Familiares lloran sobre el ataúd de Brenda Dominguez,
quien murió el sábado y fue inhumada el domingo. Foto: Prensa Libre/Estuardo
Paredes
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-¿Por qué sonríe? -le preguntaron mientras lo
esposaban.
-Porque Dios es bueno -respondió el detenido.
POR MARCELO COLUSSI
“En Guatemala solo borracho se
puede vivir”, dijo alguna vez el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias. Quizás
exageraba, pero la frase guarda algo de razón: la situación diaria es un
muestrario de injusticias, de conflictos nunca resueltos, de excesos tan disparatados
que invitan a escapar despavoridos. De ahí que el alcohol pareciera una buena
puerta de salida.
Pero aun borrachos, la cruda realidad ahí está. Aunque no guste,
las injusticias, los conflictos y los excesos se suceden a diario. ¿Qué pasó
estos días con ese incidente que funcionó como bomba mediática: el
atropellamiento de unos jóvenes que protestaban, con la consecuencia de una
muchacha muerta y varios heridos? Más allá del tratamiento amarillista a que
nos tienen acostumbrados estas cosas (como cuando hay un accidente de tránsito
y la gente provoca interminables colas para detenerse a husmear qué pasó), la
marea mediática infló las cosas (seguramente vendiendo más “mercadería
periodística” estos días), dividiendo la realidad de modo maniqueo entre “buenos”
y “malos”. Pero la realidad es infinitamente más complicada que eso, que “buenos”
y “malos” (eso suena a Hollywood…, y la vida –desgraciada o felizmente– no es
esa ramplona banalidad).
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¿Quién tiene la “culpa” de lo acontecido, de la muerte de la
joven Brenda Domínguez? Una suma de complejidades. Quizá hay que verlo en clave
de ese muestrario de injusticias, de conflictos nunca resueltos, de excesos tan
disparatados. Una sociedad con una cultura de violencia histórica, donde la
impunidad campea altiva y donde la también mediática “lucha contra la corrupción”
desatada desde abril de 2015 no pasa de pantalla distractora (¿en qué mejoró la
calidad de vida de los guatemaltecos con algunos funcionarios presos? ¿Terminó la desnutrición, el analfabetismo, la exclusión, la vulnerabilidad ante
cada estación lluviosa, la desocupación, la violencia cotidiana de jóvenes que
están en maras con Pérez Molina y Roxana Baldetti presos?); una sociedad donde
el “98% de los delitos queda impune” (según declarara la anterior Fiscal
General), donde un condenado a 80 años de prisión inconmutable por hiperprobados delitos de lesa humanidad queda libre dos días después del juicio que
le condenara; una sociedad donde por Q200 se puede encargar la muerte de
alguien a un sicario y donde por Q1,000 se consigue en el mercado negro un
fusil de asalto con munición; una sociedad donde diariamente muere más gente
por inanición que por hechos criminales (¿el hambre no es un crimen?); una
sociedad donde muchos se indignan por un “barco del aborto” que llega a sus
costas pero que está entre los principales países latinoamericanos en
porcentaje de abortos (clandestinos, por supuesto, y con un altísimo índice de
mortalidad femenina por las condiciones antihigiénicas en que se realizan); una
sociedad donde, siguiendo los Documentos de Santa Fe de los tanques de pensamiento
estadounidenses, las iglesias evangélicas avanzaron impetuosas en estos últimos
años para cerrarle el paso a la Teología de la Liberación de la Iglesia católica
(vista como “peligro comunista”), iglesias de donde proviene el padre del
hechor del asesinato de la joven Brenda (un pastor “cristiano”); una sociedad
donde muchos de sus miembros cargan devotamente en las procesiones de Semana
Santa pero al mismo tiempo están de acuerdo con la pena de muerte y los
linchamientos; una sociedad donde el hijo de ese pastor, que irresponsablemente
atropelló a un grupo de jóvenes que protestaban ante injusticias de su centro
educativo, iba desesperado a su trabajo en un call center para no llegar tarde
porque, en tal caso, perdería el trabajo (sabiendo que la desocupación
constituye un drama sin muchas salidas); una sociedad donde campean los call
centers y se ven como “importantes fuentes de trabajo”, aun siendo virtuales
maquilas (enclaves que realizan capitales foráneos dada la precariedad de los
salarios locales, la exención de impuestos de que aquí gozan, la prohibición de
sindicatos); una sociedad donde todo lo anterior es posible, permite
(posibilita/fomenta) la reacción alocada de otro joven, para el caso de 25
años, que termina convirtiéndose en asesino. ¿Dios será bueno y lo “salvará”?
¿Quién tiene la “culpa” de lo que pasó el otro día? ¿Tal vez la
“psicopatología” de este joven de 25 años, que sonríe bonachonamente esperando
una gracia divina? ¿La población que escribe alegremente en las redes sociales
que “atropellar está bien, porque los manifestantes violan el derecho a la
libre locomoción”? Quizá, para empezar a entender el problema (¡y para buscarle
soluciones!) conviene pensar todo esto según las palabras de Tirso de Molina:
“¿Quién mató al Comendador? Fuente Ovejuna, Señor. Fuente Ovejuna lo hizo”.
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Marcelo Colussi PLATIQUEMOS UN RATO
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