“Robar
un banco es delito; pero más delito aún es fundarlo”
Bertolt
Brecht
Dado
que empezamos con una cita de Bertolt Brecht, aprovechemos a recordar una
famosa obra suya: Preguntas de un obrero
que lee, para hacer lo mismo en el tema que ahora nos convoca: los
“Papeles de Panamá”.
En
esa poesía, un lector anónimo se pregunta con toda la “ingenuidad” del caso
sobre asuntos de importancia capital. Repitamos la operación: “inocentemente”,
como neófitos del mundo financiero, preguntémonos qué está pasando con todo
esto. ¿Por qué ahora la corrupción pasa a ser el monstruo más terrible que nos
ataca? ¿Es cierto eso, o hay “gato encerrado”? ¿Por qué los “Panama Papers”
son tan tremendamente importantes?
Por
lo pronto, veamos quién dice que son tan, pero tan importantes: es la gran corporación mediática global la encargada de deformar nuestra percepción de la
realidad. Aquella que hace parte de lo que los estrategas del Pentágono llaman
“guerra de cuarta generación” (guerra mediático-psicológica). Esa poderosa
industria de la (des)información presenta ahora esta nueva plaga bíblica que es
la corrupción.
Es
curioso: el capitalismo actual, en su versión neoliberal global, es
estructuralmente mafioso, corrupto, parásito. El capital dominante es el
financiero (¡qué acertado el epígrafe de Brecht!). Es decir: el capital
parásito, que se mueve desde hace décadas a través de oscuras transacciones
bancarias, en muchos casos a través de esa infamia que es la banca llamada
offshore, es quien domina el sistema mundial. Los organismos del Consenso de
Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), representantes de
la gran banca capitalista de las grandes potencias, marca el rumbo de la
Humanidad. Esos parasitarios capitales han superado con creces al capital
productivo (industrial manufacturero, agrario, de la industria de servicios).
Los bancos son los dueños de las finanzas globales y, por tanto, son los que
realmente deciden la marcha de los acontecimientos.
Junto
a esos mafiosos megacapitales, dos de los grandes negocios que dinamizan la
economía capitalista son la fabricación y venta de armas (primer negocio a
escala planetaria), y la narcoactividad. Los flujos de capital que estas ramas
económicas inyectan a las finanzas internacionales son monumentales. En otros
términos, las industrias de la muerte (armas para matar: la destrucción de
países y su posterior reconstrucción, la fabricación de guerras en cualquier
rincón del Tercer Mundo o psicotrópicos para envenenar y cegar vidas) son los
principales negocios junto al petróleo (¿otra industria con un buen potencial
de muerte?); negocios que se mueven con lógicas corruptas, oscuras,
gangsteriles.
¿Quién
controla el flujo de armas (desde una pistola personal hasta un portaaviones con
energía nuclear)? ¿Por qué los narcotraficantes, los “malos de la película”,
nunca son estadounidenses? Si Estados Unidos es el principal consumidor mundial
de sustancias psicoactivas, ¿por qué nunca aparecen redes mafiosas de
narcotráfico en su territorio? Estudios consistentes dicen que la DEA es el
principal cártel de narcotráfico del mundo. Y el narcolavado es una de las
actividades financieras más “exitosas” en la actualidad. Y
todo eso, ¿no es altamente corrupto?
Por otro lado, la llamada “desregulación
laboral” (traslado de plantas industriales desde el Norte próspero hacia
el Sur pobre), maniobra artera que busca mano de obra más barata y exclusión de
controles fiscales y medioambientales: ¿no es una práctica infinitamente
corrupta? En
síntesis: el capitalismo actual se basa cada vez más en prácticas corruptas,
mafiosas, infames. ¿Por qué ahora surge esta cruzada mundial contra la
corrupción?
La corrupción es una conducta
socialmente deleznable. ¿Quién en su sano juicio podría
justificarla, mucho menos aplaudirla? Tal como la caracterizó hace algunos años
un sínodo de obispos (Ecuador, 1988; caracterización que sigue siendo
absolutamente válida al día de hoy), la corrupción es “un mal que corroe las sociedades
y las culturas, se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades,
provoca crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad;
genera marginalidad, exclusión y miedo (…) mientras utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la
administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a
las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la
comunicación social. (…) Refleja el
deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la
justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática
y el desarrollo de los pueblos”. Sin la más
mínima sombra de duda, la corrupción es una práctica abominable, como tantas
otras que realizamos a diario los seres humanos. Pero, ¿no será una coartada
(una más entre tantas) que intenta alejarnos de las verdaderas causas de las
injusticias y la exclusión social? La corrupción es consecuencia, ¡no causa!
Nunca debemos perder de vista esto.
