Foto: El Venezolano |
POR MARCELO COLUSSI
Insistir en
debilitar doctrinariamente a Maduro, colocando su filiación castrista y
comunista (dependencia de los cubanos) como eje propagandístico, opuesta a la
libertad y la democracia, contraria a la propiedad privada y al libre mercado.
Parte
de la operación “Venezuela Freedom 2”, del Comando Sur de los Estados Unidos
A modo de
introducción
En
Venezuela acaba de darse un triunfo popular: una masiva elección donde la
población se manifestó, una vez más, a favor del proceso en curso. La Asamblea
Nacional Constituyente recibió más de ocho millones de votos de aprobación por parte
del electorado. Es la décimo novena oportunidad en que el pueblo chavista se
impone en una elección democrática sobre veintiún procesos electorales que han
tenido lugar en estos años. La oposición, una vez más, salió derrotada.
Pero
quedarse solo con el triunfalismo de la victoria, con las consignas chavistas y
el festejo desbordante, no terminan de aportar para lo que está en juego. Lo
que hay que salvar es el proceso bolivariano que, según se ha dicho, es el
camino al socialismo. Allí es donde me parece oportuno abrir una reflexión
crítica.
Siendo
absolutamente realistas (“Actuar con el
optimismo del corazón y con el pesimismo de la razón”, decía Antonio
Gramsci), la situación actual en Venezuela es complicada, y el futuro no se ve,
siendo veraces, muy luminoso. O, al menos, hay nubarrones que abren preguntas
preocupantes. De caer la Revolución Bolivariana, el golpe a los pueblos de
Latinoamérica, y seguramente del mundo, sería muy grande. Todo ello serviría a
la derecha para demostrar, complementando la caída del Muro de Berlín, la
imposibilidad de una opción socialista. En tal sentido, las palabras de
Margaret Tatcher serían incuestionables: “No
hay alternativa”. O capitalismo… ¡o capitalismo!
¡Pero
sí hay alternativas! El socialismo, el poder popular y una economía no centrada
en el lucro de la empresa privada, sí son posibles. En la República Bolivariana
de Venezuela algo de ello comienza a tomar forma. Pero aún resta mucho por
caminar. Y en estos momentos, la coyuntura nos muestra que es posible revertir
los pasos dados, acercándonos más hacia el
capitalismo que hacia el socialismo.
Pese
al triunfo en la elección del 30 de julio, la derecha tiene bastante a maltraer
la Revolución. Esto hay que reconocerlo para no errar el análisis, y
consecuentemente, los caminos a seguir. La guerra mediático-psicológico
montada, y luego las acciones militares de baja intensidad (las guarimbas), no podemos dejar de
reconocer que están resultando un duro golpe. ¿Es la Asamblea Nacional
Constituyente la mejor, o la única salida, al actual atolladero? Lo que sigue
es un intento de reflexión crítica en total apoyo al proceso bolivariano, y de
ningún modo pretende tomar el bochornoso discurso de la derecha que tilda al
gobierno de “dictadura” y ve en esta nueva instancia un fraude. Pero es
necesario plantearse algunas dudas razonables, justamente pare seguir caminando
con claridad.
¿Qué está pasando en Venezuela?
En
la República Bolivariana de Venezuela desde hace 18 años hay un proceso
político nacional, popular, con tinte socialista, que defiende sus propios
recursos naturales. Es imprescindible saber que el país, con un millón de
kilómetros cuadrados de mar territorial y 2.394km de costa firme sobre el Mar
Caribe, es poseedor de las cinco fuentes principales de energía natural:
petróleo, gas, carbón, hidroelectricidad y solar. A lo que habría que agregar
la orimulsión. De hecho, contiene en su subsuelo las reservas petroleras
probadas más grandes del mundo: 300.000 millones de barriles de petróleo,
suficientes para 341 años de producción al ritmo actual. Además, de sus
entrañas surgen importantes recursos minerales, como hierro, bauxita, coltán,
niobio y torio. A lo que habría que agregar enormes yacimientos de oro y de
diamantes. Junto a ello hay que destacar que es el noveno país del mundo en
biodiversidad en su Amazonia (53.000km2 de selvas tropicales)
–utilizable para la generación de medicamentos y alimentos– y décima-tercera
fuente de agua dulce (la enorme cuenca del Río Orinoco).
Todo
ello es un botín que enormes corporaciones multinacionales ansían, pero que el
actual gobierno, iniciado con Hugo Chávez, y con amplio apoyo popular en la
actualidad, con el presidente Nicolás Maduro, defienden en pro de un proyecto
nacionalista y de profundo contenido social.
