jueves, 3 de marzo de 2016

Izquierda en Latinoamérica: una agenda pendiente (II)

POR MARCELO COLUSSI



El anterior panorama, con la caída del muro de Berlín y todas las otras caídas que eso trajo aparejadas, hizo sentir a la derecha global, siempre capitaneada por Washington, el gran vencedor de la Guerra Fría. De allí el grito triunfal de Francis Fukuyama respecto a que la historia había terminado, o la altanera afirmación de la "Dama de Hierro", Margaret Thatcher, en relación a que no hay alternativa...

Analistas como el sociólogo Edelberto Torres-Rivas creen que el Estado fuerte y liberal de Guatemala desaparece a mediados de los años ochentas del siglo xx con la reforma constitucional, y se pasa al neoliberalismo. Otros como el economista y exministro de Finanzas, Juan Alberto Fuentes Knight, opinan que con el gobierno de Arzú (1996-2000) inicia un proceso de flexibilización del gasto público en sectores como la construcción, salud y educación, y con ello el sistema de corrupción actual. Foto: Prensa Libre, archivo   
 
El golpe fue tan grande, que por un momento todo el campo popular sintió que era cierto, que “la historia estaba echada”, que “no había ninguna salida”. Pero la historia sigue y también las injusticias. Por tanto, la gente de carne y hueso, que es la que realmente hace la historia, siguió reaccionado ante las inequidades. Sin duda que la “pedagogía del terror” que se aplicó con muertos, desaparecidos, torturados y aldeas arrasadas silenció la protesta por un tiempo. La desarticulación de las demandas fue grande y al día de hoy aún se siente, lo cual no significa que terminaran las injusticias y la explotación o que los pueblos dejaran de sufrir y alzar la voz ante los atropellos.

Lentamente, reorganizándose como pudieron, los colectivos sociales siguieron adelante con sus demandas. Surgieron así, o cobraron fuerza, nuevas formas de lucha, de protesta, de confrontación al capital y a las distintas formas de explotación (luchas étnicas, reivindicaciones de género). Las izquierdas políticas, bien organizadas y con un norte claro (o aparentemente claro) de las décadas pasadas y en general en desbandada, fueron cediendo su lugar a las izquierdas sociales, a los movimientos contestatarios y antisistémicos, en muchos casos bastante espontáneos.

Las fuerzas políticas de cuño marxista que, en más de alguna ocasión veían la revolución socialista como algo cercano en la década de los 70 del pasado siglo, involucionaron. Muchos partidos comunistas se transformaron en socialdemócratas. Buena parte de la izquierda revolucionaria se convirtió en una izquierda no confrontativa con el sistema, amansándose, pasando a planteos posibilistas y electorales. Lo que algunas décadas atrás se denostaba implacablemente (la lucha electoral, por ejemplo), pasó a ser, en mucha gente de izquierda, el único camino posible. El saco y la corbata o el maquillaje y los tacones, vinieron a reemplazar la boina guerrillera. Pero no sólo en términos de indumentaria, obviamente: el retroceso se dio en ámbitos más profundos.

Si los años 80 pudieron ser llamados la “década perdida”, los 90 marcan un nuevo auge, una recomposición, un nuevo despertar de procesos populares. Ahora bien: debe quedar claro que los parámetros de las luchas de años atrás variaron sustancialmente. Para el siglo xxi, tener trabajo es ya un éxito, y dadas las condiciones generales que impuso el neoliberalismo con su hiper-explotación, la vida pasó a ser en muy buena medida y casi en exclusividad, una dura y cotidiana lucha por la pura sobrevivencia. La precarización se hizo evidente en todos los aspectos y en todos los sectores socioeconómicos. Por ahí se dijo que hoy un trabajador (obrero industrial o productor intelectual) trabaja tanto como en la Edad Media europea.

Nuevos problemas aparecieron en la escena, como la delincuencia urbana generalizada, el consumo de drogas ilegales y el narcotráfico. Esos elementos fueron marcando la dinámica actual. La lucha de clases pareció salir de escena pero obviamente ¡no salió! Ahí está, siempre presente, aunque invisibilizada a través del monumental bombardeo mediático al que se somete a la población. “Protestar” es cosa del pasado, parece ser la consigna. Eso es lo que el discurso de la derecha, omnímodo, incuestionable, intenta presentar como versión oficial de las cosas. De la mano de eso se muestra, maquilladamente, un supuesto paraíso donde los países desarrollaron su modelo neoliberal y se remite al caso de Chile como paradigma. Pero la realidad es muy otra: con la aplicación de esas recetas liberales Latinoamérica pasó a ser la región del orbe con mayor inequidad; sus diferencias entre ricos y pobres son mayores que en ninguna otra parte. Con los planes de achicamiento de los Estados y las recetas fondomonetaristas que la atravesaron estas últimas décadas, la exclusión social creció en forma agigantada: en los inicios de la década del 80 había 120 millones de pobres, pero esta cifra aumentó a más de 250 millones en los últimos 30 años y de ellos más de 100 son población en situación de miseria absoluta. 

Así como creció la pobreza, igualmente creció la acumulación de riquezas en cada vez menos manos. La deuda externa de toda la región hipoteca eternamente el desarrollo de los países y sólo algunos grupos locales (en general unidos a capitales transnacionales) son los que crecen; por el contrario, las grandes mayorías urbanas y rurales decrecen continuamente en su nivel de vida. Lo que no cesa es la transferencia de recursos hacia Estados Unidos, ya sea como pago por servicio de deuda externa o como remisión de utilidades a las casas matrices de las empresas que operan en la región. Las remesas que retornan son mínimas en relación a lo que se va. Y la cooperación internacional, con las migajas que aporta, ni por cerca puede ser una solución valedera a estos problemas tan profundos.

De este modo, el sistema tiene controlada la protesta social. Dado que la subocupación y la desocupación abierta crecieron exponencialmente, tener un puesto de trabajo es un bien codiciado que se debe cuidar como tesoro. Eso es una forma de evitar la protesta social. A lo que se suma la pedagogía del terror ya mencionada, asentada en años de violencia generalizada con Estados contrainsurgentes que violaron en forma inmisericorde los más elementales Derechos Humanos. Y si la población sigue protestando se la criminaliza, o se la reprime abiertamente.

En ese escenario de retroceso social, el grueso de las izquierdas también retrocedió. El ideario revolucionario de años atrás quedó en suspenso. Muchas de las iniciativas de izquierda “se calmaron”. Así se produjo un cambio importante en la correlación de fuerzas y en las dinámicas sociopolíticas: para el sistema capitalista dominante, para las oligarquías nacionales en cada país de Latinoamérica y para Washington (eje decisorio de lo que sucede en la región, vista siempre como su “patio trasero”), el principal enemigo son ahora los movimientos populares, lo que podríamos llamar la "izquierda social" y no tanto las izquierdas políticas (hoy, en muchos casos ocupando posiciones de gobierno, fieles pagadoras de la deuda externa y preocupadas, más que nada, por aparecer en televisión)... 


Artículo publicado en Prensa Latina y reeditado por Asuntos Inconclusos el 2/3/16 a las 9:28 horas  

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Marcelo Colussi     PLATIQUEMOS UN RATO

Argentina (1956). Estudió Psicología y Filosofía. Vivió en varios países latinoamericanos y desde hace 20 años radica en Guatemala. Investigador social, psicoanalista y además escribe relatos, con varios libros publicados. Foto: aporrea.org

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