Como
al lector en la poesía de Brecht, me quedan muchas preguntas sin respuestas en
este affaire de los “Papeles de
Panamá”. ¿No hay agenda oculta aquí? El año pasado, en abril de 2015, se
comenzó a desarrollar una furiosa campaña anticorrupción en Guatemala promovida
por la “ciudadanía democrática” (así, en abstracto). Ello sirvió para quitar del
poder al entonces binomio presidencial de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti. Todo
indicaría que eso fue un banco de pruebas, un laboratorio para lo que vendría
luego: al poco tiempo, la lucha contra la corrupción emergió como una gran
cruzada del “espíritu democrático”. Al poco tiempo, esa lucha frontal contra el
“cáncer” de la corrupción, elevado a la categoría de nuevo pandemonio
universal, dio como resultado una lógica imperial proveniente de Washington:
gobiernos díscolos a los dictados de la potencia del Norte comenzaron a verse
atacados bajo las denuncias de hechos corruptos. Así fueron sacados del poder Cristina
Fernández en Argentina; se bloqueó la posibilidad de reelección de Evo Morales
en Bolivia; se prepararon las condiciones para un derrocamiento de Dilma
Rousseff en Brasil. Curiosamente, todas administraciones molestas para la
geopolítica estadounidense. Y valga agregar que, pese a la “democrática” y
“políticamente correcta” lucha contra la corrupción en Guatemala, las cosas no
cambiaron en sustancia, porque en el país centroamericano, al menos un 11 por
ciento del producto interno bruto se sigue dando por la narcoactividad y el
crimen organizado.
Sugestivamente
también, si seguimos en las preguntas al modo del obrero lector de Brecht, se
denuncian meses atrás casos de corrupción en la FIFA (¿un intento de bloquear el
próximo mundial de fútbol en Rusia?). ¿Por qué ahora esta práctica que sigue
dominando las finanzas mundiales preocupa tanto? Pero, ¿a quiénes preocupa?
Evidentemente,
este “espíritu democrático” anticorrupción cala en la moral común. Atacar a
otro por “degenerado corrupto”, reconforta. ¿Por qué no se ataca con similar
virulencia el hambre y la explotación, el racismo o el patriarcado? ¿No son
todos estos elementos igualmente lacras que deberían desecharse? Acusar de
corrupto a otro satisface a una ramplona y morbosa moralina clasemediera. El
poder saber implementarla a su favor (los casos de recientes derrotas
electorales en los países con gobiernos de centroizquierda a partir del
bombardeo mediático contra la corrupción).
El
combate monumental contra las prácticas corruptas que parece haberse desatado
huele raro. Huele mal, diríamos. En definitiva, puede servir como mecanismo de
control político-social. ¿Por qué es corrupto el presidente de Venezuela y no
así el de Colombia o el de México (países estos últimos donde, es sabido, la
corrupción campea libremente)? ¿Gato encerrado? Tanto revuelo en la corporación
mediática global suena llamativo. ¿Acaso terminó la corrupción en Guatemala
luego del encarcelamiento del presidente y la vicepresidenta, o puede verse
ahora, a la distancia, que hubo un fabuloso montaje mediático?
Ahora
aparecen los sugestivos “Papeles de Panamá”. Uno de los principales acusados, o el principal, llamativamente es el presidente ruso Vladimir Putin. Se
hace cargo de la investigación el Consorcio
Internacional de Periodistas de Investigación, instancia que tiene su
base en Washington (¿curiosa casualidad?). Y en un santiamén, la noticia de ese
estudio panameño: Mossack Fonseca, sospechoso de opacidad, se difunde
por todo el mundo (¿otra curiosa casualidad?).
“El
escándalo de los llamados 'papeles de Panamá' es un intento de redirigir los grandes
flujos financieros de las zonas 'offshores' o paraísos fiscales hacia Estados
Unidos”, declaró recientemente el experto financiero alemán, Ernst Wolff, en
una entrevista concedida al medio germano Sputnik. Según el analista, es significativo que ninguna empresa estadounidense aparezca
en la lista de corruptos. “Lo que está sucediendo ahora es que Estados Unidos
está tratando de 'secar' ciertos paraísos fiscales para presentarse a sí mismo
como el nuevo y mayor paraíso fiscal del mundo”, afirma Wolff. “En estos
'offshores' hay distribuidos alrededor de 30-40 billones de dólares. Y Estados
Unidos, claramente, está interesado en redirigir estos fondos a su país”,
indica el estudioso...
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Por
lo pronto, no puede desconocerse que los estados de Nevada, Dakota del Sur,
Wyoming y Delaware, en territorio estadounidense, funcionan como paraísos
fiscales, rigiendo allí un secreto bancario ilimitado, similar al de Suiza, o
al de los enclaves offshore. La jugada podría consistir en intentar
desacreditar a los actuales puntos financieros incontrolados (como Panamá y
tantos otros países que viven en buena medida de esas prácticas corruptas) para
redirigir esos cuantiosos fondos a la economía de la potencia americana.
Maniobra
financiera o maniobra política para control de “indeseables peligrosos”, la
actual cruzada anticorrupción no parece destinada a terminar realmente con ese
tumor canceroso. En realidad, el capitalismo es en esencia un robo legitimado;
la corrupción es simplemente un efecto secundario de su estructura. El problema
no está en la corrupción, sino en el sistema que la produce...
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Marcelo Colussi PLATIQUEMOS UN RATO
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