La
renta petrolera, principal fuente de recursos del país, desde que iniciara la
Revolución Bolivariana, se ha volcado a proyectos sociales de amplio beneficio
para las grandes mayorías populares. Salud, educación, viviendas,
infraestructura básica, son grandes logros del proceso político-social en
curso. De ahí el decidido apoyo que recibe. Eso choca con la apetencia de las
gigantescas corporaciones petroleras (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, Royal Dutch Shell,
British Petroleum, Conoco Phillips, Total, Agip, Repsol) –y sus representantes
locales: una extendida burocracia tecno-petrolera que vivió en la opulencia
durante buena parte del siglo XX–, siempre a expensas de la mayoría de la clase
trabajadora venezolana. Algo de esto comenzó a cambiar con la llegada al poder
del presidente Chávez y su preconizado Socialismo del Siglo XXI. Por eso
apareció la reacción.
Prácticamente
desde que comenzara el gobierno de Hugo Chávez, y más aún a partir de sus
primeras medidas de corte nacionalista y popular, la reacción (nacional e
internacional) no se hizo esperar. Los intentos de reversión del proceso fueron
tan numerosos como ineficaces (intentos de golpe de Estado, paro patronal,
sabotaje petrolero, guerra económica interna, violencia callejera,
desacreditación mediática a nivel global). Pero ahora, desde inicios del 2017,
todo indicaría que la avanzada para botar al gobierno de Maduro entró en una
fase aparentemente decisiva. Ahí está, al respecto, el “Plan para intervenir a Venezuela del Comando Sur
de Estados Unidos: Operación
Venezuela Freedom-2”.
Ahí puede leerse, solo para ejemplificar, que: “Venezuela se enfrenta ahora a la inestabilidad económica, social y
política significativa debido a la rampante violencia, la delincuencia y la
pobreza, la inflación galopante, la grave escasez de alimentos, medicinas y
electricidad. Violaciones de los derechos humanos por las fuerzas de seguridad
y continuada mala gestión del gobierno del país están contribuyendo a un
ambiente de incertidumbre, y grandes segmentos de la población dice que el país
va por el camino equivocado. Además, la caída de los precios del petróleo y el
deterioro económico generan condiciones que podrían llevar al gobierno
venezolano a recortar los programas de bienestar social y su política exterior
como el programa de subsidio de petróleo (Petrocaribe). Más recortes a los
programas de bienestar social y la continua escasez que parecen inevitables,
podría prever un aumento de las tensiones y las protestas violentas, fomentando
el presidente Maduro y su partido una ola represiva adicional, como medidas
contra los manifestantes y la oposición (…). Es indispensable destacar que la responsabilidad en la elaboración,
planeación y ejecución parcial (sobre todo en esta fase-2) de la Operación
Venezuela Freedom-2 en los actuales momentos descansa en nuestro comando, pero
el impulso de los conflictos y la generación de los diferentes escenarios es
tarea de las fuerzas aliadas de la MUD [Mesa
de la Unidad Democrática] involucradas en el Plan, por eso nosotros no
asumiremos el costo de una intervención armada en Venezuela, sino que
emplearemos los diversos recursos y medios para que la oposición pueda llevar
adelante las políticas para salir de Maduro.”
En
otros términos: una estrategia de guerra impulsada por Washington similar a la
que se dio en otros puntos del mundo: Ucrania, Irak, Libia, Siria. Es decir:
manipulaciones y acciones varias que permiten derrotar al gobierno de turno (en
el caso de Siria no fue posible, dado el decidido apoyo ruso), en función de un
proyecto geo-hegemónico de la clase dominante de Estados Unidos y de una
oligarquía global, que es quien hoy fija buena parte de las políticas del
mundo. Países éstos acusados de ser “dictaduras” pero que, casualmente,
presentan grandes recursos naturales, petróleo en muchos casos, apetecidos por
aquellas corporaciones globales.
Todas estas estrategias,
según formula una estudiosa de asuntos internacionales como Ana Esther Ceceña,
ya están debidamente probadas en varios lugares, siendo altamente eficaces: “Métodos [terroristas
y desestabilizadores] han sido usados en Libia y Siria. Siempre
aprovechando y atizando las contradicciones ya existentes y llevándolas a un
nivel de confrontación absoluta, que propicia la introducción de fuerzas
adicionales (fuerzas especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o
incluso de bombardeos del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que
garantizan el acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros,
puertos, pasos o rutas). Generalmente estas intervenciones se combinan también
con algunos ataques estrepitosos y fragilizadores, como incendios de
infraestructura básica o de hospitales (maternidades, como en Venezuela), para
además crear sensación de indefensión.”
