión o extracción por goteo en cada taza individual, y
variedad de chocolates guatemaltecos, jugos y licuados de fruta, jugos
vegetales y refrescos naturales.
“La mayoría de las infusiones y las mezclas de la
carta son propias”, afirma Julia, agregando que tomó cursos de plantas
medicinales. Las semillas de cilantro son un insumo importante de su trabajo y
con ello prepara el que dice es el té favorito de los comensales:
el Siddhartha, un “diurético fuerte” y “digestivo suave” a la vez, en palabras
de su creadora. Sus proveedores son mercados locales y productores pequeños. El
pericón, por ejemplo, lo sacan del cultivo de la casa de una amiga, y el romero,
de la suya.
Terminamos la entrevista como a las 11 y algo. Julia
tenía que seguir en la barra y Juan Diego salió. La gente seguía llegando y se sentaba
a platicar con la dueña. Los jugos frutales dominaban las órdenes de la hora. Una
señora mayor y la que me pareció su nieta se sentaron a la par y pidieron pita
relleno de falafel (pan untado con hummus, vegetales frescos y aderezado con
salsa). También hay con champiñones y lomito. Parecían consentidas del lugar,
hablaban bien de la comida con Juan Diego.
En la carta hay baguettes vegetarianos,
de pollo y lomito. Los desayunos son fruta, tostadas a la francesa, baguettes
de frijol… Para picar, te ofrecen la Ensalada Caravasar (miltomate, zucchini,
apio y hierbabuena), papas y camote fritos, purés salados y bollitos dulces. Entre
los postres, tienen su pan de la semana y otra vez habla la carta: “Pregunta por
el sabor del día”. Hay flan napolitano, pastel de chocolate, peras al vino,
galletas variadas, helados con mermelada y su pastel de té verde, el “único
matcha cake de Guatemala” (lo que sea que signifique), según la carta, y por Q25. Es
un bizcocho esponjoso elaborado de té verde, decorado con crema batida y
acompañado con helado. Eso sí: hay que preguntar su disponibilidad, dice también
el menú.
A mí me hubiera gustado probarlo pero me pareció algo
caro. Con el té y la compañía quedaron muy bien, con los precios, no tanto. Y como
tenía que quedarme a afinar las preguntas de mi siguiente entrevista del día,
una charla a las tres de la tarde con el fotógrafo Daniel Hernández-Salazar
sobre su expo Guatemala se re(v)bela
en su casa de la segunda avenida, pues me pedí un pastel de canela con pecanas.
Había que tomarme tiempo, justamente. Y fue una delicia. En Caravasar, al menos
por la mañana, se piensa y se escribe tranquilo. Lo malo es que tuve que pagar mi
pastelito (Q10), y yo pensé que sería una cortesía para la nota, pero ni modo...
Té Caravasar, 6a avenida 8-35 zona 1, Pasaje Rubio, ciudad de Guatemala, local 8. (502) 2230 2325. Abierto de 9 a 19 horas, de lunes a sábado |
Hay días
en que toca pagar la cuenta…
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Una rara mezcla entre psicólogo, poeta, activista, bloguero y periodista digital que sólo es posible en el siglo xxi. Creador de Asuntos inconclusos |
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