Guatemala siempre ha encabezado la producción de leche
de la región. Irónicamente, siempre ha estado en la cola de los menores
consumidores: Guatemala y Haití son los países donde menos leche se consume en
todo el continente americano.
Foto: SinMordaza |
Muchas personas están en contra del consumo de leche
al aducir que el ser humano es el único que consume leche tras la lactancia y
eso es muy cierto, pero también lo es que somos los únicos que comemos tamales,
hamburguesas y todo tipo de químicos conservantes y colorantes.
Durante casi toda mi niñez, la leche fue uno de esos
productos básicos que casi siempre faltaba en nuestra mesa, no porque
estuviéramos en contra de su consumo, sino porque para nuestra familia era un
producto muy costoso. Los cereales que comíamos (muy de vez en cuando) los
teníamos que ahogar en café o en Incaparina.
Por las mañanas solíamos ver pasar a las cabras y al pastor
ofreciendo leche. El pastor anunciaba su paso con unos latigazos al aire, era
la señal para salir corriendo a la calle a ver pasar la caravana de cabritas y,
aunque no siempre podíamos comprar su leche que era mucho más cara que la de
vaca, algunas veces mis padres hicieron el sacrificio a sabiendas de la
importancia de las proteínas y grasas que nos podían aportar a nuestros enteleridos
cuerpos.
Los vasitos se iban llenando con leche calientita y
espumosa mientras ordeñaba a la cabra en el momento, enfrente del cliente. Era
un espectáculo verlas transitando entre esas claustrofóbicas calles. En ese
entonces meaban y cagaban en la tierra, alimentándola, pero ahora el suelo está
cubierto de concreto y los orines y las cacas se quedan embarradas en él y en
las suelas de los zapatos de quienes caminan desprevenidos.
Muy de vez en cuando también pasaba por esos
callejones de la zona 18 una señora empujando una carreta con dos grandes
depósitos de leche, era más barata que la de cabra y por eso sacábamos un
pichel para que nos lo llenara. La señora, al ver que el negocio funcionaba, le
fue aumentando de precio y también de agua, la leche cada vez parecía más clara
y sabía menos a leche, así dejamos de comprarle.
Foto: Christian Rodríguez |
La leche que se consume en Guatemala, al menos la que
nos alcanzaba comprar, es de muy dudosa procedencia, de poca calidad, más agua
que otra cosa y aún así sigue siendo costosa, tanto, que nos acostumbraron a
adquirirla en polvo.
Mientras a EE.UU. entraba polvo blanco (que no era
leche, precisamente), ellos nos enviaban a modo de caridad leche en polvo que
era distribuida por iglesias evangélicas que la daban a precios muy bajos y en
algunas ocasiones incluso la regalaban. Le llamábamos “leche pedorra” porque
era tan pesada para nuestros organismos que nos producía dolores de estómago,
se nos inflaba y consecuentemente producía unos gases muy heavys. No sé si las iglesias evangélicas querían que con los gases
incrementáramos el efecto invernadero del planeta y así acelerar el fin del
mundo, el advenimiento con el que tanto sueñan estos comerciantes de la fe.
“¿En polvo? ¿Es en serio?”, es la reacción de muchas
personas europeas que no me creen ese cuento porque la leche es líquida, sale
de seres vivos y tiene mucha agua; no debería de salir de latas de aluminio ni
de bolsas plásticas.
El consumismo salvaje nos ha hecho creer tantas
incoherencias, nos han enseñado que lo normal es rellenar a los bebés con
leches de fórmulas, ya que lo “raro” es que las madres produzcan buena leche
materna. Una vez destetados, nos hacen creer que es mejor darle al nene o a la
nena una compota artificial de grasa hidrogenada con azúcares y sabor
artificial de banano, que darle un banano de verdad. Quiere decir que a la
mayoría de la niñez de hoy en día se le alimenta con comida chatarra.
Hasta mi juventud, la leche seguía siendo un producto
costoso, pero nuestro nivel económico había mejorado y, aunque aún seguíamos
sorteando la línea que diferencia entre ser pobre y estar en pobreza extrema,
nos alcanzaba para comprar leche líquida: poco más de un litro para toda la familia
a la semana.
Mientras la OMS recomienda que las personas consuman leche y sus derivados en un mínimo de 180 litros anuales, en Guatemala el
consumo es de apenas 60. Muy por debajo del mínimo y muy lejano de los 200
litros por persona que consumen en Europa o en Costa Rica, para no ir tan lejos.
Ya de adulto, con varios ingresos laborales en la
familia, por fin podíamos darnos el lujo de comprar leche líquida de manera
habitual, aunque no era leche al pie de la vaca, sino leche líquida mezclada
con químicos preservantes en una especie de ubres artificiales, bolsas de
plástico y tetra paks que le llaman, siendo gracias a este envase que el
producto seguía siendo caro, aparte del costo de generar basura no
biodegradable.
Llegaría a tener más de 20 años y jamás había probado un
yogur (el lácteo en su máxima expresión), era imposible para nuestros bolsillos
comprárnoslo y, cuando lo probé, no sé si realmente me gustó pero decían que
era muy sano y nos lo recomendaban, así que lo engordamos de azúcar para que
nos pasara por el gaznate.
Cuando migré a Europa me di cuenta que la comida
básica como los lácteos y sus derivados eran muy baratos allí. 1 litro de leche cuesta unos Q3 mientras en Guatemala no baja de Q12*. Se consume
muchísima leche en Europa, más de 150 litros al año por persona.
Viviendo en Europa y sabiendo que los lácteos eran
baratos, se me antojó un yogur y fui al supermercado, a uno de los más baratos
y cutres de Bizkaia. De pronto me encontré con una estantería refrigerada y me bloqueé:
no sabía qué elegir, tenía frente a mí diferentes tipos y marcas de yogures:
natural, azucarado, edulcorado, con frutas, con pulpa de frutas, con semillas,
con zumos, con mermelada, con jarabes, con chocolate, con frutos secos, con
café, con especias, aromatizados, cremosos, ecológicos, especiales, desnatados,
líquidos, probióticos, tipo petit, estéticos, de soja, vegetales, kéfir, kumis,
bifidus activo y L-Casei... Me estresé: ¡yo sólo quería un maldito yogur! El
otro extremo del consumismo es bombardearte con tantas opciones para que salgas
estresado, así que ese día me compré un flan, no vaya ser que luego ande de “mala
leche”…
*Modificado el 26/5/16 a las 17:31.
*Modificado el 26/5/16 a las 17:31.
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Christian Rodríguez DE SIMAS Y CIMAS
Nací en 1976. Crecí en la zona 18.
Para escapar me fui a probar suerte a
las montañas (más de 400 ascendidas en Europa, África
y América). Soy guía de montaña titulado en Europa, conferencista,
galardonado escritor y fotógrafo. Presidente de Entreamigos-Lagun Artean. Migré a tierras vascas (2009) siguiendo el amor
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Jajajaja... excelente columna. Me recordé exactamente la primera vez que probé cereal con café, es feo; pero si me paso con incaparina. Lo bueno de vivir en el área rural es el hecho de que mi padre ahorro tanto para podernos comprar una cabra a la cual alimentamos constantemente, era un trato, nosotros la sacábamos a pastorear y ella nos daba de su leche. Felicitaciones Christian una columna muy amena y fluida.
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