Según
algunas fuentes bien informadas, para el segundo semestre del año en curso
estaría planificada la eclosión del actual gobierno de Venezuela. La violencia
inducida que está viviendo el país desde hace meses (con alrededor de 120
muertos ya), más la imagen mediática presentada por doquier que muestra un caos
generalizado, hambre y represión sangrienta, productos todos ellos de una
tiránica dictadura, recuerda el escenario de los países antes aludidos.
En
pocas palabras, el Plan estadounidense contempla:
1.
provocar
desabastecimiento de productos de primera necesidad
2.
impulsar
el mercado negro
3.
fomentar
la inflación
4.
crear
violencia callejera con bastantes muertos
5.
difundir
mundialmente una matriz mediática que muestre al país como un caos total
manejado por una dictadura sangrienta que hambrea a su población
6.
inducir
una división tajante dentro de Venezuela entre chavismo y visceral antichavismo
7.
buscar
una guerra civil
8.
pedir
airadamente por todos los medios posibles (incluyendo la ONU y la OEA) una
intervención extranjera para “restablecer la democracia”, robada por la actual
“dictadura”
9.
no
está escrito en el plan, pero es el objetivo real: quedarse con las reservas
petroleras.
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Asamblea Nacional Constituyente
Ante
este embate de la derecha, internacional y vernácula, y ante el clima de
violencia creciente que comienza a vivirse desde febrero de este año, el
presidente Nicolás Maduro convocó, el pasado 1° de mayo, a la conformación de
una Asamblea Nacional Constituyente, “con
la finalidad primordial de garantizar la preservación de la paz del país ante
las circunstancias sociales, políticas y económicas actuales, en las que
severas amenazas internas y externas de factores antidemocráticos y de marcada
postura antipatria se ciernen sobre su orden constitucional”.
En
el decreto emitido por el Poder Ejecutivo para establecerla, se fija, entre
otros puntos, lo siguiente: “1. La paz
como necesidad, derecho y anhelo de la nación, el proceso constituyente es una
gran convocatoria a un diálogo nacional para contener la escalada de violencia
política, mediante el reconocimiento político mutuo y de una reorganización del
Estado, que recupere el principio constitucional de cooperación entre los
poderes públicos (...) 2. El
perfeccionamiento del sistema económico nacional hacia (…) el nuevo modelo de la economía post
petrolera, mixta, productiva, diversificada, integradora, a partir de la
creación de nuevos instrumentos que dinamicen el desarrollo de las fuerzas
productivas, así como la instauración de un nuevo modelo de distribución
transparente que satisfaga plenamente las necesidades de abastecimiento de la
población.”
Está
claro que el objetivo fundamental de la iniciativa es buscar una respuesta
no-violenta a la violencia desatada por la oposición, viabilizada básicamente
por grupos de jóvenes (mercenarios según pudo establecerse, entrenados por
fuerzas militares y paramilitares colombianas, que comenzaron a sembrar el
terror ciudadano). El mensaje dominante, desde el momento mismo en que se lanzó
la idea de la Asamblea, fue “fomentar la paz”.
Inmediatamente
toda la derecha, de Venezuela y del mundo, reaccionó estruendosa acusando de
“proyecto dictatorial” la conformación de dicha instancia. La crítica estriba
en mostrar cada cosa que hace el gobierno como un acto antidemocrático, nunca
apegado a derecho, tiránico en definitiva. Curiosa apreciación, porque en
Venezuela cada acción del gobierno, desde Chávez en adelante, se apega rigurosamente
a la Constitución vigente. De todos modos, la lucha política admite todo, y en
la guerra (lo que se vive es una guerra, decididamente, expresión al rojo vivo
de la lucha de clases), la verdad es siempre la primera víctima.
Ahora
bien: en sentido estricto, la coyuntura no hace necesaria la reformulación de
la Carta Magna, a no ser que se lo hiciera para una profundización real y
efectiva del socialismo. Pero todo indica que la estrategia es un emotivo,
profundo y enfático llamado a la paz; la construcción del socialismo sigue
siendo algo relativamente pendiente. “El
perfeccionamiento del sistema económico” que propone, habla de economía
mixta (pública y privada). La nacionalización / expropiación de los medios de
producción es una tarea aún por realizarse. De ahí que lo que se ha dado en
llamar el chavismo crítico abriera también
una crítica a la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Entiendo
que no, de ningún modo, para ponerse al lado de la derecha (como hubo quien así
lo interpretó), sino para profundizar la genuina construcción del socialismo. Su
pregunta, que entiendo no deja de ser pertinente, apunta a clarificar esto:
¿qué viene luego de la Asamblea?
