POR ARELY CHAMALÉ
Como si para romper
el hielo usan la frase ya quemada, los que aquí conocen e identifican mi país,
claro está.
Guatemala es un país
visto de diferentes colores. El verde de la naturaleza y el azul de sus aguas.
Los trajes indígenas y sus diferentes tonalidades. El rojo de los medios de
comunicación sobresale entre todos los demás: violencia y delincuencia. Muchos aquí
por cordialidad omiten el detalle y unos pocos me lo preguntan en voz baja. Con
toda sinceridad yo admito lo que escucho.
Definir a un país
que no deja definirse. Nombrar actos y rumbos, bien sea de sus gobernantes como
de los mismos ciudadanos; impide a veces mostrar el lado “bonito” de mi país.
Me niego a ser
embajadora pero uso una playera azul (azul bandera) en donde sus nueve letras
se muestran en negrita. Me faltan las palabras para enumerar las cualidades y
sin tapujos les digo las cosas de las que he sido víctima.
Actualmente recibo
el sol en la ciudad de Valladolid, ciudad perteneciente a la Comunidad Autónoma
de Castilla y León, España. Mis deseos de estudiar en otro país crecieron al
hablar con amigos que habían regresado contando sus experiencias, y me dije: Yo
quiero lo mismo. Comprobé que una de las ventajas de ser del “tercer mundo” es
que las salidas nos las proporcionan de manera casi inmediata mandar una
documentación básica. Una carta fue suficiente para estudiar IngenieríaMecánica en España.
Se dice que
Valladolid es el lugar en donde se habla el mejor castellano del mundo.
Bebidas y comidas
develadas en mi paladar me hacen en muchas ocasiones sentirme en casa.
Saberse en un país
en donde se habla español no siempre es tan fácil como se piensa. Un acento tan
particular como el de acá choca de sobremanera con el aprendido en casa.
Comunicarse con señas es el recurso más usado.
Valladolid es una ciudad
con muchas iglesias y mucha religiosidad católica, en donde por vez primera
estuve durante toda una misa. ¿El tema? No lo recuerdo. Al lado estaba la chica
dueña de las medias negras con la que acababa de follar la noche anterior.
Salir del lugar en
donde se tiene el ombligo enterrado no es siempre un acto de cobardía, y
quedarse en él no siempre es un acto de valentía. Las escalas de lo bueno y de
lo malo se ven opacadas por los deseos y el ego. Es un trozo de madera pesada,
oscura y dominante en el ser humano tomar la decisión de buscar vida en otras
tierras, en otro continente, en otra cultura muy alejada de la de casa. Tiene sentimientos
encontrados.
Llegar al
aeropuerto y pensar que todos te ven como si llevaras drogas. Saber que todos
lo sospechan, que hay culpabilidad sin siquiera deber nada.
Once horas de viaje
agotador en medio de una atmósfera de caos silencioso. Recién escuchadas las
noticias de las desapariciones de aviones y cuando te das cuenta, estás
pidiendo a alguien en los cielos para que tu avión no sea el siguiente.
Desciendes con la
maleta y en la última revisión de documentación, el oficial de Aduanas, ya de
manera automática; pregunta el motivo del viaje: Estudios. El encargado no me
presta atención porque hay una morena con un trasero y un escote que me duplica
en proporciones. Mientras tanto yo tiemblo por un miedo heredado, pero saco mi
mejor cara recordándome que no estoy haciendo nada malo.
Luego de miles de
escaleras eléctricas y rampas, sigues al rebaño de pasajeros, y debes tomar un
tren para que te saque del aeropuerto que es tan grande como la zona 1 y tan
colosal como un centro comercial futurista.
Llegar a tierra
desconocida en donde los amigos de unos amigos me reciben, da calma momentánea.
Quedo maravillada
por las calles y los edificios tan diferentes a lo que acostumbro ver. Ves el
montón de torres de apartamentos y los pasos peatonales respetados por lo
vehículos, las cañas y las tapas representativas. Pero la soledad de los
transeúntes es universal.
