jueves, 26 de mayo de 2016

Mala leche

POR CHRISTIAN RODRÍGUEZ



Guatemala siempre ha encabezado la producción de leche de la región. Irónicamente, siempre ha estado en la cola de los menores consumidores: Guatemala y Haití son los países donde menos leche se consume en todo el continente americano.  

Foto: SinMordaza

Muchas personas están en contra del consumo de leche al aducir que el ser humano es el único que consume leche tras la lactancia y eso es muy cierto, pero también lo es que somos los únicos que comemos tamales, hamburguesas y todo tipo de químicos conservantes y colorantes.  

Durante casi toda mi niñez, la leche fue uno de esos productos básicos que casi siempre faltaba en nuestra mesa, no porque estuviéramos en contra de su consumo, sino porque para nuestra familia era un producto muy costoso. Los cereales que comíamos (muy de vez en cuando) los teníamos que ahogar en café o en Incaparina. 

Por las mañanas solíamos ver pasar a las cabras y al pastor ofreciendo leche. El pastor anunciaba su paso con unos latigazos al aire, era la señal para salir corriendo a la calle a ver pasar la caravana de cabritas y, aunque no siempre podíamos comprar su leche que era mucho más cara que la de vaca, algunas veces mis padres hicieron el sacrificio a sabiendas de la importancia de las proteínas y grasas que nos podían aportar a nuestros enteleridos cuerpos. 

Los vasitos se iban llenando con leche calientita y espumosa mientras ordeñaba a la cabra en el momento, enfrente del cliente. Era un espectáculo verlas transitando entre esas claustrofóbicas calles. En ese entonces meaban y cagaban en la tierra, alimentándola, pero ahora el suelo está cubierto de concreto y los orines y las cacas se quedan embarradas en él y en las suelas de los zapatos de quienes caminan desprevenidos.

Muy de vez en cuando también pasaba por esos callejones de la zona 18 una señora empujando una carreta con dos grandes depósitos de leche, era más barata que la de cabra y por eso sacábamos un pichel para que nos lo llenara. La señora, al ver que el negocio funcionaba, le fue aumentando de precio y también de agua, la leche cada vez parecía más clara y sabía menos a leche, así dejamos de comprarle.

Foto: Christian Rodríguez

La leche que se consume en Guatemala, al menos la que nos alcanzaba comprar, es de muy dudosa procedencia, de poca calidad, más agua que otra cosa y aún así sigue siendo costosa, tanto, que nos acostumbraron a adquirirla en polvo.

Mientras a EE.UU. entraba polvo blanco (que no era leche, precisamente), ellos nos enviaban a modo de caridad leche en polvo que era distribuida por iglesias evangélicas que la daban a precios muy bajos y en algunas ocasiones incluso la regalaban. Le llamábamos “leche pedorra” porque era tan pesada para nuestros organismos que nos producía dolores de estómago, se nos inflaba y consecuentemente producía unos gases muy heavys. No sé si las iglesias evangélicas querían que con los gases incrementáramos el efecto invernadero del planeta y así acelerar el fin del mundo, el advenimiento con el que tanto sueñan estos comerciantes de la fe. 

“¿En polvo? ¿Es en serio?”, es la reacción de muchas personas europeas que no me creen ese cuento porque la leche es líquida, sale de seres vivos y tiene mucha agua; no debería de salir de latas de aluminio ni de bolsas plásticas.

El consumismo salvaje nos ha hecho creer tantas incoherencias, nos han enseñado que lo normal es rellenar a los bebés con leches de fórmulas, ya que lo “raro” es que las madres produzcan buena leche materna. Una vez destetados, nos hacen creer que es mejor darle al nene o a la nena una compota artificial de grasa hidrogenada con azúcares y sabor artificial de banano, que darle un banano de verdad. Quiere decir que a la mayoría de la niñez de hoy en día se le alimenta con comida chatarra.

Hasta mi juventud, la leche seguía siendo un producto costoso, pero nuestro nivel económico había mejorado y, aunque aún seguíamos sorteando la línea que diferencia entre ser pobre y estar en pobreza extrema, nos alcanzaba para comprar leche líquida: poco más de un litro para toda la familia a la semana.

Mientras la OMS recomienda que las personas consuman leche y sus derivados en un mínimo de 180 litros anuales, en Guatemala el consumo es de apenas 60. Muy por debajo del mínimo y muy lejano de los 200 litros por persona que consumen en Europa o en Costa Rica, para no ir tan lejos. 

Ya de adulto, con varios ingresos laborales en la familia, por fin podíamos darnos el lujo de comprar leche líquida de manera habitual, aunque no era leche al pie de la vaca, sino leche líquida mezclada con químicos preservantes en una especie de ubres artificiales, bolsas de plástico y tetra paks que le llaman, siendo gracias a este envase que el producto seguía siendo caro, aparte del costo de generar basura no biodegradable.

Llegaría a tener más de 20 años y jamás había probado un yogur (el lácteo en su máxima expresión), era imposible para nuestros bolsillos comprárnoslo y, cuando lo probé, no sé si realmente me gustó pero decían que era muy sano y nos lo recomendaban, así que lo engordamos de azúcar para que nos pasara por el gaznate. 

Cuando migré a Europa me di cuenta que la comida básica como los lácteos y sus derivados eran muy baratos allí. 1 litro de leche cuesta unos Q3 mientras en Guatemala no baja de Q12*. Se consume muchísima leche en Europa, más de 150 litros al año por persona. 

Viviendo en Europa y sabiendo que los lácteos eran baratos, se me antojó un yogur y fui al supermercado, a uno de los más baratos y cutres de Bizkaia. De pronto me encontré con una estantería refrigerada y me bloqueé: no sabía qué elegir, tenía frente a mí diferentes tipos y marcas de yogures: natural, azucarado, edulcorado, con frutas, con pulpa de frutas, con semillas, con zumos, con mermelada, con jarabes, con chocolate, con frutos secos, con café, con especias, aromatizados, cremosos, ecológicos, especiales, desnatados, líquidos, probióticos, tipo petit, estéticos, de soja, vegetales, kéfir, kumis, bifidus activo y L-Casei... Me estresé: ¡yo sólo quería un maldito yogur! El otro extremo del consumismo es bombardearte con tantas opciones para que salgas estresado, así que ese día me compré un flan, no vaya ser que luego ande de “mala leche”… 

*Modificado el 26/5/16 a las 17:31.   
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Christian Rodríguez      DE SIMAS Y CIMAS



Nací en 1976. Crecí en la zona 18.

Para escapar me fui a probar suerte a las montañas (más de 400 ascendidas en Europa, África y América). Soy guía de montaña titulado en Europa, conferencista, galardonado escritor y fotógrafo. Presidente de Entreamigos-Lagun Artean. Migré a tierras vascas (2009) siguiendo el amor 
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1 comentario:

  1. Jajajaja... excelente columna. Me recordé exactamente la primera vez que probé cereal con café, es feo; pero si me paso con incaparina. Lo bueno de vivir en el área rural es el hecho de que mi padre ahorro tanto para podernos comprar una cabra a la cual alimentamos constantemente, era un trato, nosotros la sacábamos a pastorear y ella nos daba de su leche. Felicitaciones Christian una columna muy amena y fluida.

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