La
crítica, si es constructiva, debe ser escuchada. La derecha, de más está
decirlo, no formula crítica sino visceral y frontal ataque. ¡Es terrorismo!
Pero si no se acepta la discusión franca, se corre el riesgo de repetir los
errores del socialismo real, el socialismo burocrático soviético, por ejemplo.
Y justamente la idea de Socialismo del Siglo XXI va de la mano de una
superación de ese tipo de autoritarismo.
¿Y ahora?
Lo
primero a destacar es que la población masivamente continúa siendo chavista. La
derecha, pese a todos sus denodados intentos de desestabilización, aún con su
payasesco escenario de una supuesta consulta popular días atrás, no consiguió
la cantidad de votos que sí obtuvo el pueblo chavista. La gran mayoría, aun
desafiando el terrorismo desatado en estos tiempos, aún pese a todas las
amenazas recibidas, a la violencia imperante, al furioso bombardeo mediático
antichavista, dio una fenomenal muestra de participación cívica.
Sin
dudas que los beneficios de la renta petrolera que ha traído el proceso
bolivariano se aprecian. La mejora de la dieta, la alfabetización, el millón y
medio de viviendas otorgadas, la cultura popular al alcance de todos, son todas
medidas que, aún en medio de dificultades, la gente valora. Por eso los más de
ocho millones de votos diciendo sí a la Asamblea.
La
acusación de fraude o de dictadura ante la elección de este 30 de julio es
ridícula y cae ante su propio peso. La derecha, tanto local como global, no
sabe cómo detener esa marea chavista. No hay dudas que la revolución, pese al
desabastecimiento, la inflación, la violencia callejera montada últimamente y a
toda la desacreditación de que es objeto, se mantiene. La gente ansía la paz.
El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente funciona como un mensaje
político en favor de esa paz.
Ahora
bien: la pregunta que se plantea inmediatamente, y que sectores de izquierda,
de ese llamado chavismo crítico, sectores que están con el proceso y que siguen
esperando la profundización de las medidas revolucionarias, es básica: con esta
Asamblea, con una posible nueva Carta Magna, ¿se va de una vez hacia el
socialismo? ¿Cómo se construye la paz en medio de este atolladero que los
planes de la derecha han creado?
Juan Martorano, por citar alguno
de los estudiosos del tema que reflexiona al respecto, lo formula de esta
manera: “Ahora ante esta Asamblea
Nacional Constituyente, se le impone el reto a Nicolás Maduro y al PSUV [Partido Socialista Unido de
Venezuela] de constituirse en el líder y en el partido
que puedan hacer la Revolución Socialista y que ésta adopte la senda de la irreversibilidad
y del no retorno capitalista. (…) En
esta Asamblea Nacional Constituyente, estamos obligados a refundar el Estado.
Sin negar los avances de nuestra Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, aún impera, en buena medida, el modelo del Estado Burgués, y ese
modelo está totalmente agotado y ya no es viable en nuestro país.”
A
esta violencia desatada por los planes imperiales, secundados por la derecha
local, no parece lo más idóneo responderle con “laboratorios de paz”, tal como
el presidente Maduro lo formulara, con esta apelación al “amor”. Todo lo que la
derecha está haciendo constituye, lisa y llanamente, actos de terrorismo, de
odio, de muerte. ¿Se responde eso con paz y amor? ¿Los golpes se responden con
flores? Cualquiera de estos actos debe ser considerado terrorismo. Así de
simple: lisa y llanamente, terrorismo. ¿Cómo se le responde al terrorismo en
cualquier latitud? ¿Con flores? ¿Podemos creernos realmente que se está
construyendo una alternativa original, socialista quizá, por hacer que la
Guardia Nacional se presente sin armas ante las provocaciones terroristas? ¿No
se pagará un precio demasiado caro por ello? La instalación de la Asamblea y lo
que vaya a salir de ella es aún una incógnita. Preguntarse por eso, por lo que
se elaborará, por la forma en que se afianza la paz y una sociedad nueva, en
definitiva: por la sociedad socialista, no es exactamente fomentar ni la
derecha ni la contrarrevolución.