Dormir por vez
primera en una luna que no es la de Xelajú, llamar a casa y decir que todo
salió bien y que no hay motivos para la preocupación. Saberse sola en un lugar
del planeta en donde hablas y no hablas el idioma.
Metro. Tren de alta
velocidad. Autobuses sin molinete que delimite la movilidad, sino que los
usuarios saben que deben pagar y punto.
Abres los ojos del
alma y ves que las cosas pueden y deben ser diferentes.
El ritmo de vida ha
disminuido, las alarmas no suenan antes de las 7am y el desayuno lo encuentras
en las cafeterías aún a la 1pm.
Vas andando a casi
todas las direcciones y los bares son los mejores lugares para estar, leer,
sentir y conocer.
La noche se alarga
hasta bien entrada la madrugada y la gente es cordial hasta donde el clima lo
permite. “Agrios”, con esa palabra dicen identificar a los vallisoletanos.
Guatemala sigue
impresa en la ciudad, en esta nueva ciudad con plazas, catedrales, fuentes,
historias, personajes. La Conquista cumplió su objetivo y esa idea de colonia
no se quita como quitarse una basurilla del ojo; no señor. La herencia española
es más grande que muchas otras que tenemos. Se ven trocitos de Guatemala y
calles con los mismos nombres, incluso.
El cielo lo
encuentras con una corriente de viento fresco. Hay niebla lamiendo los
edificios y a mi gusto podría haber más árboles, más aves y menos perros.
Ciudad para los
ciudadanos y ciudadanos cómodos andando en las aceras o deteniéndose en las
vitrinas.
Guatemala me llama
a gritos y estoy a un mensaje de distancia. Los medios electrónicos de
comunicación permiten las videollamadas que más bien avivan la nostalgia.
La costumbre es el
mejor método de esclavitud y el cambio rasga cualquier atisbo de seguridad que
se pudiera tener. La cobardía plagada de miedo y los ánimos de los que se
quedan libran batallas dentro del corazón. De esa coraza pintada de verde y
pecho rojo del quetzal, del amarillo del maíz y café del barro.
¿Que si quiero
regresar? A cada momento lo pienso, y mi respuesta es afirmativa sabiendo que
digo sí sintiendo no. Salir de la zona de confort es adrenalínico y se requiere
quizá de una mente fría.
Eso de hacer nuevos amigos es complicado. No muchos entienden la soledad y
otros quieren sacarte de ese estado elegido.
Cuando enciendo el
primer cigarrillo del día, bebo un sorbo de café (guatemalteco, porque aquí se
reconocen esos granos molidos con nivel gourmet) y veo al cielo. Un cielo que
no lo siento propio y no quiero llegar a sentirlo. Mi sentido de pertenencia me
grita de dónde soy, de dónde vienen mis raíces y sentí una cachetada ruda
cuando me dijeron: “No pareces de Guatemala”. ¿Cómo es alguien de Guatemala
entonces?
La identidad la
llevo en el pasaporte por lo visto, pero la idea de pertenencia ronda mi cabeza
día con día. ¿Quién soy y cómo debería ser? Caminaré por más aduanas para
entenderlo porque realmente no sabía que no lo sabía.
Estudiante de Ingeniería Mecánica de
la USAC y egresada de la ETMA. “Los contrastes muestran cada día dicotomía en
los seres humanos”.
He visto la mayoría de mis amaneceres
en el lado norte de la ciudad de Guatemala, sobre la carretera Jacobo Árbenz,
al lado de árboles y aves que me recuerdan la importancia de la vida.
Mi llegada a las letras fue por un
desamor en la adolescencia.
Llamada Arely desde siempre, aunque
pocos conocen mi nombre.
Amante de las letras y del arte en
general. Las imposiciones se pueden y deben ir al carajo.
Me describen como agria, ácida y
silenciosa. Procuro no gastar mis energías con personas vacías.
Mi mejor escuela es la vida.
No se debe caminar en círculos, por
lo menos no en los mismos.
Foto: perfil de Facebook.