Decían
los romanos del Imperio que “si quieres
la paz, prepárate para la guerra”. Quizá esto pueda sonar a demasiado
“violento”, demasiado “contrario a la paz”, pero pareciera dar la impresión que
en Venezuela la revolución no termina de construir a rajatablas lo que se
entiende por socialismo. ¡Y el socialismo significa poder popular!, ¡verdadero
poder revolucionario! ¿El poder se construye con flores? Dicho casi
mordazmente: “si van a invadir, que invadan por algo, y no solo por el
petróleo”.
Insisto
con la idea: estas son preguntas críticas que intentan apoyar lo que se está
edificando en Venezuela en tanto alternativa a un país capitalista y
consumista, donde por décadas su ícono dominante fueron las Miss Universo y el
“está barato, deme dos”. La apelación
al amor y a la ternura ante el ataque despiadado de la derecha no pareciera ser
el mejor camino para afianzar la auténtica transformación socialista, la
profundización de la revolución, el alejamiento del rentismo petrolero. O, al
menos, abre dudas.
Si
bien es absolutamente meritorio la realización de una elección como la de los
otros días y, en general, el clima de democracia que se vive con más de una
elección por año, la pregunta que debe formularse es si el socialismo se agota
en esos marcos, no muy distintos a cualquier “democracia de libre mercado”, o
debe apuntar a algo más, a la consolidación de una democracia revolucionaria,
de base. No hay dudas que eso es una pretensión en la actual Venezuela, pero
aún resta un buen trecho por caminar.
Rosa Luxemburgo, analizando la
revolución bolchevique de 1917, dijo: “No
se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su
naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta
la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso
nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren,
con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
Otro tanto podríamos decir respecto a la República Bolivariana de Venezuela, símbolo
actual de la Patria Grande Latinoamericana. ¡O avanzamos de una buena vez hacia
el socialismo!..., o inexorablemente caemos.
Hay una
queja interminable sobre la situación económica, viendo cómo la derecha hace
negocios (los bancos nunca ganaron tanto dinero como en estos años, ni siquiera
durante la IV República), protestando por el dólar paralelo con el que asfixian
la economía de la revolución. Pero si coexisten (tan alegremente, podríamos
decir) dos modelos antagónicos como capital privado y planteo socialista, ¿no se
está casi absolutamente en manos de esos capitales? ¿Cuándo se profundizan las
medidas socialistas? Y profundizarlas quiere decir: ¡profundizarlas! ¿Saldrá
ese nuevo producto superador de la Asamblea?
Quizá
esta cierta lentitud que vemos en la implementación del socialismo se deba a la
forma misma en que nació todo este proceso: no fue la revolución de abajo, del
pobrerío que salió a tomar el país, sino que vino de arriba, como proceso
cupular. Un día apareció Chávez hablando de socialismo, y nos enteramos que
íbamos rumbo al socialismo del Siglo XXI. Así nació, y esa fue la marca de
origen: de arriba hacia abajo. Pero luego la población (ese pobrerío siempre
excluido) salió a rescatar al líder cuando el golpe de Estado, y comenzó la
construcción del proceso que ahora se vive. Esa marca, quizá, dejó huellas
indelebles: es un proceso tal vez demasiado centrado en la figura de un líder.
Poder popular es algo más que una consigna escrita en una pared, que una marcha
multitudinaria, que un funeral atorado de gente que llora a su presidente
muerto. Poder popular (¡la savia del socialismo!, ¡¡la verdadera savia del
socialismo, junto a la economía no basada en el lucro empresarial!!) es más que
ganar masivamente las elecciones (que no dejan de ser un mecanismo de la
institucionalidad capitalista).
La
Asamblea Nacional
Constituyente puede ser una buena oportunidad para dar ese salto. Haber ganado,
una vez más, una elección no significa que el socialismo ya está instalado. No
debe olvidarse que la guerra está al rojo vivo, y un llamado a la paz no
necesariamente tranquiliza a los tiburones que acechan. En todo caso, la paz hay
que construirla y asegurarla con algo más que buenas intenciones. De momento
las fuerzas armadas parecen una garantía. ¿Habrá ya quintacolumnas esperando el
momento? Seguramente sí.
Sin el
más mínimo ánimo de ser aguafiestas y empañar la celebración del triunfo popular
del pasado domingo, la pregunta de ¿hacia dónde va el proceso? es absolutamente
válida. Más aún: es imprescindible...
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